Carlos Duguech
Analista internacional
Hace apenas unos días (el 8 de diciembre) se cumplieron 55 años de aquel enfrentamiento boxístico que nadie imaginaba posible. Fue una “patriada” de Ringo, ese popular boxeador (y cantante, a su modo) y, con su empeño a toda costa. Y contra toda presunción de fracaso dio en la tecla justa. El Madison Square Garden, en Nueva York –no cualquier lugar en el mundo- abrió sus anchas puertas para una más que histórica pelea con Muhammad Ali.
Una verdadera batalla de gigantes. Por el tamaño de ambos, y por el peso popular que cargaban en sus mochilas, complacidos. Bonavena, además de sostenerse durante los 15 rounds (perdió por ko. técnico) se llevó -y entregó a los seguidores de Argentina- una satisfacción doble: llegó a voltear una vez al campeón Ali y logró –finalmente- que éste reconociera que nadie en su carrera le había pegado ¡tan fuerte!
A veces (éste es el caso en la columna de hoy) suele resultar apropiado para mejor entender algunas cuestiones de la política internacional hallar paralelismos. El Muhammad Ali de hoy es no otro que Donald Trump y el “Ringo Bonavena”, el mismísimo Maduro.
La asimetría del esquema “EE.UU-Venezuela” anticipa a la platea de este “combate” las fichas ganadoras. Claro que el “Madison” de este “match” planteado a impreciso y a la vez desconocidos los números de rounds es, nada menos, que el “Planeta”. ¿Por qué tan abarcador espacio si sólo es un conflicto entre dos países? Un muy publicitado enfrentamiento entre una potencia y un país sudamericano del común, ésa es la realidad. Tentado, pero resuelto a la vez, incluye esta columnista un escenario que tanto dolor generó en Argentina: El Reino Unido de Gran Bretaña y Argentina en guerra, como consecuencia de aquel “si quieren venir, que vengan” de un general argentino con un poder de facto sangriento, ominoso. Si esa es la fórmula “USA vs. Venezuela”, se anticipa, dolorosamente el resultado.
No sólo dos países
Cuando lo que se dio en llamar “Crisis de los misiles” (1962), enfrentamiento dialéctico de fuego y sangre entre los EEUU (John Kennedy) y la Unión Soviética (Nikita Krushchev) el mundo posicionado en alerta, suponiendo “guerra nuclear”. 13 días bastaron. Culminó pacíficamente en un esquema de comunidad internacional tensionada. Finalmente se produjo el desmontaje de los misiles soviéticos en Cuba.
En el conflicto -exacerbado por Trump y Maduro- los EE.UU. de uno y la Venezuela de otro plantean y muestran sus estrategias, sus planes. El ofensor exagera, modo circense, su potencialidad bélica en aguas caribeñas. Un portaaviones, el más grande de la flota y del mundo y por su extravagante tecnología fue emplazado cerca de las playas venezolanas en una acción publicada como de “lucha contra el narcotráfico”. Se distorsiona lo que se muestra como realidad posible. El propio Maduro, con la desmesura de los 50 millones de dólares que pagará EE.UU. para quien posibilite su captura y dé cumplimento al mejor estilo “wanted” que solíamos ver en las películas del Far West, representa, él solo, el eje de la cuestión. Y Trump, el “Justiciero”.
Las barcazas que en aguas caribeñas recibieron metralla “yanki” generó un centenar de víctimas mortales, todas ellas supuestamente operadoras del narcotráfico. Ajusticiadas, sin juicio, sin pruebas y sin defensas, por ningún tribunal. Sólo la metralla de justicieros armados.
Gigantismo
El mismísimo estilo que Trump se empeña -megalómano de bazar- en instalar con sus enormes firmas sobre el papel de las decisiones presidenciales, lo vuelca en sus determinaciones como comandante supremo de las fuerzas armadas de EE.UU. El portaaviones Gerald Ford tiene una tripulación de 4.500 personas y alberga sobre su plataforma hasta 70 aviones. Equipado con dos reactores nucleares alcanza una autonomía de servicio en el mar sin límites. Las desmesuras de los modos de Trump a las que viene acostumbrando al mundo ya rozan lo ridículo. Anunciar que combate al narcotráfico con semejante capacidad artillera es no menos que pretender eliminar los mosquitos del Dengue, con artillería pesada.
Lo “pior”
La querida memoria del humorista Alberto Calliera nos aporta aquel adjetivo, con una pronunciación bien tucumana. Lo que genera el asunto Venezuela, país soberano asediado exageradamente por decisión del incontenible Trump, es de tono circense. Independientemente de las características de su gobierno, legítimo o no, es un país, una sociedad organizada de seres humanos (¡Vaya necesidad: tener que decirlo en este Siglo XXI!). Y por ello mismo merece, y necesita, el respeto de líderes de otros países, de pueblos de otras configuraciones, del mundo. Lo pior de todo es que se sospecha –y con justa razón- que al igual que el asesinato de un príncipe en Sarajevo (2014) o la invasión a Polonia por la Alemania (la Alemania nazi, hay que decirlo) generan nombres como “La gran guerra” y IIGM, respectivamente. En la zona del Mar Caribe podría registrar su lugar, con legitimidad, el km. cero de la IIIGM.
¿Quéeee…? ¿Y no por eso mismo por Ucrania o Gaza? Razonable la pregunta que nos hacemos. La respuesta -casi de manual: en este campo de batalla del Caribe el enfrentamiento de las superpotencias puede darse como un espejo de lo que casi alcanza su punto de no retorno con aquella crisis de los misiles en Cuba. Como en aquel entonces, Cuba, asistida por la URSS y hoy, Venezuela, con apoyo de Rusia, su más importante aliado comercial. Claro que ya no hay una alianza ideológica (como en tiempos de la URSS comunista) sino por aquello de que “el enemigo de mi amigo es mi enemigo”. Apotegma que calza como anillo al dedo con el trípode Estados Unidos-Venezuela-Rusia.
Sólo imaginar que se pueda disparar por error o por decisión concreta de un ofuscado Maduro, uno sólo de los misiles rusos anti-barcos contra el portaaviones gigante de los EE.UU. seguramente se respondería por Trump (“y no por los EE.UU.”.Aunque suene ilógica e inapropiada la suposición). Y Trump respondería con todo a la mano, al mejor estilo “dueño y señor”. Y sellaría el protocolo, finalmente, del duelo concreto EE.UU.-RUSIA, Y con el “pretexto” de Venezuela, la potencia americana pretendería seguir siendo la primera en el mundo. A pesar de sus pesares, en esa pretensión cuasi desesperada por no perder el liderazgo desde la IIGM, hará cualquier cosa. Así sea mostrarle a Rusia, en el Caribe -muy distante del Kremlin- que el dueño de casa (“y del mundo”, se animará Trump) es el grande “USA”. Juegos peligrosos. Contendientes (los empoderados) demasiado orgullosos de ser quienes son y quieren seguir siendo. En suma, dinamita, en estado latente.
Tomás Eloy Martínez
La otra Venezuela. La que recibió a tantos intelectuales del continente como exiliados de países latinoamericanos. Entre ellos el destacado escritor Tomás Eloy Martínez, que halló un exilio productivo en Caracas donde se radicó entre 1975 y 1983. Así se alejaba de Argentina por las amenazas de la Triple “A” a él y a su familia. Allí desarrolló una intensa labor periodística, fundando diarios y escribiendo sus primeros libros, a la vez que mantuvo fluidos contactos con otros intelectuales en ese exilio del país caribeño. Ese tiempo de Venezuela contrasta con la de estos últimos años, particularmente con el gobierno de Maduro. Sólo citar que 7.900.000 venezolanos debieron salir de su país en los últimos años da cuenta de las características “expulsoras” del régimen venezolano actual. Para precisar la magnitud de los exiliados – no siempre los números nos expresan todo lo que significan- la cantidad de exiliados es igual a la población reunida de Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Chaco y Corrientes, ¡Nada menos!
Las personas exiliadas nos dan la dimensión humanitaria y crítica que padece Venezuela. Un desenlace guerrero (Trump amenazó con atacar, hace días) sería gravísimo. Apocalíptico.






















