26 Agosto 2012
Con frecuencia, los lingüistas intentamos reconstruir los diferentes aspectos del contexto y de la situación que rodean la generación de una determinada expresión, para comprender y analizar con mayor profundidad el mundo y la sociedad que rodean a los participantes de un intercambio comunicativo determinado. En efecto, la palabra es una herramienta muy poderosa. Cuando hablamos, junto con los enunciados escogidos, seleccionamos también el ritmo, los acentos, una determinada entonación, y un cierto tono de voz que, por lo general, a pesar de ser aspectos no verbales, son también pertinentes para determinar el significado de la locución. De esta manera el hablante intenta adecuarse a un determinado contenido y a un entorno comunicativo. Pero ¿qué pasa cuando esto se altera? Puede aparecer el exabrupto, una palabra inesperada que sale del tono general de la conversación y que genera una sorpresa en el receptor cuando advierte una alteración en el plano de la expresión. Por eso, al alejarse de los marcos y las convenciones sociales, por su lejanía con la cortesía comunicativa, este tipo de vocablo genera una enorme carga de incomunicación y en ocasiones, incluso de violencia.
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