Por Carlos Páez de la Torre H
15 Noviembre 2011
FLAMANTES MAESTRAS. El rector de la Universidad, doctor Juan B. Terán, posa junto a las docentes en un acto en la Casa de Gobierno, hacia 1915. LA GACETA / ARCHIVO
"El maestro no sirve como los demás funcionarios: no es un jefe de oficina", afirmaba Juan B. Terán en 1930, en su breve etapa de presidente del Consejo General de Educación de Tucumán. "Siempre estamos en deuda con el maestro y eso ocurre porque su crédito no es material. No tiene equivalencia en moneda. La sutileza matemática no ha podido todavía reducir a ese denominador común el valor de las acciones espirituales".
Entendía que "el maestro se parece al poeta por la efusión íntima; pero es mucho más humilde, porque en vez de ser la chispa es el pedernal. Se parece así a los padres: es una paternidad, la paternidad de las almas".
Consideraba que "no se es maestro, como se tiene una profesión cualquiera". Esta "da estado, sella la vida, se impregna para siempre, se muere maestro. Su privilegio de cuidar y labrar el alma de los niños, mide su responsabilidad. Si aquel es grande, esta es inmensa".
La profesión de maestro "no requiere por eso las condiciones brillantes de la inteligencia, sino las condiciones escondidas de la virtud, la tolerancia, la paciencia, el amor esperanzado, la fe en la posibilidad infinita de descubrir tesoros en el alma de cada niño". Alienta la esperanza de hallarlos en el cateo diario de esa alma, y "en el momento menos pensado". Se anuncia "en una respuesta inesperada, en un silencio pensativo del alumno, en la luz extraña de su mirada". Y esos hallazgos son, para el maestro, los que "sostienen su fuerza y alientan su ruda tarea".
Entendía que "el maestro se parece al poeta por la efusión íntima; pero es mucho más humilde, porque en vez de ser la chispa es el pedernal. Se parece así a los padres: es una paternidad, la paternidad de las almas".
Consideraba que "no se es maestro, como se tiene una profesión cualquiera". Esta "da estado, sella la vida, se impregna para siempre, se muere maestro. Su privilegio de cuidar y labrar el alma de los niños, mide su responsabilidad. Si aquel es grande, esta es inmensa".
La profesión de maestro "no requiere por eso las condiciones brillantes de la inteligencia, sino las condiciones escondidas de la virtud, la tolerancia, la paciencia, el amor esperanzado, la fe en la posibilidad infinita de descubrir tesoros en el alma de cada niño". Alienta la esperanza de hallarlos en el cateo diario de esa alma, y "en el momento menos pensado". Se anuncia "en una respuesta inesperada, en un silencio pensativo del alumno, en la luz extraña de su mirada". Y esos hallazgos son, para el maestro, los que "sostienen su fuerza y alientan su ruda tarea".























