Por Carlos Páez de la Torre H
05 Junio 2012
JUAN MARIA GUTIÉRREZ. Su rostro en la medalla que acuñó en 1909 la Junta de Historia y Numismática. LA GACETA/ ARCHIVO
En Juan María Gutiérrez no se podía separar al hombre del escritor. "Su estilo era realmente el hombre; era un escritor fino porque era un alma delicada. Su conciencia estaba a la altura de sus letras. Sus escritos no fueron un gesto teatral, una postura pública o profesional. Era la voz de la naturaleza, la vida misma", sostiene Juan B. Terán. En un excelente estudio de 1928, se ocupó del distinguido porteño de la Generación de Mayo -dilecto amigo de Juan Bautista Alberdi- que nació en 1809 y murió en 1878.
"Su llaneza, su desdén por la pompa, su preferencia por los temas de historia narrativa o de crítica expositiva no son signos de pobreza sino de refinamiento", expresa Terán. A pesar de su romanticismo, Gutiérrez escribía siempre "en tono menor", y "su período era limpio, su movimiento natural, sereno". Para nuestra literatura "tan afanosa de originalidad verbal, es todavía un ejemplo, por su severidad y buen gusto". Se dedicó a la crítica, que "supone madurez, un ojo adiestrado, una vasta experiencia". Esa inclinación "revela lo evolucionado de su cultura" y también "la calidad de su espíritu".
Y "si agregamos a tan nobles calidades las que nos cuentan quienes lo frecuentaron, tendremos la figura de un escritor que, si no nos abruma por su grandeza, lamentamos profundamente no haber conocido; habríamos deseado que fuera nuestro maestro y nuestro amigo. Era un delicioso conversador, lleno de viveza, generoso en los juicios, curioso de todas las ideas, hidalgo, perfecto en la amistad".
"Su llaneza, su desdén por la pompa, su preferencia por los temas de historia narrativa o de crítica expositiva no son signos de pobreza sino de refinamiento", expresa Terán. A pesar de su romanticismo, Gutiérrez escribía siempre "en tono menor", y "su período era limpio, su movimiento natural, sereno". Para nuestra literatura "tan afanosa de originalidad verbal, es todavía un ejemplo, por su severidad y buen gusto". Se dedicó a la crítica, que "supone madurez, un ojo adiestrado, una vasta experiencia". Esa inclinación "revela lo evolucionado de su cultura" y también "la calidad de su espíritu".
Y "si agregamos a tan nobles calidades las que nos cuentan quienes lo frecuentaron, tendremos la figura de un escritor que, si no nos abruma por su grandeza, lamentamos profundamente no haber conocido; habríamos deseado que fuera nuestro maestro y nuestro amigo. Era un delicioso conversador, lleno de viveza, generoso en los juicios, curioso de todas las ideas, hidalgo, perfecto en la amistad".
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