Por Álvaro José Aurane
29 Junio 2013
El invierno del alperovichismo ha llegado con sus días cortos saturados de noches y sombras y tragedias. De ahogos y manotazos y torpezas. De llantos y reproches y de alguna maldición.
El invierno del alperovichismo ha llegado y a este Gobierno lo persiguen los muertos. El fantasma de Paulina Lebbos no descansa en paz, atormentado por la impunidad del crimen que cegó su vida de estudiante y trabajadora y madre hace siete febreros, cuando atesoraba 23 años. Y ese espectro le ha pintado el gesto del espanto al matrimonio que gobierna Tucumán.
Alberto Lebbos se resignó a sepultar a su hija, pero nunca a que enterrarán la causa por su asesinato cometido mediante asfixia por estrangulamiento manual, según las autopsias. Consiguió quebrar el blindaje del sector de la Justicia ilegítima y encubridora, y obtuvo un informe de todo lo que se hizo. O sea, de la nada que hicieron con el expediente. Entonces supo, de puño y letra tribunalicios, que una de las ocho hipótesis (que en siete años no habían llegado siquiera a un imputado) consistía en que detrás de ese delito aberrante estaban "los hijos del poder". Así que pidió copia del expediente y, por supuesto, se la negaron. Sólo en calidad de delegado de la Nación, el abogado Bernardo Lobo Bugeau consiguió acceder a los 74 cuerpos de la causa, que le prohibieron fotografiar o escanear. Debió tomar nota a mano. Cuando terminó, Lebbos hizo tronar el mayor escándalo de la historia del actual oficialismo: involucró a un hijo del gobernador.
La senadora tiene razón
La senadora Beatriz Rojkés respondió primero. "Es una opereta muy bien armada", sentenció. El invierno del alperovichismo ha llegado para darle la razón a la primera dama. No se equivoca la presidenta del PJ: es una opereta descomunal. Que comenzó el 26 de febrero de 2006, cuando se llevaron a Paulina. Su cuerpo apareció, previamente aseado, el 11 de marzo siguiente, en Tapia, a un costado de la ruta 341. La Policía demoró cuatro horas en dar aviso al fiscal. Durante ese lapso (Lebbos no se cansa de repetirlo), se perdieron las fotos de la escena original, que fue desbaratada para que se tomaran las imágenes inútiles que sí se conservan. Y las fuerzas ¿de seguridad? dijeron que encontraron a Paulina luego de un rastrillaje épico. Era mentira: la habían hallado dos baquianos. O sea: adulteraron actas, falsificaron firmas, amenazaron a testigos y apretaron a quienes sí habían dado con la comprovinciana.
Claro que Lebbos se enteró de todo esto por las tareas de Gendarmería y de la Policía Federal. Gracias a ello, se inició una causa penal contra los policías de la comisaría de Raco por "Falsificación de instrumento público". Presunta, por supuesto. Los agentes comenzaron a declarar, pero el fin de semana los visitó un subjefe de Policía y en el lugar donde estaban detenidos, y el lunes siguiente ya se negaron a seguir hablando.
Luego, el fiscal Alejandro Noguera fue apartado de la investigación, tras reunirse sorpresivamente con José Alperovich. "Necesito ayuda para investigar", dijo a LA GACETA el funcionario judicial a las 22.15 del 19 de abril de 2006, cuando salía de la casa del jefe del Ejecutivo. La causa recayó en Carlos Albaca, quien se apartó del expediente hace unas semanas, luego de que Lebbos lo acusara de ser uno de los principales responsables del nulo avance de la pesquisa en siete años.
Como dice la esposa del gobernador, se trató de una opereta muy bien armada. ¿Para encubrir a quién? Debería preguntárselo a su marido, que por esas casualidades de la vida gobierna desde 2003. Porque con independencia del resultado de la investigación (si arroja culpables, o no; si esos culpables son hijos del poder, o no), una cuestión emerge incontestable: el alperovichismo no es inocente de tamaño encubrimiento. Es ese encubrimiento, y no las denuncias de Lebbos, lo que hace que para muchos tucumanos la hipótesis de los hijos del poder no suene descabellada.
Reminiscencias de Nerón
Por caso, el invierno del alperovichismo ha llegado con el fiscal Diego López Ávila revisando pruebas. Léase, antes hubo fiscales que no lo hicieron. La reacción de la Corte Suprema de Tucumán, en este contexto, superó cualquier capacidad de asombro. Hace unos meses, cuando el asunto se tornó inocultable y la Nación tomó cartas en el asunto, se acordó que podía poner todos los recursos necesarios para que un fiscal se abocara de lleno al caso. ¿Y en los años anteriores?
Ver ahora al Superior Tribunal acelerado y comprometido con una causa bastardeada bajo sus narices es casi como observar a Ofonio Tigelino, prefecto del pretorio y mano derecha del emperador Nerón, pedirle a la guardia que se apure en apagar el incendio que se inició en su finca y que terminaría por arruinar a Roma.
¿Verdad y Justicia?
El invierno del alperovichismo ha llegado y encontró el lunes pasado al mandatario provincial, por primera vez en 3.526 días de mandato, sin decir "estamos trabajando fuerte". Hubiese sido mejor que lo siguiera repitiendo, porque lo que manifestó, en cambio, fue que Alberto Lebbos usa la truncada vida de su hija con fines políticos. Acaso lo afirmó sólo para que hubiera alguien que dijese algo peor que su esposa, que calificó de "jovencita muerta" a la tucumana asesinada.
El dolor de Lebbos no tiene coyuntura. Él no levanta la voz desde ayer. Durante siete años marchó, semana tras semana, clamando justicia por su hija, sin importar si lo rodeaba una multitud o un puñado de padres y madres tan amputados como él. La única fuerza política que lo acompañó estoica y dignamente fue el minoritario Partido Obrero. Durante esos siete años, el papá de Paulina posteó todos los días en los foros de LA GACETA su reclamo contra la impunidad. ¿Eso es hacer política? Uso político del crimen es que los gobernantes acusen a los deudos de los asesinados de cualquier cosa, en lugar de dar las dos únicas respuestas a las que están obligados: verdad y justicia.
Sin embargo, sigue sin ser reglamentada en Tucumán la Ley de Protección de Testigos. ¿Eso también es culpa de la oposición?
La duda presidencial
El invierno del alperovichismo ha llegado con una gripe de paranoia. La fiebre y los temblores con que comenzará la primera semana de julio se sintetizan en una duda políticamente existencial: ¿vendrá Cristina Fernández a presidir los actos del 9 de Julio?
Es que el escándalo por la longeva impunidad del caso de Paulina de ninguna manera involucra a la Presidenta, pero de todos modos la salpica. Es indiscutible que gracias a la determinación de la Nación, la causa salió del nefasto cajón donde la habían sepultado, pero el asunto es infinitamente mayor. Y es soberanamente incómodo.
Por un lado, porque sólo los tucumanos ven, por defecto de proximidad, que este escándalo refiere a un hijo del gobernador: para el país, Lebbos está denunciando a un hijo de la vicepresidenta provisional del Senado: la tercera autoridad nacional. Por otra parte, porque resulta imposible explicar, sin caer en el papelón, que la Presidenta, merecidamente, dedique horas de entrevistas a la madre de Marita Verón (sentó a su lado a Susana Trimarco en su reciente visita a la provincia); mientras, inexplicablemente, ni siquiera concede una audiencia al padre de Paulina. ¿O a él también lo ubicarán con la Jefa de Estado en los actos del Día de la Independencia?
Benditas condenas
El invierno del alperovichismo ha llegado y se topó con un oficialismo entumecido y de movimientos políticos torpes. La lista de precandidatos a diputados de la Casa de Gobierno muestra un funcionariado sin reflejos a causa de la embriaguez de la soberbia. Frente al cimbronazo que hoy representa el caso de Paulina, el oficialismo vernáculo necesita como nunca de un triunfo demoledor que convenza a la Casa Rosada de no soltarle la mano. Y resulta que, para acometer el desafío, el primer candidato es el tan ausente como denunciado Juan Manzur. Y si hay que hacer un análisis global de la lista, surge que ya no es el Frente para la Victoria, sino el Frente para las Esposas.
Y está la marginación de Domingo Amaya. Rodeado de palmeadores, Alperovich rechazó la semana pasada el expreso pedido del intendente capitalino para poner al edil Germán Alfaro, su escudero, en segundo término. Y también descartó el plan B del "Colorado", que ofreció a su secretario político, Marcos Díaz, para el cuarto puesto. Entonces, los sobadores de espalda se solazaron de haber dejado en la banquina al jefe municipal.
Esta semana, cuando el caso de Paulina hizo erupción, los masajeadores de hombros se notificaron de que, en realidad, se habían encargado de dejar a Amaya al margen de la mayor crisis que conoció esta gestión. El martes lo supo el gobernador. Fue al acto proselitista de la Municipalidad en el club Avellaneda Central y abrazó al mismo intendente al que él y todos sus "vivos" habían resuelto "matar" políticamente. Es más, en el escenario ocurrió lo inimaginable: Alperovich tomó la mano de Amaya y la levantó en alto. Pero ya era tarde. Por un puñado de horas (el sábado se inscribieron las precandidaturas), era ya demasiado tarde. El mandatario y su séquito ya le habían mostrado, a todos y a todas, que ese al que avizoran como competidor peronista en 2015 nada tiene que ver con este proyecto político provincial. Son singulares los castigos alperovichistas: las condenas de los sábados son las bendiciones de los lunes. Debe ser triste tener poder y equivocarse tanto.
Amaya no se despegó: lo despegaron, gratis, el gobernador y sus desayunadores. Por eso esta borrasca es, también, la encrucijada del amayismo, si tal cosa existe. Despegar o no despegar. Diferenciarse o no diferenciarse. Ser o no ser.
Ese perfume
El invierno del alperovichismo ha llegado y con él una fragancia casi olvidada. Una esencia que se esfumó hace una década.
Para muchos seguramente resultará un aroma inédito. Pero es inconfundible. Y todo lo impregna. Incluyendo el marchito sueño de otra reforma constitucional, de la que ya nadie habla.
El invierno del alperovichismo ha llegado y por estos días todo huele a final de ciclo.
El invierno del alperovichismo ha llegado y a este Gobierno lo persiguen los muertos. El fantasma de Paulina Lebbos no descansa en paz, atormentado por la impunidad del crimen que cegó su vida de estudiante y trabajadora y madre hace siete febreros, cuando atesoraba 23 años. Y ese espectro le ha pintado el gesto del espanto al matrimonio que gobierna Tucumán.
Alberto Lebbos se resignó a sepultar a su hija, pero nunca a que enterrarán la causa por su asesinato cometido mediante asfixia por estrangulamiento manual, según las autopsias. Consiguió quebrar el blindaje del sector de la Justicia ilegítima y encubridora, y obtuvo un informe de todo lo que se hizo. O sea, de la nada que hicieron con el expediente. Entonces supo, de puño y letra tribunalicios, que una de las ocho hipótesis (que en siete años no habían llegado siquiera a un imputado) consistía en que detrás de ese delito aberrante estaban "los hijos del poder". Así que pidió copia del expediente y, por supuesto, se la negaron. Sólo en calidad de delegado de la Nación, el abogado Bernardo Lobo Bugeau consiguió acceder a los 74 cuerpos de la causa, que le prohibieron fotografiar o escanear. Debió tomar nota a mano. Cuando terminó, Lebbos hizo tronar el mayor escándalo de la historia del actual oficialismo: involucró a un hijo del gobernador.
La senadora tiene razón
La senadora Beatriz Rojkés respondió primero. "Es una opereta muy bien armada", sentenció. El invierno del alperovichismo ha llegado para darle la razón a la primera dama. No se equivoca la presidenta del PJ: es una opereta descomunal. Que comenzó el 26 de febrero de 2006, cuando se llevaron a Paulina. Su cuerpo apareció, previamente aseado, el 11 de marzo siguiente, en Tapia, a un costado de la ruta 341. La Policía demoró cuatro horas en dar aviso al fiscal. Durante ese lapso (Lebbos no se cansa de repetirlo), se perdieron las fotos de la escena original, que fue desbaratada para que se tomaran las imágenes inútiles que sí se conservan. Y las fuerzas ¿de seguridad? dijeron que encontraron a Paulina luego de un rastrillaje épico. Era mentira: la habían hallado dos baquianos. O sea: adulteraron actas, falsificaron firmas, amenazaron a testigos y apretaron a quienes sí habían dado con la comprovinciana.
Claro que Lebbos se enteró de todo esto por las tareas de Gendarmería y de la Policía Federal. Gracias a ello, se inició una causa penal contra los policías de la comisaría de Raco por "Falsificación de instrumento público". Presunta, por supuesto. Los agentes comenzaron a declarar, pero el fin de semana los visitó un subjefe de Policía y en el lugar donde estaban detenidos, y el lunes siguiente ya se negaron a seguir hablando.
Luego, el fiscal Alejandro Noguera fue apartado de la investigación, tras reunirse sorpresivamente con José Alperovich. "Necesito ayuda para investigar", dijo a LA GACETA el funcionario judicial a las 22.15 del 19 de abril de 2006, cuando salía de la casa del jefe del Ejecutivo. La causa recayó en Carlos Albaca, quien se apartó del expediente hace unas semanas, luego de que Lebbos lo acusara de ser uno de los principales responsables del nulo avance de la pesquisa en siete años.
Como dice la esposa del gobernador, se trató de una opereta muy bien armada. ¿Para encubrir a quién? Debería preguntárselo a su marido, que por esas casualidades de la vida gobierna desde 2003. Porque con independencia del resultado de la investigación (si arroja culpables, o no; si esos culpables son hijos del poder, o no), una cuestión emerge incontestable: el alperovichismo no es inocente de tamaño encubrimiento. Es ese encubrimiento, y no las denuncias de Lebbos, lo que hace que para muchos tucumanos la hipótesis de los hijos del poder no suene descabellada.
Reminiscencias de Nerón
Por caso, el invierno del alperovichismo ha llegado con el fiscal Diego López Ávila revisando pruebas. Léase, antes hubo fiscales que no lo hicieron. La reacción de la Corte Suprema de Tucumán, en este contexto, superó cualquier capacidad de asombro. Hace unos meses, cuando el asunto se tornó inocultable y la Nación tomó cartas en el asunto, se acordó que podía poner todos los recursos necesarios para que un fiscal se abocara de lleno al caso. ¿Y en los años anteriores?
Ver ahora al Superior Tribunal acelerado y comprometido con una causa bastardeada bajo sus narices es casi como observar a Ofonio Tigelino, prefecto del pretorio y mano derecha del emperador Nerón, pedirle a la guardia que se apure en apagar el incendio que se inició en su finca y que terminaría por arruinar a Roma.
¿Verdad y Justicia?
El invierno del alperovichismo ha llegado y encontró el lunes pasado al mandatario provincial, por primera vez en 3.526 días de mandato, sin decir "estamos trabajando fuerte". Hubiese sido mejor que lo siguiera repitiendo, porque lo que manifestó, en cambio, fue que Alberto Lebbos usa la truncada vida de su hija con fines políticos. Acaso lo afirmó sólo para que hubiera alguien que dijese algo peor que su esposa, que calificó de "jovencita muerta" a la tucumana asesinada.
El dolor de Lebbos no tiene coyuntura. Él no levanta la voz desde ayer. Durante siete años marchó, semana tras semana, clamando justicia por su hija, sin importar si lo rodeaba una multitud o un puñado de padres y madres tan amputados como él. La única fuerza política que lo acompañó estoica y dignamente fue el minoritario Partido Obrero. Durante esos siete años, el papá de Paulina posteó todos los días en los foros de LA GACETA su reclamo contra la impunidad. ¿Eso es hacer política? Uso político del crimen es que los gobernantes acusen a los deudos de los asesinados de cualquier cosa, en lugar de dar las dos únicas respuestas a las que están obligados: verdad y justicia.
Sin embargo, sigue sin ser reglamentada en Tucumán la Ley de Protección de Testigos. ¿Eso también es culpa de la oposición?
La duda presidencial
El invierno del alperovichismo ha llegado con una gripe de paranoia. La fiebre y los temblores con que comenzará la primera semana de julio se sintetizan en una duda políticamente existencial: ¿vendrá Cristina Fernández a presidir los actos del 9 de Julio?
Es que el escándalo por la longeva impunidad del caso de Paulina de ninguna manera involucra a la Presidenta, pero de todos modos la salpica. Es indiscutible que gracias a la determinación de la Nación, la causa salió del nefasto cajón donde la habían sepultado, pero el asunto es infinitamente mayor. Y es soberanamente incómodo.
Por un lado, porque sólo los tucumanos ven, por defecto de proximidad, que este escándalo refiere a un hijo del gobernador: para el país, Lebbos está denunciando a un hijo de la vicepresidenta provisional del Senado: la tercera autoridad nacional. Por otra parte, porque resulta imposible explicar, sin caer en el papelón, que la Presidenta, merecidamente, dedique horas de entrevistas a la madre de Marita Verón (sentó a su lado a Susana Trimarco en su reciente visita a la provincia); mientras, inexplicablemente, ni siquiera concede una audiencia al padre de Paulina. ¿O a él también lo ubicarán con la Jefa de Estado en los actos del Día de la Independencia?
Benditas condenas
El invierno del alperovichismo ha llegado y se topó con un oficialismo entumecido y de movimientos políticos torpes. La lista de precandidatos a diputados de la Casa de Gobierno muestra un funcionariado sin reflejos a causa de la embriaguez de la soberbia. Frente al cimbronazo que hoy representa el caso de Paulina, el oficialismo vernáculo necesita como nunca de un triunfo demoledor que convenza a la Casa Rosada de no soltarle la mano. Y resulta que, para acometer el desafío, el primer candidato es el tan ausente como denunciado Juan Manzur. Y si hay que hacer un análisis global de la lista, surge que ya no es el Frente para la Victoria, sino el Frente para las Esposas.
Y está la marginación de Domingo Amaya. Rodeado de palmeadores, Alperovich rechazó la semana pasada el expreso pedido del intendente capitalino para poner al edil Germán Alfaro, su escudero, en segundo término. Y también descartó el plan B del "Colorado", que ofreció a su secretario político, Marcos Díaz, para el cuarto puesto. Entonces, los sobadores de espalda se solazaron de haber dejado en la banquina al jefe municipal.
Esta semana, cuando el caso de Paulina hizo erupción, los masajeadores de hombros se notificaron de que, en realidad, se habían encargado de dejar a Amaya al margen de la mayor crisis que conoció esta gestión. El martes lo supo el gobernador. Fue al acto proselitista de la Municipalidad en el club Avellaneda Central y abrazó al mismo intendente al que él y todos sus "vivos" habían resuelto "matar" políticamente. Es más, en el escenario ocurrió lo inimaginable: Alperovich tomó la mano de Amaya y la levantó en alto. Pero ya era tarde. Por un puñado de horas (el sábado se inscribieron las precandidaturas), era ya demasiado tarde. El mandatario y su séquito ya le habían mostrado, a todos y a todas, que ese al que avizoran como competidor peronista en 2015 nada tiene que ver con este proyecto político provincial. Son singulares los castigos alperovichistas: las condenas de los sábados son las bendiciones de los lunes. Debe ser triste tener poder y equivocarse tanto.
Amaya no se despegó: lo despegaron, gratis, el gobernador y sus desayunadores. Por eso esta borrasca es, también, la encrucijada del amayismo, si tal cosa existe. Despegar o no despegar. Diferenciarse o no diferenciarse. Ser o no ser.
Ese perfume
El invierno del alperovichismo ha llegado y con él una fragancia casi olvidada. Una esencia que se esfumó hace una década.
Para muchos seguramente resultará un aroma inédito. Pero es inconfundible. Y todo lo impregna. Incluyendo el marchito sueño de otra reforma constitucional, de la que ya nadie habla.
El invierno del alperovichismo ha llegado y por estos días todo huele a final de ciclo.
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