Por Carlos Páez de la Torre H
20 Noviembre 2011
Un devastador flechazo de amor
Victoria Ocampo llevaba tres meses de casada cuando le presentaron a Julián Martínez. Se enamoró en el acto del exitoso donjuán porteño. La relación clandestina duró largos años, y en su transcurso Victoria desafió todos los riesgos. Narraría todo en un tomo de su "Autobiografía".
JULIAN MARTÍNEZ. El gran mujeriego se convirtió de pronto en un hombre fiel.
"En el momento en que lo vi de lejos, su presencia me invadió. El me echó una mirada burlona y tierna (más tarde descubrí que sus ojos solían tener esa expresión). Miré esa mirada y esa mirada miraba mi boca, como si mi boca fuese mis ojos. Mi boca, presa de esa mirada, se puso a temblar. No podía desviarla como hubiese desviado mi mirada. Duró un siglo: un segundo. Nos dimos la mano".
Así narra Victoria Ocampo su primer encuentro con Julián Martínez en Roma, en abril de 1913. Nacida en 1890 y fallecida en 1979, la luego fundadora de "Sur", la personalísima ensayista, la formidable animadora de una cultura argentina universal, no titubeó en confiar al papel la historia de su primero y gran amor. Lo hizo en el tomo III de esa "Autobiografía" que dispuso publicar después de su muerte, y donde muchos nombres están velados por iniciales.
Un conquistador
En ese otoño romano de la "Belle Époque", la bella aristócrata porteña tenía 23 años y recorría Europa en luna de miel, con su flamante marido, el doctor Luis Bernardo de Estrada, conocido como "Monaco". Se había casado no muy convencida, pensando que con el tiempo llegarían a entenderse. Tal propósito se hizo trizas ni bien apareció Julián. Primo de "Monaco", tenía 36 años, "la nariz aguileña, la frente alta, los ojos de un pardo verdoso, el pelo negro, la piel mate". Era uno de los más famosos conquistadores de mujeres de Buenos Aires y Victoria, como todos, había oído anécdotas ilustrativas sobre sus éxitos.
El matrimonio pasó a París. Como Julián estaba incrustado en la mente de Victoria, aunque trataba de evitarlo, finalmente se las arregló para que "Monaco" invitase al primo a acompañarlos en la función de los Ballets Rusos, donde bailaban Nijinsky y Karsavina. Ella estaba radiante esa noche. "Chéruit me había terminado ese día un traje de baile de lamé azul, y Reboux un turbante de terciopelo inventado para mi". A la salida, ofrecieron llevar a Julián hasta su departamento, pero él argumentó que prefería caminar y disfrutar la noche. "Lo espera una mujer", pensó desolada Victoria.
Los anónimos
Volvieron a verse el día en que se embarcaban de regreso a la Argentina. Julián vino con un pariente, para despedirse de la pareja. "Cuando le di la mano creí que no iba a poder soltarla", escribe Victoria. "Estaba desesperada de amor. De un amor que consideraba absurdo y que mi razón enfurecida rechazaba". En Buenos Aires, a las pocas semanas, se encontraron frente a frente en una comida de amigos. Ella lo miró y, dice, "caí desmayada. Un relámpago: el pasaje de la eternidad". Al volver a la casa, se repetía a sí misma: "no sé nada de este hombre. Casi no he hablado con él. ¿A qué viene esta locura?".
Victoria cometió el error de comentar a una amiga que Julián despertaba su curiosidad.
Dos días más tarde, "Monaco" recibió un anónimo que denunciaba las "relaciones" de su esposa con Martínez. Tremendamente celoso, armó un escándalo, a pesar de que Victoria aseguraba su inocencia. Poco después, Estrada recibía un nuevo anónimo, de contenido similar. Y luego vinieron otros.
Media hora en taxi
Entonces ella, desde una tienda, llamó por teléfono a Julián para informarle sobre estos sucesos que habían trastornado su casa. Así, empezaron a telefonearse. Se recomendaban libros, los leían a la misma hora y al día siguiente los comentaban. A veces se citaban en una librería, para siquiera verse desde lejos, sin cruzar palabra. El le envió cinco líneas en un papel: "Usted puede hacer de mí el hombre más feliz o el más desgraciado". Victoria prefirió no contestar. Con "Monaco" ya no se hablaban sino en público y, por supuesto, dormían en cuartos separados.
Un día, Julián le propuso que tomara -con mil y una precauciones- un taxi, y que se encontraran en una esquina del Paseo de Julio, cerca de la Casa Rosada. El subió al auto e indicó al chofer que siguiera andando hasta cualquier parte. Iban callados. Quiso tomar la mano de Victoria y ella la retiró. Pero un minuto después, "como pidiéndole perdón", lo besó. Pasaron media hora dando vueltas abrazados, y después ella se alejó en otro taxi. Iniciaron entonces breves y deliciosos encuentros en plazas solitarias, en el Parque Lezama, en las dársenas, en parajes apartados de Palermo.
Amantes a escondidas
Y los anónimos siguieron llegando a "Monaco", ya con denuncias sobre viajes en taxi. Nunca supo Victoria quién los mandaba, aunque siempre sospechó que era Fani, la mucama que la acompañaría hasta la vejez. Tampoco llegó a leerlos: era su enfurecido esposo quien le transmitía el contenido, entre amenazas de contar todo a sus suegros Ocampo, posibilidad que aterrorizaba a Victoria.
Se convirtieron en amantes cuando la familia Martínez viajó a Córdoba. Eso permitió a Victoria entrar, al anochecer, a la casa de Julián, de la calle Rodríguez Peña entre Quintana y Guido. "Dudo que otros cuerpos hayan tenido, jamás, mayor entendimiento, mayor placer en tutearse y mas ternura para prodigarse", escribirá en sus memorias.
Luego, los encuentros pasaron a otro escenario. Julián alquiló un pequeño departamento en la calle Garay, cerca del parque Lezama. Llegaban separados, muertos de miedo, mirando siempre por encima del hombro por si los seguían. A veces fantaseaban con irse juntos y al diablo con todo. Pero Victoria sentía que eso iba a matar a sus padres.
Cada vez más riesgos
"Monaco" tuvo la evidencia de la infidelidad cuando cayó en sus manos una carta que Victoria iba a enviar a Julián. Ella pensó que alguien la había robado de su cartera, acaso Fani. Ante el feroz interrogatorio de Estrada, ella -aprovechando que la carta no daba nombres- alegó que era pura literatura, escrita para un personaje imaginario. Por supuesto que no lo convenció.
Lejos de moderarse, Victoria se arriesgaba cada vez más. Un día en que vio el auto de Julián -un Packard descapotado- detenido en un cruce de la calle Florida -por entonces el paseo favorito de la alta sociedad- se subió y se sentó a su lado, a la vista de todos, por lo que Martínez abandonó la zona a toda velocidad. Otra vez, se atrevió a llegar hasta la quinta de los Martínez, en Flores, para buscarlo. En un momento, creyó estar embarazada. "Vámonos", le dijo Julián. "Haré lo que quieras. Pero vámonos, si podés soportarlo y decidirte. El único problema es tu familia, tus padres. No existe otro. Vámonos". Pero el embarazo resultó falsa alarma. Julián compró un terreno en Belgrano, en la Avenida de los Incas, y allí edificaron una casa, cuya construcción y mobiliario vigilaron amorosamente. Además, Victoria aprendió a manejar el auto de su amante, con lo que se libraba de su chofer, el andaluz Juanillo, y de los taxis.
Intervalo con el aviador
Hacia 1918, la relación sufrió una fractura. Victoria aceptó las atenciones del apuesto capitán riojano Vicente Almandos Almonacid, recién llegado de la Guerra Mundial, donde se había destacado como aviador. Las cosas no pasaron de un paseo en avión y de un beso en un taxi, pero ella, culposa, resolvió confiar todo a Julián.
Martínez siempre le había sido fiel. No quiso atender explicaciones y simplemente se alejó. Vinieron para Victoria "días interminables, los más sofocantes porque yo seguía viva, sin aire respirable: el amor es la esperanza". Decidió ir a buscarlo a la quinta. Julián le dijo secamente que iría a la calle Garay. Victoria acudió con un revólver en la cartera, para amenazarlo con suicidarse si la dejaba. Martínez calificó el gesto de "extorsión ridícula" y la hizo subir al auto para dejarla en una calle solitaria. Pero de pronto se ablandó y puso la mano sobre la espalda de Victoria. Ella empezó a llorar. "Entraba en puntas de pie en una felicidad que no creía recuperable, por haberla puesto en peligro".
Cuando el amor se va
El tiempo siguió transcurriendo. Victoria cuenta que pasó "ocho años bajo el mismo techo con ?Monaco?, sin dirigirle la palabra". Ya empezaba a escribir y Julián la animó a publicar "De Francesca a Beatrice", a pesar de que Paul Groussac le había aconsejado no hacerlo. "¿Qué cuerno puede importarte ese viejo envenenado sin perspicacia?", le dijo sin ambages. La flamante amistad de Victoria con José Ortega y Gasset se interrumpió largamente, cuando el filósofo -evidentemente celoso- comentó a una amiga su asombro ante la relación de Julián y Victoria. "Ella vale más que él", habría dicho, y Victoria no se lo perdonó por años.
Cuando ella construyó su casa en Mar del Plata, ya fallecidos los padres, allí tuvieron dos meses de feliz vida juntos con Julián. La "Autobiografía" no da precisiones sobre el ocaso de la relación. Sólo cuenta que en 1929 pudieron residir en un departamento de París, pero que ya eran solamente amigos.
El "bautismo de este fuego"
En su libro, publica una última carta de Julián, fechada en 1939. El antiguo amante le asegura que guarda "un silencio resignado y bueno, impuesto por el inevitable curso de las cosas. Juntos hemos recorrido un trozo de camino, hasta que un proceso de disociación comenzó, poco a poco, a distanciarnos para acabar en la total separación en que nos hallamos, aunque sin quererlo. Es triste, lo sé, pero ese es el hecho innegable". Elogiaba toda la tarea cultural y espiritual que desarrollaba Victoria. "Yo, en cambio, no soy sino un pobre de solemnidad en ese sentido y no concibo cómo podría ofrecerte algo digno de atención que no fuera el mero boletín de los achaques inacabables de un físico decadente".
Julián Martínez falleció en 1950. Victoria termina este tomo de la "Autobiografía", reflexionando que "para llegar a comprender las leyes de la condición humana -y otras sin nombre que, sin embargo, existen- tenía que recibir el bautismo de este fuego, de esta clase de amor. Lo recibí ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, cuando estaba en condiciones de vivir plenamente lo que me revelaba".
Así narra Victoria Ocampo su primer encuentro con Julián Martínez en Roma, en abril de 1913. Nacida en 1890 y fallecida en 1979, la luego fundadora de "Sur", la personalísima ensayista, la formidable animadora de una cultura argentina universal, no titubeó en confiar al papel la historia de su primero y gran amor. Lo hizo en el tomo III de esa "Autobiografía" que dispuso publicar después de su muerte, y donde muchos nombres están velados por iniciales.
Un conquistador
En ese otoño romano de la "Belle Époque", la bella aristócrata porteña tenía 23 años y recorría Europa en luna de miel, con su flamante marido, el doctor Luis Bernardo de Estrada, conocido como "Monaco". Se había casado no muy convencida, pensando que con el tiempo llegarían a entenderse. Tal propósito se hizo trizas ni bien apareció Julián. Primo de "Monaco", tenía 36 años, "la nariz aguileña, la frente alta, los ojos de un pardo verdoso, el pelo negro, la piel mate". Era uno de los más famosos conquistadores de mujeres de Buenos Aires y Victoria, como todos, había oído anécdotas ilustrativas sobre sus éxitos.
El matrimonio pasó a París. Como Julián estaba incrustado en la mente de Victoria, aunque trataba de evitarlo, finalmente se las arregló para que "Monaco" invitase al primo a acompañarlos en la función de los Ballets Rusos, donde bailaban Nijinsky y Karsavina. Ella estaba radiante esa noche. "Chéruit me había terminado ese día un traje de baile de lamé azul, y Reboux un turbante de terciopelo inventado para mi". A la salida, ofrecieron llevar a Julián hasta su departamento, pero él argumentó que prefería caminar y disfrutar la noche. "Lo espera una mujer", pensó desolada Victoria.
Los anónimos
Volvieron a verse el día en que se embarcaban de regreso a la Argentina. Julián vino con un pariente, para despedirse de la pareja. "Cuando le di la mano creí que no iba a poder soltarla", escribe Victoria. "Estaba desesperada de amor. De un amor que consideraba absurdo y que mi razón enfurecida rechazaba". En Buenos Aires, a las pocas semanas, se encontraron frente a frente en una comida de amigos. Ella lo miró y, dice, "caí desmayada. Un relámpago: el pasaje de la eternidad". Al volver a la casa, se repetía a sí misma: "no sé nada de este hombre. Casi no he hablado con él. ¿A qué viene esta locura?".
Victoria cometió el error de comentar a una amiga que Julián despertaba su curiosidad.
Dos días más tarde, "Monaco" recibió un anónimo que denunciaba las "relaciones" de su esposa con Martínez. Tremendamente celoso, armó un escándalo, a pesar de que Victoria aseguraba su inocencia. Poco después, Estrada recibía un nuevo anónimo, de contenido similar. Y luego vinieron otros.
Media hora en taxi
Entonces ella, desde una tienda, llamó por teléfono a Julián para informarle sobre estos sucesos que habían trastornado su casa. Así, empezaron a telefonearse. Se recomendaban libros, los leían a la misma hora y al día siguiente los comentaban. A veces se citaban en una librería, para siquiera verse desde lejos, sin cruzar palabra. El le envió cinco líneas en un papel: "Usted puede hacer de mí el hombre más feliz o el más desgraciado". Victoria prefirió no contestar. Con "Monaco" ya no se hablaban sino en público y, por supuesto, dormían en cuartos separados.
Un día, Julián le propuso que tomara -con mil y una precauciones- un taxi, y que se encontraran en una esquina del Paseo de Julio, cerca de la Casa Rosada. El subió al auto e indicó al chofer que siguiera andando hasta cualquier parte. Iban callados. Quiso tomar la mano de Victoria y ella la retiró. Pero un minuto después, "como pidiéndole perdón", lo besó. Pasaron media hora dando vueltas abrazados, y después ella se alejó en otro taxi. Iniciaron entonces breves y deliciosos encuentros en plazas solitarias, en el Parque Lezama, en las dársenas, en parajes apartados de Palermo.
Amantes a escondidas
Y los anónimos siguieron llegando a "Monaco", ya con denuncias sobre viajes en taxi. Nunca supo Victoria quién los mandaba, aunque siempre sospechó que era Fani, la mucama que la acompañaría hasta la vejez. Tampoco llegó a leerlos: era su enfurecido esposo quien le transmitía el contenido, entre amenazas de contar todo a sus suegros Ocampo, posibilidad que aterrorizaba a Victoria.
Se convirtieron en amantes cuando la familia Martínez viajó a Córdoba. Eso permitió a Victoria entrar, al anochecer, a la casa de Julián, de la calle Rodríguez Peña entre Quintana y Guido. "Dudo que otros cuerpos hayan tenido, jamás, mayor entendimiento, mayor placer en tutearse y mas ternura para prodigarse", escribirá en sus memorias.
Luego, los encuentros pasaron a otro escenario. Julián alquiló un pequeño departamento en la calle Garay, cerca del parque Lezama. Llegaban separados, muertos de miedo, mirando siempre por encima del hombro por si los seguían. A veces fantaseaban con irse juntos y al diablo con todo. Pero Victoria sentía que eso iba a matar a sus padres.
Cada vez más riesgos
"Monaco" tuvo la evidencia de la infidelidad cuando cayó en sus manos una carta que Victoria iba a enviar a Julián. Ella pensó que alguien la había robado de su cartera, acaso Fani. Ante el feroz interrogatorio de Estrada, ella -aprovechando que la carta no daba nombres- alegó que era pura literatura, escrita para un personaje imaginario. Por supuesto que no lo convenció.
Lejos de moderarse, Victoria se arriesgaba cada vez más. Un día en que vio el auto de Julián -un Packard descapotado- detenido en un cruce de la calle Florida -por entonces el paseo favorito de la alta sociedad- se subió y se sentó a su lado, a la vista de todos, por lo que Martínez abandonó la zona a toda velocidad. Otra vez, se atrevió a llegar hasta la quinta de los Martínez, en Flores, para buscarlo. En un momento, creyó estar embarazada. "Vámonos", le dijo Julián. "Haré lo que quieras. Pero vámonos, si podés soportarlo y decidirte. El único problema es tu familia, tus padres. No existe otro. Vámonos". Pero el embarazo resultó falsa alarma. Julián compró un terreno en Belgrano, en la Avenida de los Incas, y allí edificaron una casa, cuya construcción y mobiliario vigilaron amorosamente. Además, Victoria aprendió a manejar el auto de su amante, con lo que se libraba de su chofer, el andaluz Juanillo, y de los taxis.
Intervalo con el aviador
Hacia 1918, la relación sufrió una fractura. Victoria aceptó las atenciones del apuesto capitán riojano Vicente Almandos Almonacid, recién llegado de la Guerra Mundial, donde se había destacado como aviador. Las cosas no pasaron de un paseo en avión y de un beso en un taxi, pero ella, culposa, resolvió confiar todo a Julián.
Martínez siempre le había sido fiel. No quiso atender explicaciones y simplemente se alejó. Vinieron para Victoria "días interminables, los más sofocantes porque yo seguía viva, sin aire respirable: el amor es la esperanza". Decidió ir a buscarlo a la quinta. Julián le dijo secamente que iría a la calle Garay. Victoria acudió con un revólver en la cartera, para amenazarlo con suicidarse si la dejaba. Martínez calificó el gesto de "extorsión ridícula" y la hizo subir al auto para dejarla en una calle solitaria. Pero de pronto se ablandó y puso la mano sobre la espalda de Victoria. Ella empezó a llorar. "Entraba en puntas de pie en una felicidad que no creía recuperable, por haberla puesto en peligro".
Cuando el amor se va
El tiempo siguió transcurriendo. Victoria cuenta que pasó "ocho años bajo el mismo techo con ?Monaco?, sin dirigirle la palabra". Ya empezaba a escribir y Julián la animó a publicar "De Francesca a Beatrice", a pesar de que Paul Groussac le había aconsejado no hacerlo. "¿Qué cuerno puede importarte ese viejo envenenado sin perspicacia?", le dijo sin ambages. La flamante amistad de Victoria con José Ortega y Gasset se interrumpió largamente, cuando el filósofo -evidentemente celoso- comentó a una amiga su asombro ante la relación de Julián y Victoria. "Ella vale más que él", habría dicho, y Victoria no se lo perdonó por años.
Cuando ella construyó su casa en Mar del Plata, ya fallecidos los padres, allí tuvieron dos meses de feliz vida juntos con Julián. La "Autobiografía" no da precisiones sobre el ocaso de la relación. Sólo cuenta que en 1929 pudieron residir en un departamento de París, pero que ya eran solamente amigos.
El "bautismo de este fuego"
En su libro, publica una última carta de Julián, fechada en 1939. El antiguo amante le asegura que guarda "un silencio resignado y bueno, impuesto por el inevitable curso de las cosas. Juntos hemos recorrido un trozo de camino, hasta que un proceso de disociación comenzó, poco a poco, a distanciarnos para acabar en la total separación en que nos hallamos, aunque sin quererlo. Es triste, lo sé, pero ese es el hecho innegable". Elogiaba toda la tarea cultural y espiritual que desarrollaba Victoria. "Yo, en cambio, no soy sino un pobre de solemnidad en ese sentido y no concibo cómo podría ofrecerte algo digno de atención que no fuera el mero boletín de los achaques inacabables de un físico decadente".
Julián Martínez falleció en 1950. Victoria termina este tomo de la "Autobiografía", reflexionando que "para llegar a comprender las leyes de la condición humana -y otras sin nombre que, sin embargo, existen- tenía que recibir el bautismo de este fuego, de esta clase de amor. Lo recibí ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, cuando estaba en condiciones de vivir plenamente lo que me revelaba".























