Los calendarios de Adviento, una tradición navideña con raíces religiosas que se remonta al siglo XIX, viven hoy una reinversión total impulsada por el consumo, las redes sociales y los influencers. Lo que alguna vez simbolizó reflexión, espera y espiritualidad, se transformó en un fenómeno de marketing capaz de generar millones de visualizaciones y mover cifras extravagantes.
El término Adviento proviene del latín Adventus y hace referencia a las cuatro semanas previas a la Navidad, un período litúrgico asociado al perdón, la esperanza y la preparación espiritual para el nacimiento de Cristo. La costumbre nació en la Alemania protestante, donde los niños encendían velas o marcaban los días hasta el 24 de diciembre como una forma pedagógica y religiosa de transitar la espera.
De velas y chocolate al unboxing viral
Con el paso del tiempo, la tradición fue mutando. Las velas se transformaron en cajas con 24 compartimentos, una por cada día de diciembre hasta Nochebuena, que contenían pequeños regalos: chocolates, juguetes o mensajes. En las últimas décadas, y sobre todo con el auge de las redes sociales, el calendario de Adviento se convirtió en un objeto de deseo, exhibición y consumo aspiracional.
Hoy, el ritual se vive frente a cámara. El unboxing diario, repetido durante 24 días, genera expectativa, fideliza audiencias y multiplica contenido. A mayor exclusividad, mayor impacto: más lujo, más reproducciones, más visibilidad.
Calendarios de lujo: miles de dólares por una sorpresa
Un ejemplo extremo de esta evolución es el Calendario de Adviento de Dior, que esta temporada volvió a ser furor. La caja incluye 24 miniaturas de perfumes, maquillaje, tratamientos y una vela perfumada, con un precio que ronda los 11.250 dólares. El atractivo no es solo el producto, sino la promesa de vivir una experiencia exclusiva y compartible en redes.
La polémica se instala rápidamente: ¿vale la pena pagar miles de dólares por productos sorpresa solo por la garantía de una marca? La confianza ciega se vuelve parte del juego.
Versiones locales y controversias en Argentina
En Argentina, la tendencia no tardó en replicarse. Aparecieron versiones locales de calendarios de Adviento que fueron desde chocolates y pequeños accesorios hasta productos de cosmética, carteras o botellas de diseño, con precios que oscilaron entre $50.000 y más de $500.000.
Algunas marcas optaron por formatos reducidos de 12 días, con llaveros, stickers o pines, que se agotaron rápidamente. Otras ofrecieron calendarios con cremas, perfumes y productos de higiene personal a precios que rondaron los $200.000, aprovechando fechas de descuento.
La discusión explotó cuando un emprendimiento lanzó un calendario de $500.000, promocionado como de lujo. Durante el unboxing, una clienta mostró que la caja contenía una birome, una libreta y una botella de plástico, entre otros objetos de baja calidad. El video se viralizó, la marca cerró los comentarios y publicó un comunicado pidiendo disculpas, mientras crecen los reclamos por reintegros.
Consumo a ciegas y cultura de la pertenencia
El debate abrió múltiples interrogantes:
¿Es responsabilidad del consumidor pagar cifras elevadas por una caja sorpresa?
¿La empresa habría respondido si la denuncia no se hacía viral?
¿Se trata de una moda pasajera o apenas el inicio de una tendencia que crecerá cada año?
Las mystery box nunca lograron consolidarse del todo en Argentina, pero el fenómeno del consumo a ciegas ya es parte de la vida cotidiana. Sucede también con experiencias culturales como festivales de música, donde miles de personas compran entradas costosas sin conocer la grilla completa. Pertenecer, estar y mostrar se vuelve tan importante como el contenido real.
Un nuevo símbolo de la Navidad contemporánea
Los calendarios de Adviento se reinventaron y se convirtieron en protagonistas de diciembre. Para algunos, representan lujo y entretenimiento; para otros, decepciones virales. En cualquier caso, reflejan cómo una tradición de recogimiento espiritual se transformó en un nuevo símbolo de consumo, expectativas y gasto, adaptado a la lógica de las redes sociales y la economía de la atención.






















