Por Carlos Páez de la Torre H
25 Mayo 2013
CON LA FRENTE VENDADA. Detalle del óleo de Juan Manuel Blanes, que retrató al presidente Roca leyendo el mensaje de cierre de su primer mandato. LA GACETA / ARCHIVO
Es sabido que el 10 de mayo de 1886, cuando se dirigía al Congreso a pronunciar su último mensaje como presidente, el tucumano Julio Argentino Roca (1843-1914) fue agredido y recibió una herida en la frente. Con un vendaje y lógicamente alterado, leyó sólo la parte final de su discurso.
"He podido cometer errores, no haber interpretado siempre bien las aspiraciones públicas, dejado de hacer muchas cosas útiles. Que no es misión fácil, como es su crítica, el desempeño de la primera magistratura de un pueblo", que es "exuberante de vida y exigente por la conciencia de su fuerza y la visión clara de sus futuros destinos", expresó el general.
Pero, añadió, podía asegurar "que en todos mis actos, buenos o malos, no he abrigado otros móviles que el bien y la grandeza de la Patria, persuadido a la vez de que el orden constitucional es el don más precioso que puede ostentar la República Argentina, detenida con frecuencia en su marcha ascendente por agitaciones y sacudimientos estériles".
Y "al descender de este elevado puesto de grande honor y de grandes responsabilidades al mismo tiempo, donde la lucha es incesante, la fatiga sin tregua, abundante la amargura; donde el menor acto o descuido puede ser un crimen, y donde se tiene que soportar impasible los embates de mil opiniones e intereses encontrados, y recibir los dardos siempre agudos y envenenados de las pasiones de los partidos, lo hago con la conciencia tranquila, con el ánimo sereno, acariciando la idea del silencio y el retiro que las democracias reservan a los que las han servido bien o mal, sin odios ni rencores para nadie".
"He podido cometer errores, no haber interpretado siempre bien las aspiraciones públicas, dejado de hacer muchas cosas útiles. Que no es misión fácil, como es su crítica, el desempeño de la primera magistratura de un pueblo", que es "exuberante de vida y exigente por la conciencia de su fuerza y la visión clara de sus futuros destinos", expresó el general.
Pero, añadió, podía asegurar "que en todos mis actos, buenos o malos, no he abrigado otros móviles que el bien y la grandeza de la Patria, persuadido a la vez de que el orden constitucional es el don más precioso que puede ostentar la República Argentina, detenida con frecuencia en su marcha ascendente por agitaciones y sacudimientos estériles".
Y "al descender de este elevado puesto de grande honor y de grandes responsabilidades al mismo tiempo, donde la lucha es incesante, la fatiga sin tregua, abundante la amargura; donde el menor acto o descuido puede ser un crimen, y donde se tiene que soportar impasible los embates de mil opiniones e intereses encontrados, y recibir los dardos siempre agudos y envenenados de las pasiones de los partidos, lo hago con la conciencia tranquila, con el ánimo sereno, acariciando la idea del silencio y el retiro que las democracias reservan a los que las han servido bien o mal, sin odios ni rencores para nadie".
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