TOM STOPPARD.
El mundo del teatro y la cultura internacional despide a Tom Stoppard, el dramaturgo británico de ingenio brillante y sensibilidad profunda que marcó más de seis décadas de creación artística. Stoppard murió “pacíficamente” en su casa de Dorset, en el sur de Inglaterra, rodeado de su familia, según informó este sábado la agencia United Agents. Tenía 88 años.
“Será recordado por sus obras, por su brillantez y humanidad, y por su ingenio, su irreverencia, su generosidad y su amor por el idioma inglés”, expresó la agencia en un comunicado. Figuras de todo el mundo expresaron su admiración, entre ellas Mick Jagger, quien lo describió como su dramaturgo favorito y destacó en redes sociales que Stoppard deja “un majestuoso cuerpo de trabajo intelectual y divertido”. Como homenaje, los teatros del West End londinense atenuarán sus luces durante dos minutos el martes, a las 19 (hora local).
Una vida marcada por el exilio y el lenguaje
Nacido en 1937 como Tomás Sträussler en una familia judía de Zlín, en la entonces Checoslovaquia, Stoppard vivió desde niño los golpes trágicos del siglo XX. En 1939, tras la invasión nazi, su familia huyó a Singapur; luego, ante el avance japonés, se trasladó a la India. Su padre, que había quedado atrás para intentar escapar más tarde, murió cuando su barco fue atacado.
En 1946, su madre se casó con el oficial inglés Kenneth Stoppard y la familia se instaló en la Gran Bretaña empobrecida de posguerra. Tom, con apenas 8 años, “se puso la inglesidad como un abrigo”, según él mismo decía: se enamoró del cricket, de Shakespeare y del idioma que moldearía toda su obra. Nunca asistió a la universidad; empezó su carrera a los 17 años como periodista en Bristol y luego como crítico teatral en Londres.
El salto al teatro y la consagración internacional
Su despegue llegó con “Rosencrantz y Guildenstern han muerto”, estrenada en 1966 y convertida rápidamente en un fenómeno en el National Theatre y luego en Broadway. A partir de allí, Stoppard produjo una sucesión de piezas que combinaban humor, filosofía, política, ciencia y literatura, siempre con una estructura desafiante y juegos de lenguaje únicos.
Cinco de sus obras ganaron el Premio Tony:
Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1968)
Travesties (1976)
The Real Thing (1984)
The Coast of Utopia (2007)
Leopoldstadt (2023)
Su biógrafa, Hermione Lee, resumió su grandeza en una fórmula: “una mezcla de lenguaje, conocimiento y sentimiento”. Y detrás de su humor y brillantez, aseguraba, siempre había “un sentido subyacente de dolor y pérdida”.
Un autor de exilios, dilemas y memoria
Sus obras exploraban la identidad, el tiempo, la conciencia y los dilemas morales. Muchas retrataban personajes que, como él en su infancia, estaban desplazados, desorientados, o enfrentados a tragedias históricas.
Ese pulso emocional alcanzó su mayor expresión en “Leopoldstadt”, inspirada en su propia historia familiar y centrada en una familia judía vienesa en la primera mitad del siglo XX. Stoppard descubrió tardíamente el destino de sus parientes: muchos, incluidos los cuatro abuelos, murieron en campos de concentración. “No habría escrito sobre mi herencia mientras mi madre estaba viva”, confesó en 2022. “Ella evitaba hablar del tema”.
La obra debutó en Londres en 2020 con gran aclamación, y en 2022 triunfó en Broadway, donde obtuvo cuatro premios Tony.
Del teatro al cine: un guionista brillante
De espíritu inquieto, Stoppard también dejó huella en el cine, la televisión y la radio. Fue guionista de películas emblemáticas, entre ellas:
“Brazil” (1985), de Terry Gilliam
“El imperio del sol” (1987), de Steven Spielberg
“Shakespeare enamorado” (1998), por la que ganó el Oscar al mejor guion adaptado junto a Marc Norman
“Enigma” (2001)
“Anna Karenina” (2012)
Además, escribió y dirigió la versión cinematográfica de Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1990) y tradujo al inglés a numerosos autores, entre ellos el disidente checo y futuro presidente Václav Havel.
Un defensor de la libertad y un caballero del Imperio
Colaborador activo de PEN e Index on Censorship, Stoppard fue un ferviente defensor de la libertad de expresión, aunque siempre afirmó mantener distancia de cualquier causa política específica. En 1997, la reina Isabel II lo nombró caballero por su aporte a la literatura.




















