Los pollitos nunca dejan de fugarse

Los pollitos nunca dejan de fugarse

Pasan los debates ideológicos, por momentos vigentes y de repente anacrónicos. Pasan las reformas estructurales o los intentos de concretarlas. Y pasan las crisis, ese ciclo interminable de penurias que moldea la vida argentina. Mientras, un fenómeno persiste, capaz de sortear gobiernos, provincias y épocas. Es, por supuesto, el transfuguismo, ese juego de pollitos en fuga decididos a cambiar de camiseta en plena gestión. Supervivencia política, alineación coyuntural, conveniencia estratégica; hay numerosos rótulos a mano. Cada vez que las mayorías parlamentarias se miden poroto a poroto el mercado de pases cotiza en alza. Y si no, que lo diga el diputado nacional Mariano Campero.

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Nobleza obliga: el de Campero y su salto del radicalismo a las filas libertarias es uno más de una extensa y variopinta lista. Nada hizo que no se haya ensayado antes. No es cuestión de andar buscando coincidencias programáticas entre Alem, Yrigoyen y Scalabrini Ortiz con Von Hayek, Von Misses y Murray Rothbard cuando se trata de “darle las herramientas al Presidente”.

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En los años 30, plena “década infame”, ya se observan figuras que saltaban de un partido a otro para acomodarse a un régimen basado en el fraude y los pactos internos. Algunos conservadores se cruzaron al radicalismo antipersonalista para sostener su gravitación en un contexto de alianzas cambiantes. No obstante, el fenómeno tomó otro nivel durante la irrupción del peronismo. Entre 1946 y 1955, varios dirigentes provenientes del radicalismo o del socialismo terminaron cooptados por la fuerza arrolladora de Juan Domingo Perón o por la necesidad de adaptarse a un sistema político orientado hacia un nuevo centro de gravedad. Fue la semilla de lo que vendría después.

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Tras la recuperación democrática de 1983, el transfuguismo reapareció bajo otro formato. El peronismo comenzaba a reorganizarse tras la derrota a manos de Raúl Alfonsín y el radicalismo procuraba consolidar su hegemonía. Casos como el del sanjuanino Leopoldo Bravo, quien históricamente lideró un partido provincial aliado sucesivamente a radicales y a peronistas, muestran que la práctica era habitual en territorios donde el poder se reconfiguraba elección tras elección.

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“La Argentina tiene una estructura partidaria débil y una fuerte personalización del poder. Cuando los partidos no logran construir identidades estables, los liderazgos individuales rellenan esos vacíos y los pases de un bloque a otro se vuelven más probables”, explica Andrés Malamud. Según el politólogo, el origen del transfuguismo argentino no debe buscarse únicamente en la cultura política sino también en las reglas institucionales. “El sistema electoral favorece la fragmentación y, al mismo tiempo, incentiva la negociación permanente -sostiene-. En ese contexto, cambiar de bancada puede ser visto como una estrategia de supervivencia y no como una traición ideológica”.

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¿Pragmatismo mata convicciones? ¿Qué hará Javier Noguera, ya escindido del futuro bloque de Fuerza Patria, ante una votación que implique el recorte de derechos conquistados, justamente, por el peronismo en el que reviste? Si el Gobernador le pide que levante la mano a favor del Gobierno nacional, en aras de la defensa de determinados intereses/necesidades de la Provincia, ¿qué será de Noguera, teniendo en cuenta el fresco antecedente de los diputados jaldistas que le dieron al Presidente “herramientas” ajenas a cualquier atisbo de peronismo?

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La década de 1990 fue probablemente el momento de mayor expansión del transfuguismo. La transformación ideológica con la que Carlos Menem hizo del peronismo un adalidad del neoliberalismo pragmático produjo un reacomodamiento generalizado. Dirigentes que habían construido su carrera en la izquierda del movimiento pasaron a acompañar políticas de privatización y desregulación, mientras que otros, incómodos con el giro menemista, terminaron cerca del radicalismo o de fuerzas provinciales. Se volvió célebre la diputada María Julia Alsogaray, referente del liberalismo de la UCeDé, que terminó siendo funcionaria clave del propio Menem. En paralelo, radicales desencantados o marginados del poder se integraron a listas peronistas en sus provincias, con la promesa de recursos y espacios de gestión.

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“El menemismo convirtió el sistema político en un mercado de lealtades. La ideología se volvió secundaria y el acceso a cargos y financiamiento pasó a ser la moneda de cambio. Esto permitió que dirigentes de partidos históricamente enfrentados convivieran sin conflictos aparentes”, apunta la politóloga Mariela Szwarcberg. Para ella, en esos años el transfuguismo adquirió un carácter estructural, que no puede leerse como simple oportunismo. “También expresa la debilidad institucional de los partidos y la ausencia de mecanismos internos de disciplina”, advierte.

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"Diputruchos"

La crisis de 2001 terminó de fragmentar el sistema político. En el Congreso comenzaron a proliferar las “microbancadas”, bloques de uno o dos legisladores que se alineaban ocasionalmente con el oficialismo de turno. Hasta llegaron a aparecer los famosos “diputruchos”. Un caso emblemático se produjo durante la presidencia de Néstor Kirchner, cuando varios diputados de la UCR se integraron al oficialismo bajo el paraguas del llamado “radicalismo K”. Figuras como Miguel Bonasso, que provenía del progresismo independiente, se sumaron al proyecto kirchnerista durante sus primeros años. A la inversa, durante el segundo mandato de Cristina Fernández hubo referentes del peronismo que, ante diferencias internas, pasaron a bloques opositores o conformaron bloques “federales” con capacidad de negociar voto por voto.

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Y hasta conocimos un nuevo neologismo: “borocotización”. Fue cuando el doctor Eduardo Lorenzo (apodado “Borocotó”), elegido diputado por el macrismo, cambió de equipo en pleno Congreso para alistarse en el kirchnerismo. “Borocotó” como sinónimo de tránsfuga. Sólo en Argentina.

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El politólogo Pablo Stefanoni aporta otra mirada. “El transfuguismo argentino suele interpretarse como una anomalía, pero en realidad está asociado a un fenómeno global, que es la declinación de las identidades partidarias fuertes. Sin embargo, en la Argentina esto se acentúa por la centralidad del federalismo fiscal. Un diputado puede cambiar de bloque no por convicción ideológica sino para asegurar obras y recursos para su provincia”, destaca. Mucho de eso se aprecia en tiempo real. Por estas horas, el ministro del Interior Diego Santilli transita por Santiago del Estero con la caña de pescar al hombro. La carnada que les ofrece a los “zamoristas” para que muerdan el anzuelo libertario debe ser de lo más apetitosa.

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Durante los años de Cambiemos (2015-2019) el transfuguismo también estuvo presente, aunque en menor escala. La experiencia más notoria fue la del senador salteño Juan Carlos Romero, que pasó por distintas alianzas provinciales hasta convertirse en un actor clave en la negociación con el macrismo. También sobresalió la figura del diputado massista Darío Giustozzi, que abandonó el Frente Renovador para sumarse al oficialismo tras una serie de tensiones internas. Al postre le puso la frutilla Miguel Pichetto, histórico dirigente peronista devenido compañero de fórmula de Macri en aquel frustrado proyecto reeleccionista.

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Y aquí estamos, transitado un capítulo tan novedoso como es la gestión de un Gobierno de extrema derecha elegido y ratificado por el voto popular. A la anemia de cuadros en el Congreso el oficialismo viene capeándola paso a paso y la experiencia de los “radicales con peluca” subidos al tren libertario (Campero, el cordobés Luis Picat y el correntino Federico Tournier) distará de ser la última. El Gobierno está a pasitos de arrebatarle la primera minoría al peronismo en Diputados gracias, precisamente a que dirigentes como el ex intendente de Yerba Buena hayan cambiado la boina blanca por el violeta de las “fuerzas del cielo”.

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El debate sobre el transfuguismo no es solo moral o ético. También interpela a la estructura institucional del país. Para los juristas, existe un vacío normativo: la Constitución garantiza la representación individual, no la partidaria, y sancionar a un legislador por cambiar de bancada sería considerado inconstitucional. Algunos países han implementado leyes anti-transfuguismo, pero los expertos advierten que podrían colisionar con la autonomía parlamentaria.

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Tres análisis a modo de cierre:

* “El transfuguismo no se resuelve con prohibiciones, porque es un síntoma y no una causa. El verdadero problema es la debilidad de los partidos y la personalización extrema del poder”. (Malamud)

* “Mientras los liderazgos nacionales no tengan una estructura partidaria sólida detrás, cada diputado seguirá negociando su propio lugar. El transfuguismo es, en parte, la forma en que se gobierna en la Argentina”. (Szwarcberg)

* “Cuando la política se vuelve un archipiélago de micropoderes, cambiar de bloque deja de ser una anomalía y pasa a ser parte del ecosistema. Nos puede gustar o no, pero explica cómo funciona realmente el sistema político argentino contemporáneo”. (Stefanoi)

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Lo dicho: Campero no fue el primero ni será el último. Como dijo el propio Milei; “abróchense los cinturones”.

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