Los Ralos: vivencias entre chimeneas abandonadas

En los terrenos que ocupaba el ingenio, cerrado en 1966, hay un asentamiento y sus ocupantes afirman que están allí desde hace 20 años. Video.

OSCURIDAD. El túnel de la base de una de las torres es un basural. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI OSCURIDAD. El túnel de la base de una de las torres es un basural. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI
Los troncos muertos de las chimeneas, sin humo, se divisan desde la rotonda ubicada en el cruce de las rutas provinciales 303 y 321. Allí se origina el acceso a Los Ralos, que registra un paso previo por Villa Recaste. Una de las tres torres de ladrillos -la del medio- ya está recortada. Un día se desprendieron los ladrillos de la boca de salida y los numerosos ocupantes que ahora habitan la denominada villa ex ingenio pasaron más de un susto. No obstante ello, el trío de colosos es un referente del lugar donde, en 1876, Brígido Terán y Eudoro Avellaneda construyeron la fábrica bautizada con el nombre de la localidad. Por entonces, la industria azucarera iniciaba un periplo pujante y vigoroso que hizo rica y progresista a Tucumán.

Hoy, en el predio de los tres gigantes de ladrillo, al este de la actual jurisdicción comunal, las precarias casas anárquicamente distribuídas ocupan tierras que pertenecen a la firma que explotaba el ingenio.

Sin títulos

"Nosotros vivimos aquí desde hace 20 años. Pero creo que en el 97 vino un día (Antonio) Bussi, que era el gobernador, y nos dijo que nos quedáramos porque iban a transferir los terrenos a quienes los estaban ocupando", explicó Vicenta López, moradora de una de las casas próximas a las torres. Ella tiene 54 años y es esposa de un trabajador temporario, madre de cuatro hijos y abuela de cinco nietos. Los pequeños quedan a su cargo cuando los padres salen a buscar el sustento diario.

"No sé si alguien en este vecindario tiene títulos de propiedad. Sólo sé que algunos que trabajan en la ciudad, en la administración pública, lograron construir casas de material sencillas, sin lujos, pero cómodas y confortables", apuntó Yésica Gramajo, empleada doméstica y residente en el barrio.

Las calles -algunas de tierra, otras pavimentadas y unas pocas casi intransitables a causa de las piedras, el agua servida y algunos basurales- no son rectas, sino que serpentean entre los terrenos que ocupaba la fábrica. Asimismo las parcelas son de diversas medidas en ese punto del pueblo. Allí también se encontraba uno de los portones de acceso al ingenio. Ya no hay ni rastros de esa entrada, como tampoco de las grúas, del casco ni las maquinarias.

No quedó nada

"La fábrica fue desmantelada durante los 10 años posteriores al cierre (en 1966), según me contó mi abuelo", enfatizó Solana Vargas ante la atenta mirada de su familia. La presencia del fotógrafo y del camarógrafo de LA GACETA fue toda una sorpresa en Los Ralos.

Los Peñaloza -cuyo jefe de familia es un trabajador transitorio, padre de 13 hijos y abuelo de más de 24 nietos- se instalaron en la edificación donde solía funcionar la administración.

Debajo de una enredadera, con el sol jugando a las escondidas entre las hojas y próximos a un horno de barro -rodeado de montículos de leña-, el líder de la familia matea con su esposa e hijos. Y cuenta: "aquí era la administración del ingenio. Como a nosotros no nos dieron nada nos instalamos en la casa junto con mi madre, de 75 años".

"Mi hijo mayor -agregó- vive enfrente, cruzando la calle, junto con su mujer y sus siete hijos. Algunos que ocuparon terrenos en este lugar consiguieron casas en otros barrios".

Según Peñaloza, la traza o diagonal que separa su ?domicilio? de la casa de su hijo fue enripiada hace poco. No obstante, es intransitable. Un poco en chanza y otro en serio, el prolífico padre acotó: "por aquí el que menos hijos tiene llega a los seis".

A metros de allí, en un inmenso predio alambrado se observa el chalet -o lo que queda de esa construcción- que habitaban los jerárquicos del desaparecido ingenio.

Ayer y hoy

Pero la fábrica azucarera, que adoptó el mismo nombre -Los Ralos- de lo que antes de 1876 se conocía como una posta, es apenas un recuerdo para los pobladores. Hasta su cierre, en 1966, llegó a producir por año -con la destilería- 15.000 toneladas de azúcar, un millón de litros de alcohol y 3.000 toneladas de melaza. También alcanzó a emplear hasta 5.000 personas durante la zafra, y en torno a la fábrica -incluida Villa Recaste- concentraba una población de 13.000 habitantes.

Sobre la calle San Martín, frente a la escuela Nicolás Avellaneda, se encontraba el otro pórtico de acceso al ingenio. En el primer galpón, construido en último término, hoy funciona la cooperativa Textil Escalada. Detrás de la hilandería todavía permanecen los antiguos depósitos de azúcar. En esos dependencias -al cerrarse el ingenio- funcionó la otra textil, cuyas máquinas aún permanecen bajo esos techos de chapas montadas sobre grandes estructuras de hierro.

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