04 Marzo 2012
Rompiendo los días rutinarios del pueblo, aunque nunca huérfanos de la apabullante belleza del estallido colorido de sus cerros, hombres, mujeres y niños esperan ansiosos vibrar al compás de la música.
La Quebrada de Humahuaca le sonríe al sol siempre presto y a sus noches tintineantes de estrellas. Comienzan los nueve días y nueve noches en las que las comparsas son presididas por el "diablo", cuya indumentaria colorada, su cola, cuernos, espejos y cascabeles, como un símbolo, le dan el sentido al ritual.
Es el momento en el que está permitido todo. La lujuria contenida de todo el año que pasó explotará entre el clericó con frutas, chicha y el vino ardiente.
La algarabía crecerá en cada patio de los ranchos de adobe, para luego unirse y seguir bailando con el entusiasmo tan propio de esa etnia, los coyas, con una mezcla de alegría y evasión.
Aromas propios de su vegetación, especialmente coca y albahaca, envuelven el aire, y las bombas de estruendo serán las indicadas de anunciar que el carnaval comenzó.
El cocinar comidas típicas es la función de las comadres, quienes prepararán sopa de cordero, picante de pollo, habas con queso de cabra, locro, choclos de todos colores, para que los participantes, mientras tanto, pasen un vaso de bebida de mano en mano como señal de confraternidad. Los ramitos de albahaca son llevados en los sombreros, al igual que algún clavelito, mientras que coronas de flores multicolores son el adorno de las cabezas de las más jóvenes.
Los músicos no pararán nunca. Las copleras llorarán sus penas y olvidos en medio de los gritos agudos e inconfundibles que emiten los diablos con sus rostros tapados por una red mosquitera.
Llueve o truene, todos se dirigirán al entierro del carnaval en la falda del cerro, donde, en un acto muy solemne, se quemará el "diablo de trapo" con una rama de churqui.
Todos bajarán más callados que nunca, así como agotados y en un estado interior muy especial, aparentemente con la tristeza porque el disfrute terminó y deben volver a la realidad. Las serpentinas y el papel picado, así como el talco perfumado y el agua, quedarán diseminados por el camino. Las risas no retornarán por días tornándose en rostros duros, donde es difícil una sonrisa, y bajarán con sus ropas mojadas -que se irán secando solamente por el sol- sobre el cuerpo.
Así como le dieron entrada a la lujuria, después de unos días de recuperación entrarán en otro estado, que es el arrepentimiento. Con el paso de los días su conciencia comenzará a golpear a la puerta y se irán preparando para La Semana Santa, y en ese sincretismo pagano-cristiano, subirán con una fe inquebrantable, impactante, durante tres días, a buscar a la Virgen de Punta Corral para expiar sus pecados.
La Quebrada de Humahuaca le sonríe al sol siempre presto y a sus noches tintineantes de estrellas. Comienzan los nueve días y nueve noches en las que las comparsas son presididas por el "diablo", cuya indumentaria colorada, su cola, cuernos, espejos y cascabeles, como un símbolo, le dan el sentido al ritual.
Es el momento en el que está permitido todo. La lujuria contenida de todo el año que pasó explotará entre el clericó con frutas, chicha y el vino ardiente.
La algarabía crecerá en cada patio de los ranchos de adobe, para luego unirse y seguir bailando con el entusiasmo tan propio de esa etnia, los coyas, con una mezcla de alegría y evasión.
Aromas propios de su vegetación, especialmente coca y albahaca, envuelven el aire, y las bombas de estruendo serán las indicadas de anunciar que el carnaval comenzó.
El cocinar comidas típicas es la función de las comadres, quienes prepararán sopa de cordero, picante de pollo, habas con queso de cabra, locro, choclos de todos colores, para que los participantes, mientras tanto, pasen un vaso de bebida de mano en mano como señal de confraternidad. Los ramitos de albahaca son llevados en los sombreros, al igual que algún clavelito, mientras que coronas de flores multicolores son el adorno de las cabezas de las más jóvenes.
Los músicos no pararán nunca. Las copleras llorarán sus penas y olvidos en medio de los gritos agudos e inconfundibles que emiten los diablos con sus rostros tapados por una red mosquitera.
Llueve o truene, todos se dirigirán al entierro del carnaval en la falda del cerro, donde, en un acto muy solemne, se quemará el "diablo de trapo" con una rama de churqui.
Todos bajarán más callados que nunca, así como agotados y en un estado interior muy especial, aparentemente con la tristeza porque el disfrute terminó y deben volver a la realidad. Las serpentinas y el papel picado, así como el talco perfumado y el agua, quedarán diseminados por el camino. Las risas no retornarán por días tornándose en rostros duros, donde es difícil una sonrisa, y bajarán con sus ropas mojadas -que se irán secando solamente por el sol- sobre el cuerpo.
Así como le dieron entrada a la lujuria, después de unos días de recuperación entrarán en otro estado, que es el arrepentimiento. Con el paso de los días su conciencia comenzará a golpear a la puerta y se irán preparando para La Semana Santa, y en ese sincretismo pagano-cristiano, subirán con una fe inquebrantable, impactante, durante tres días, a buscar a la Virgen de Punta Corral para expiar sus pecados.



















