"No veré a nadie como Mandela en el resto de mis días"

"Es el modelo a imitar", afirma, desde Londres, el autor de El factor humano, el mejor libro publicado sobre la transición sudafricana. Carlin aborda allí los avatares del líder que pasó 27 años en la cárcel antes de asumir la tarea de impulsar la reconciliación en su país. Describe, particularmente, la enorme capacidad política que evidenció al usar al Mundial de rugby de 1995 como un instrumento de cohesión para una sociedad fragmentada.

14 Julio 2013

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

La muerte de Nelson Mandela es -al momento de escribir estas líneas- inminente. Se habla de que se encuentra en estado vegetativo. El gobierno lo desmiente. Su familia suelta informaciones que se vuelven contradictorias. Se comenta también que le quitarán el respirador artificial para poner fin a su agonía. Eso ocurre en Sudáfrica.

Mientras tanto, en Londres, el periodista John Carlin espera novedades para tomar un vuelo directo a esas tierras. Una vez allí, le exagera a LA GACETA, escribirá sobre el tema para "10.000 medios". Carlin tuvo el privilegio de haber compartido más que trabajo con Mandela, quien el 18 de julio cumpliría 95 años. Tanto estuvo con él que de esa experiencia derivó el extraordinario libro El factor humano (Seix Barral, 2009). En esas páginas relató la vida del líder político tomando como eje el Mundial de Rugby de 1995. Una gesta que unió a los negros y blancos de Sudáfrica, sede del torneo. Un triunfo social de un país. Un logro personal y político de Mandela.

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-¿Qué significó el libro El factor humano en su carrera periodística?

-Fue algo grandioso. Como periodista es, sin dudas, la suerte más grande que tuve en mi vida: que me haya tocado estar como corresponsal en esa época heroica de Sudáfrica. Llegué un año antes de la liberación de Mandela. Estuve cuando lo liberaron y luego para el final feliz, cuando Mandela se coronó presidente. Llegué a conocerlo bien. Como periodista, ese honor y privilegio de conocerlo es lo mejor que me pasó.

-¿Cómo calificaría a Mandela en lo personal, más allá del político?

-Mandela es una gran persona, no sólo es un grandísimo político. Tienes el ejemplo de (Winston) Churchill, que fue un gran político, pero leí sus biografías y nunca dejó la impresión de ser una gran persona, de ser decente, generoso. Y Mandela es coherente con sus valores; y siempre decente. Es una referencia que tengo.

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-¿Lo ha marcado mucho?

-Sí. Es muy sencillo, atento con todo el mundo, respetuoso con el camarero, con el jardinero, con las azafatas. Con todos. Y yo intento seguir su ejemplo de ser decente y coherente. Creo que Mandela es el modelo a imitar, aunque sé que es difícil llegar a su altura. Pero ante determinadas situaciones, siempre pienso en qué hubiese hecho él si estuviese en mi lugar.

-¿Puede considerarse su amigo?

-Eso sería una exageración. Pero dentro de las posibilidades que tiene un periodista, llegué bastante cerca. Charlábamos mucho, más allá de la media docena de entrevistas que le hice. Y cuando me fui de Sudáfrica me invitó a una comida y dio un pequeño discurso sobre mi persona, lo que es halagador. No sé si él me considera su amigo, pero estoy satisfecho con la relación que tuvimos. Creo que fue una suerte y un privilegio para mí haber llegado a conocer a Mandela.

- ¿Cómo cree que incidirá socialmente su muerte?

- Él se retiró de la política hace como nueve años. Hizo una declaración muy simpática: "Me voy a retirar después de pasarme 27 años vagando en una isla". No estuvo metido en el día a día político, por lo cual lleva ya tiempo siendo una especie de mito moral a la distancia. Creo que con su muerte la gente reflexionará mucho más acerca del ejemplo de su mensaje. Sobre todo por la enorme repercusión mediática que habrá cuando eso pase.

- ¿Cómo vivió usted aquella final del Mundial de Rugby, en 1995?

- Siempre fui consciente de que estaba presenciando no tanto un evento deportivo sino uno político, trascendental. Al otro día hice un artículo: lo entendí así en el momento en que ocurría. Cualquiera se daba cuenta de eso. Ese partido lo vi en un bar en Washington, donde estaba como corresponsal. En ese lugar había como 200 sudafricanos. ¡Era como estar en Sudáfrica!

- ¿Qué lo llevó a escribir un libro sobre aquello?

- Cuando Mandela dejó la presidencia, en 1999, trabajé en un documental que terminaba con la final del Mundial de Rugby. Meses después, una chica de 18 años, de origen iraní, que cuidaba a unos niños, hijos de amigos míos, me dijo en la casa de ellos, en Londres, que lo que más le había gustado fue lo de la final, lo del rugby. Esa noche me desperté, en plena madrugada, pensando que debería haber enfocado el documental en ese partido. Pero el documental estaba hecho. Entonces me puse a pensar en por qué no hacía un libro sobre Mandela, pero a través de la narrativa de ese Mundial y sin seguir patrones cronológicos. Pasaron varios años hasta que lo escribí. Fue una larga gestación. La idea se me ocurrió en el año 2000 y no lo escribí hasta 2007, aunque un año antes había empezado a hacer las entrevistas. Me llevó más o menos un año y medio hacerlo.

- ¿Puede considerarse una biografía sobre Mandela?

- No es la biografía. Mi libro es una lectura, quiero creer amena y digerible, con una trama con cierto suspenso narrativo, que llega a la esencia de la grandeza de Mandela como líder político. Ahora, si quieres saber los detalles de su infancia, de su adolescencia, de las pugnas internas con sus aliados, etcétera, lee su autobiografía o la biografía autorizada, de Anthony Sampson, que lo conoció en los años 50. Mi libro es una manera digerible de llegar al grano de Mandela, pero sin contar en detalle su vida.

- ¿Es también un homenaje?

- Sí, también lo es. Y él mismo dijo que el día de la final de rugby fue el más feliz de su vida; el día por el que luchó siempre. Fue el sello a todo su esfuerzo. ¿Quieres que te cuente una anécdota que lo describe como persona?

- Sí, claro.

- Alguien a quien entrevisté para el libro fue el jefe de protocolo de la presidencia de Sudáfrica. Un tipo grandote, blanco, que llevaba como 15 años en el cargo. Lo había ejercido con los dos presidentes blancos anteriores a Mandela. El primer día de trabajo de Mandela como presidente, el tipo llega con cajas para retirar sus cosas. Pensaba que lo iban a echar para poner a un negro en su lugar. Son las 7 de la mañana. Se saludan. Mandela le pregunta, en tono amable, cómo está. "Bien, me voy al trabajo", le contesta. "¿Adónde?". "Donde trabajé antes de la presidencia: en el Departamento de prisiones". "No se lo recomiendo. Conozco ese lugar, ja ja. Hablando en serio: quiero pedirle que se quede conmigo. Necesito su experiencia. No sabemos cómo administrar un Departamento Presidencial", le dijo Mandela. Y este hombre, en esos cinco minutos, quedó encantadísimo. Mandela fue siempre muy atento con él. Le preguntaba por su familia, le presentó al Papa cuando fueron al Vaticano. Y un año después de haber dejado la presidencia lo invitó a comer a su casa con su mujer y sus hijos adolescentes (antes de empezar la cena alzó la copa con un brindis. Pidió disculpas a su familia; "tomé mucho de su tiempo", dijo). Eso demuestra que era práctico. Lo normal hubiera sido llegar a la presidencia, quitar a los anteriores y poner a su gente. Pero Mandela entendió que eso iba a ser problemático. Además, buscó mandar un mensaje de reconciliación a la población. Porque ese no fue el único caso. Lo hizo con todos. Finalmente, Mandela no tenía nada que ganar al invitarlo a cenar a su casa luego de dejar la presidencia. Fue un gesto absolutamente humano. Esa conciencia de transmitir mensajes de unidad fue también un gesto de Mandela, siempre.

- Antes hablamos de la repercusión mundial ante su muerte. ¿Qué cree que le pasará a usted, que lo conoció tanto?

- Una vez que muera… es un poco como cuando lo liberaron de la cárcel. Por un lado sentí que estaba ante un episodio glorioso, eufórico. Pero como periodista estaba tan ocupado que no tenía tiempo de conectarme con mis propias emociones. Los periodistas, y tú lo sabes, somos un poco como cirujanos: si hay que cortar, cortamos y ya. Pero de repente camino por la calle, pienso en él y por más que sea una muerte anunciada me causa tristeza. Estoy seguro de que cuando llegue el momento y pare el frenesí periodístico un segundo, sentiré mucha tristeza porque no volveré a ver a nadie como Mandela en el resto de mis días.

© LA GACETA

PERFIL

John Carlin nació en Londres, en 1956. Estudió Letras en la Universidad de Oxford. Por su trabajo periodístico, viajó por todo el mundo. Se inició en nuestro país, en el Buenos Aires Herald. Fue corresponsal en México, El Salvador, Estados Unidos y Sudáfrica para la BBC, The Times y The Independent. En el año 2000 recibió el Premio Ortega y Gasset de periodismo. Hoy colabora para diversos medios, como The New York Times y El País. Su libro, El factor humano, ocupó un lugar destacado en la lista de libros más vendidos del New York Times. Invictus, la película dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman, está basada en El factor humano.

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