El cansancio del timonel de la barca de Pedro

12 Febrero 2013

Ramón Eduardo Ruiz Pesce - Filósofo cristiano


Desde que Jesucristo confió la navegación de la barca de la iglesia a un pescador llamado Pedro, el destino histórico de la navegación cristiana estuvo -en buena medida- cifrado en la persona y en el carácter de este sucesor de aquella Piedra en la que Cristo fundaba su comunidad eclesial. Y el mandato bíblico y evangélico fundacional se expresa inequívocamente en el doble mandamiento del amor: Amor a Dios por sobre todas las cosas, y, expresándolo encarnadamente, en el amor al prójimo como a sí mismo.

El Evangelio de Mateo deja meridianamente claro en qué consiste seguir a Cristo en la navegación de la barca de Pedro: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste… ¿cuándo hicimos esto Señor? -le preguntan a Jesús-; cuando lo hicieron con cada uno de estos pequeños a mí me lo hicieron. El Himno a la Caridad de la Carta a los Corintios de Pablo dice que el amor todo lo puede, todo lo soporta, todo lo espera… si no tengo amor nada soy. Ahora vemos todo como a través de un vidrio oscuro, luego conoceremos y amaremos como somos conocidos y amados por Dios. Y ese "luego" significa cuando hasta la Fe y la Esperanza pasen y sólo el Amor quede, y quedará en el Reino de Dios, que acontecerá en ese Futuro Absoluto en el que consiste el Dios Amor, como enseñaba el jesuita alemán Karl Rahner, uno de los más destacados teólogos católicos del siglo XX, que trabajaron para insuflar el espíritu evangélico que se plasmó en esa primavera de la Iglesia Católica, expresada hace medio siglo en el Concilio Vaticano II.

Y los cristianos creemos que esa ley fundamental del amor se aplica por igual a todos los hombres, porque todos estamos llamados a ser hijos de Dios Padre, hermanados en Cristo. Una distorsión milenaria en la historia del Cristianismo fue confundiendo las cosas del César con las cosas de Dios. El espíritu del Vaticano II consagró la vocación y misión eclesial como una Iglesia de los Pobres. Desde Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I se timoneó la barca de Pedro en ese espíritu. Juan Pablo II y Benedicto XVI significaron un retroceso respecto de esa opción por los pobres. Visto desde esta perspectiva, la abdicación de Benedicto XVI al Papado, significa que el timonel de la Iglesia Católica no se siente con fuerzas para seguir conduciendo la nave. El Espíritu que conduce la nave cristiana sopla donde quiere. Amén. Aleluya.

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