Por Fernando García Soto
18 Junio 2012
Si Tucumán no es la provincia más curiosa del país, pega en el palo, sin dudas. Por cosas buenas o por malas, el distrito más pequeño en tamaño, pero a su vez el más densamente poblado de la Argentina, suele estar siempre en el centro de la escena nacional, con personajes memorables o tristemente célebres, y sucesos clave que marcaron la historia. Lamentablemente, en los últimos tiempos no parece destacar precisamente lo mejor.
Si en 1934 Enrique Santos Discépolo no hubiera escrito el emblemático tango "Cambalache", probablemente Tucumán habría inspirado más tarde alguna letra similar, que conjugaría lo muy bueno, lo muy malo y lo más extraño. Parece mentira que sólo en este diminuto territorio se haya declarado la independencia nacional y que hayan surgido dos presidentes de fuste, como lo fueron Julio Argentino Roca y Nicolás Avellaneda, en tiempos en que otro tucumano, Juan Bautista Alberdi, sentaba las bases y puntos de partida para la organización política de la Argentina. También esta provincia, cuna de la industria azucarera nacional, fue el epicentro de la lucha subversiva de la fatídica década del 70, y posteriormente noticia internacional por la muerte por desnutrición de una veintena de niños. En el camino, hubo un cantante que llegó a gobernar la provincia, y un gobernador elegido por el pueblo que poco más de una década antes había sido artífice fundamental del proceso militar más sangriento de la historia argentina. Enumerar las particularidades del distrito que produce los mejores limones del mundo puede ser tarea interminable. Baste decir que aquí surgieron, por ejemplo, uno de los arquitectos más innovadores y reconocidos del mundo, y un comisario que hacía justicia por mano propia, y que un día decidió quitarse la vida frente a las cámaras televisivas.
Frente a este fárrago, no debería asombrar que desde hace nueve años gobierne Tucumán un peronista que había sido dirigente y legislador provincial por el radicalismo, ni que su esposa, también una ex dirigente radical, presida el Partido Justicialista tucumano, y que hoy sea la presidenta provisional del Senado nacional, o sea la tercera figura en el mandato sucesorio de un país gobernado por el peronismo.
Tucumán es al menos extraña, porque el Estado provincial ejerce temibles controles fiscales a las empresas establecidas, en especial al comercio, pero brinda libertad total a la venta ambulante, que no tributa impuestos y vende mercadería ilegal, sin factura ni procedencia. En Tucumán, los sindicatos vinculados al agro claman por inspecciones laborales en los campos, donde empresas tercerizadoras ponen a trabajar a personas en negro y en condiciones deplorables de salubridad, sin que la situación preocupe demasiado a ningún funcionario. En Tucumán, se construye un costoso edificio legislativo para un poder del Estado integrado por miembros que parecen responder más al partido del que provienen que al pueblo que dicen representar, pero no se ejecutan grandes obras de ingeniería. En Tucumán, en su ciudad capital, los agentes de tránsito no hacen prevención, sino que se esconden para poder castigar a los infractores. En Tucumán se combate la inseguridad mandando a la gente de bien a dormir la siesta o temprano a la noche, para que los asesinos, violadores y ladrones encuentren menos víctimas. En Tucumán, no se controla la producción ilegal de azúcar, y la provincia pierde de ganar por año $ 800 millones a causa de la caída del precio del producto que genera la sobreoferta.
Tucumán tendría todo para ser grande y para destacar en el resto del país por lo bueno, por la excelencia, pero hoy por hoy parece estar condenada a la mediocridad y a la mera subsistencia.
Si en 1934 Enrique Santos Discépolo no hubiera escrito el emblemático tango "Cambalache", probablemente Tucumán habría inspirado más tarde alguna letra similar, que conjugaría lo muy bueno, lo muy malo y lo más extraño. Parece mentira que sólo en este diminuto territorio se haya declarado la independencia nacional y que hayan surgido dos presidentes de fuste, como lo fueron Julio Argentino Roca y Nicolás Avellaneda, en tiempos en que otro tucumano, Juan Bautista Alberdi, sentaba las bases y puntos de partida para la organización política de la Argentina. También esta provincia, cuna de la industria azucarera nacional, fue el epicentro de la lucha subversiva de la fatídica década del 70, y posteriormente noticia internacional por la muerte por desnutrición de una veintena de niños. En el camino, hubo un cantante que llegó a gobernar la provincia, y un gobernador elegido por el pueblo que poco más de una década antes había sido artífice fundamental del proceso militar más sangriento de la historia argentina. Enumerar las particularidades del distrito que produce los mejores limones del mundo puede ser tarea interminable. Baste decir que aquí surgieron, por ejemplo, uno de los arquitectos más innovadores y reconocidos del mundo, y un comisario que hacía justicia por mano propia, y que un día decidió quitarse la vida frente a las cámaras televisivas.
Frente a este fárrago, no debería asombrar que desde hace nueve años gobierne Tucumán un peronista que había sido dirigente y legislador provincial por el radicalismo, ni que su esposa, también una ex dirigente radical, presida el Partido Justicialista tucumano, y que hoy sea la presidenta provisional del Senado nacional, o sea la tercera figura en el mandato sucesorio de un país gobernado por el peronismo.
Tucumán es al menos extraña, porque el Estado provincial ejerce temibles controles fiscales a las empresas establecidas, en especial al comercio, pero brinda libertad total a la venta ambulante, que no tributa impuestos y vende mercadería ilegal, sin factura ni procedencia. En Tucumán, los sindicatos vinculados al agro claman por inspecciones laborales en los campos, donde empresas tercerizadoras ponen a trabajar a personas en negro y en condiciones deplorables de salubridad, sin que la situación preocupe demasiado a ningún funcionario. En Tucumán, se construye un costoso edificio legislativo para un poder del Estado integrado por miembros que parecen responder más al partido del que provienen que al pueblo que dicen representar, pero no se ejecutan grandes obras de ingeniería. En Tucumán, en su ciudad capital, los agentes de tránsito no hacen prevención, sino que se esconden para poder castigar a los infractores. En Tucumán se combate la inseguridad mandando a la gente de bien a dormir la siesta o temprano a la noche, para que los asesinos, violadores y ladrones encuentren menos víctimas. En Tucumán, no se controla la producción ilegal de azúcar, y la provincia pierde de ganar por año $ 800 millones a causa de la caída del precio del producto que genera la sobreoferta.
Tucumán tendría todo para ser grande y para destacar en el resto del país por lo bueno, por la excelencia, pero hoy por hoy parece estar condenada a la mediocridad y a la mera subsistencia.