La medida de fuerza pareció una continuidad del 8N

BUENOS AIRES.- Resulta curioso comparar las dos fotografías superpuestas del Obelisco del 8-N y del 20-N. ¿Qué se ve? La Avenida 9 de Julio y la plaza de la República están ocultas por la multitud, en aquella noche del cacerolazo y ese mismo paisaje se observa vacío y sin automóviles, en el mediodía del primer paro general que se le hace al kirchnerismo. Desde la interpretación política, y más allá de estos condimentos, la presencia masiva y la ausencia generalizada de gente en dos imágenes tan contrapuestas, probablemente sean la manifestación de un mismo clima social de gritos y silencios que apunta a pasarle mensajes de bronca a un Gobierno que se promociona más de lo que escucha.

Como todo paro, éste también tiene condimentos políticos. Podría inscribirse en la interna del peronismo o bien en la apetencia por manejar la caja sindical. Sin embargo, hay que sumarle una potente razón económica y social que comparten las cinco centrales sindicales. Es inaudito que el Impuesto a las Ganancias se ensañe con los trabajadores y que estos tengan que rechazar horas extras o que miren con recelo cualquier mejora en el escalafón o premios, porque corren el riesgo de perder el estímulo a manos del Estado. Un Estado que luego no devuelve casi nada en prestaciones y que obliga al ciudadano a poner plata extra en educación, salud o seguridad. Un Estado que, en su avidez y pese a los discursos, muestra la debilidad de las cuentas fiscales, tanto como el cepo cambiario desnuda la debilidad de la balanza comercial.

Ni Brasil, Chile, Uruguay, Colombia o Perú tienen inflación de dos dígitos, ni mucho menos la ocultan, ni impusieron un cepo cambiario, ni retenciones, ni tampoco un impuesto que tienen que pagar los ciudadanos por trabajar. Si es verdad que el dólar motorizó la protesta del 8-N, lo que quedó claro en ésta es que hubo también un fundamento económico, cuya solución el Gobierno pateó para 2013.

Por el lado de la metodología, está claro que los bloqueos intimidan y que el chantaje de cortes y piquetes aplicado es similar al que se genera en las movilizaciones inducidas por micros fletados y por alguna vianda, cuando no por algún billete que permite llenar plazas, metodología que el Gobierno siempre cobijó. Y es evidente también que ha sido obligado en la ocasión a tomar de su propia medicina.

Tras nueve años de consentir los cortes de calles y de ningunear o de llamar fascistas a quienes criticaban los bloqueos por violentos y de los extorsivos, a la hora de censurar estos piquetes los funcionarios tienen la autoridad moral un poco baja.

Es verdad que éste fue el primer paro y que muchos de quienes salieron a hablar debieron esperar que desde Olivos se armara un discurso común. O quizás pasó que tuvieron que deglutir el sorpresivo paro de los trenes, algo que habían garantizado que no sucedería. Pero escandalizarse y atribuir la amplitud de la huelga a la "prepotencia" o al "piquetazo", emparenta esos argumentos a los que usaron otros oficialismos de gobiernos anteriores, con la desventaja para este que, pese a tener un lenguaje tan similar, nunca sus miembros se reconocerían como "gorilas".

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