Una herencia que late desde 1988: dos padres campeones del "Veco" y sus hijos que sueñan con repetir la historia
Santiago Quevedo Mendoza y Felipe García Luque continúan un lazo que nació hace casi cuatro décadas entre sus padres, Ramiro Quevedo Mendoza y Carlos María García, campeones del "Veco" Villegas 1988.
Santiago Quevedo Mendoza, Ramiro Quevedo Mendoza, Felipe García Luque y Carlos María García comparten una profunda historia familiar en el "Veco" Villegas. Benjamín Papaterra/LA GACETA.
En el rugby, las generaciones no se suceden: se encadenan. Se heredan. Se sostienen en historias pasadas que vuelven cada vez que un hijo entra a la cancha con los mismos colores que su padre. Eso ocurre en Los Tordos, donde dos familias comparten un vínculo que nació hace casi cuarenta años, se fortaleció en el “Veco” Villegas de 1988 y hoy revive de la mano de sus hijos.
Santiago Quevedo Mendoza y Felipe García Luque, compañeros de la M-19 actual, crecieron viendo fotos, escuchando anécdotas y respirando el fervor que sus padres -Ramiro Quevedo Mendoza y Carlos María García- supieron construir en aquellos años de gloria de Los Tordos. Ellos dos, Ramiro y Carlos, fueron compañeros toda la vida, campeones del “Veco” y referentes de una camada. Hoy ya no juegan, pero mantienen intacto el sentimiento. Y lo demostraron de la única manera posible: viajando juntos a Tucumán para alentarlos, como hace 37 años otros alentaron a ellos.
“Es un orgullo”
Carlos María García camina por el club como si regresara a un lugar que siempre estuvo esperándolo. Mira la cancha 1 de Tucumán Rugby y no puede evitar emocionarse. Habla, respira hondo, sigue hablando, y cada palabra sale con una mezcla de temblor y orgullo.
“Para mí es un orgullo y una emoción tan grande que no me entra en el corazón. Yo amo este deporte y estos colores. Y verlo a él entrar a esta cancha, que es tan representativa, es increíble”, dice, con los ojos clavados en el partido de su hijo Felipe.
Los recuerdos lo tiran hacia atrás. Vuelve a 1988, al Veco que lo marcó para siempre. “Nosotros tuvimos, en marzo de ese año, la pérdida de un compañero en un accidente. Era jugador del equipo, muy querido… jugar acá era una locura. Siempre había alguien más con nosotros. Siempre había un apoyo”, cuenta. Pausa. Suspira. Continúa. “Éramos un año más chicos. Teníamos un par de chicos más grandes, M-19, pero la base era M-18. Lo que vivimos fue tan intenso que todavía lo sentimos”, indica.
Ese equipo fue campeón. Ese título, para él, se volvió parte de su identidad. Hoy sueña con que su hijo pueda vivir algo parecido.
Alegrías
Ramiro Quevedo Mendoza completa la otra mitad de la historia. Habla rápido, apasionado, como si el tiempo no alcanzara para explicar todo lo que siente. Y trae consigo un tesoro: conserva todas las imágenes del "Veco" 88’.
La razón es maravillosa. Su padre, que lo había acompañado a Tucumán aquel año, terminó haciéndose amigo -casi sin querer- de un fotógrafo de LA GACETA. Ese fotógrafo le regaló todos los recortes del diario donde salía Los Tordos. Ramiro, hasta hoy, los guarda como si fueran reliquias.
“Volver acá es revivir un poco todas esas alegrías que vivimos y que tenemos grabadas a fuego”, dice. La emoción lo supera. “Hoy viéndolo en la cancha no lo podía creer. Es toda emoción para mí. Por ahí se te salen las lágrimas… es único poder acompañarlos”, indica.
Recuerda también cómo vivieron la clasificación para este viaje. “Los chicos definieron el torneo en la última fecha, contra Marista, y ganaron en el último minuto. Nos miramos sin decir palabra: sabíamos que íbamos a venir todas las familias para acá”, cuenta.
Este Veco, dice, también es distinto desde lo social. “Ahora acompaña muchísimo la familia. Mucho más que en nuestra época. Hay muchísimos mendocinos acá y muchísima gente del club. Antes veníamos medio solos, con los entrenadores. Era más a pulmón”, explica.
Y entre charlas, fotos y recuerdos, Ramiro y Carlos siguen ejerciendo el mismo rol desde 1988: el de compañeros inseparables. “Desde anoche que estamos acá riéndonos de las anécdotas, contándoselas a todos. Somos relatadores constantes de nuestra experiencia. Tucumán Rugby significa muchísimo en nuestra vida”, revela.
Los hijos
La historia no estaría completa sin ellos: los nuevos protagonistas. Felipe García Luque no esconde su alegría. Lleva en sus hombros una historia que escuchó toda la vida. “Es la anécdota que nos faltó siempre: que vinieron, que jugaron, que ganaron… Poder vivirlo, estar acá adentro, ser protagonista, es increíble”, asegura. “Te dan ganas de repetirlo. De hacer otra historia. De que algún día tu hijo también pueda venir acá… es un sueño lo que estamos viviendo”, agrega.
Santiago Quevedo Mendoza, su amigo y compañero, siente lo mismo. “Emoción y motivación. Ver a mi viejo, que siguió este camino, te emociona. Te motiva a querer lograr lo mismo”, explica.
Y se sincera. “Yo quiero ser como mi viejo en todo lo que hace. Quiero cumplir muchas metas que él logró. Una de esas es el rugby. Por eso me motiva tanto estar acá y tener tantas ganas de conseguirlo”, dice.
Un lazo que se transmite y no se rompe
En Los Tordos, las historias no se cuentan: se continúan. Los padres vuelven al lugar que los marcó. Los hijos pisan el césped que escucharon nombrar desde siempre. Y el club vuelve a sentir la energía de dos generaciones que, separadas por 37 años, viven el mismo sueño.




















