El partido de rugby que salvó a Sudáfrica

El factor humano refleja la historia del presidiario que se convirtió en presidente y que logró unir a un país escindido por el odio y el temor. La final del Mundial de rugby de 1995 fue un hito en el camino que Sudáfrica transitó hacia la paz.

ESE MOMENTO. Mandela entrega la copa del Mundial de Rugby de 1995 a Francois Pienaar, capitán de los Springboks, mientras todo el estadio lo ovaciona para la historia. LA GACETA / ARCHIVO ESE MOMENTO. Mandela entrega la copa del Mundial de Rugby de 1995 a Francois Pienaar, capitán de los Springboks, mientras todo el estadio lo ovaciona para la historia. LA GACETA / ARCHIVO
14 Julio 2013

Por Daniel Dessein - Para LA GACETA - Buenos Aires

John Carlin, el autor de El factor humano, fue corresponsal de un diario inglés, entre 1989 y 1995, en Sudáfrica. Allí, en esos años en que el país se transformaba sustancialmente (en 1989 Mandela era un presidiario; en 1994, presidente), germinó la idea de escribir sobre uno de los procesos de integración más extraordinarios que se hayan producido en la historia.

La originalidad de Carlin pasa por el abordaje profundo de una conexión, hasta el momento en que decidió enfocarla, no muy estudiada de la política sudafricana con el deporte de ese país. Su libro devela la forma en que Mandela apostó a que una victoria en la final del campeonato mundial de rugby del año 1995 podría darle a la incipiente democracia de su país una cohesión que no tenía y que le sería imprescindible para subsistir. El factor humano desmenuza los detalles de esa operación política, a través de entrevistas a quienes fueron sus protagonistas o actores influyentes (empezando por el propio Mandela, siguiendo con sus mayores detractores y con los jugadores que llevaron a cabo la hazaña deportiva), y los integra dentro de un relato que ayuda a entender las enormes fragilidades que tiene la construcción de la paz en un terreno minado por el resentimiento y la desconfianza. Para comprender la trascendencia de esta variante invertida del Mundial de fútbol de 1978 o de las olimpíadas de Berlín en 1936, hay que remitirse a la oscura y nada lejana época del apartheid. Y eso es lo que hace Carlin.

El apartheid y Mandela

A mediados de la década del 90, Sudáfrica tenía 43 millones de habitantes. Solamente el 12% era blanco y esa minoría había gobernado el país hasta 1994. Recién en los 90 cayó el régimen que no le permitía a la mayoría de la población votar, la obligaba a vivir en guetos, le restringía el acceso a zonas reservadas para blancos y convertía en delito el contacto sexual interracial.

Nelson Mandela pertenecía a la tribu xhosa, la más numerosa de las nueve tribus sudafricanas. Se recibió de abogado y comenzó a militar en el CNA (Congreso Nacional Africano), organización política que combatía el segregacionismo. Dentro de ella, Mandela impulsó tácticas de resistencia gandhianas. Después de sucesivas masacres de negros a manos de la policía, Mandela se convenció de que debía cambiar de estrategia, convirtiéndose en jefe del brazo armado del CNA. En 1964, después de varias detenciones, ingresó a la prisión de Robben Island, una isla ubicada frente a la costa de Ciudad del Cabo. Allí pasó, en una celda de dos metros cuadrados y durmiendo sobre una esterilla en el piso, 18 años. A ese período se sumaron ocho años más en otras cárceles. En los 27 años en que estuvo detenido se convirtió en el preso político más famoso del mundo y en el impulsor de diversos boicots a Sudáfrica a nivel mundial. Uno de ellos, en el plano deportivo, no le permitía al equipo nacional sudafricano de rugby participar en competencias internacionales.

A los 71 años, y después de negociaciones con un gobierno presionado interna e internacionalmente, Mandela recuperaba la libertad y se convertía en un eje central para una transición pacífica hacia un sistema democrático. El primer desafío de Mandela fue conquistar a los miembros de su partido, en el que las alas extremistas eran difíciles de aplacar. Esa tarea le significó, entre otras cosas, el divorcio con su esposa, quien respaldaba posiciones violentas. Luego tuvo que seducir a la mayoría negra, en la que una porción significativa simpatizaba con el CP (Congreso Panafricanista), partido radical que proponía "arrojar a los blancos al mar" y sostenía el slogan "una bala, un colono".

Hacia el Mundial

El rugby era el deporte de los afrikaners, descendientes de holandeses que representaban dos tercios de los sudafricanos blancos y dominaban los negocios, la política y las fuerzas de seguridad. Seducir a esa franja de la población fue otro de los grandes desafíos que se fijó Mandela. Primero levantó el boicot deportivo que aislaba a los Springboks, el equipo nacional, y finalmente consiguió que Sudáfrica fuese sede del Mundial de Rugby de 1995.

El camino hacia la celebración del certamen, con el que Mandela buscaba unir a los sudafricanos, fue políticamente turbulento. En primer lugar, implicó un enorme esfuerzo del propio Mandela para que los negros superaran su resistencia a un equipo deportivo que estaba asociado con el apartheid. En segundo lugar, la violencia seguía presente en el país.

En 1993 Chris Hani, el mayor referente negro después de Mandela, fue asesinado por un extremista blanco que puso al país al borde de la guerra civil. El día del crimen, Mandela dio un discurso por televisión en el que apareció como un padre que había perdido a un hijo y que, simultáneamente, pedía que se desecharan los deseos de venganza. Una vez más apostaba su capital político intentando frenar la furia que sus seguidores deseaban desatar.

Seducir a la extrema derecha afrikáner, apoyada por el 20% de los sudafricanos blancos, fue otra apuesta audaz. Mandela se reunió con su máximo líder, un general retirado que estaba en condiciones de dar un golpe de Estado, y lo convenció de que participara en el proceso electoral, argumentando que la paz era el mejor negocio para todos.

La nueva constitución, negociada entre Mandela y el presidente saliente Frederik De Klerk, intentó conciliar las reivindicaciones negras con las exigencias blancas. Eso derivó en un gobierno liderado por Mandela, claro ganador de las elecciones de 1994, teniendo al propio De Klerk como uno de sus vicepresidentes; y colocando ministerios particularmente sensibles, como los de finanzas o minería, a cargo de representantes de la minoría blanca. En la primera etapa del nuevo gobierno, en los que se lograba contener grandes temores (como el de la posibilidad de una reforma agraria), el gran problema fue el de la asimilación de las injusticias del pasado. En lugar de un "juicio de Nüremberg sudafricano", Mandela conformó la "Comisión de la Verdad y la Reconciliación", un organismo en el que se citaba a quienes habían cometido violaciones a los derechos humanos (tanto blancos como negros que se habían excedido en su lucha contra el apartheid), se repasaban los delitos cometidos, se solicitaba a sus responsables que pidieran perdón a las víctimas (o familiares), y a estas últimas que los perdonaran.

La final y el comienzo

Un mes antes de que Mandela emitiera el decreto que ordenaba la creación de la comisión, se jugaba la final del campeonato mundial de rugby. Sudáfrica había llegado a ese partido junto al seleccionado neozelandés, el gran candidato a llevarse la copa. Los poderosos All Blacks contaban entre sus filas con el jugador más desequilibrante de la historia del rugby. Jonah Lomu, un wing de 1,96 metros y 118 kilos que podía correr los 100 metros en menos de 11 segundos, una marca que muy pocos jugadores podían igualar. Lomu había resultado imparable para todos los jugadores que habían intentado detenerlo y se convirtió en una variante rugbística de Iván Drago, el gigante ruso con el que Rocky Balboa, el personaje que interpretaba Sylvester Stallone, debía combatir en la película Rocky IV. Esta asimetría le daba a la contienda deportiva un carácter épico y el hecho de que se llevara a cabo en el país en el que tenía lugar uno de los más difíciles experimentos políticos de todos los tiempos, puso la atención de toda Sudáfrica y la del planeta entero sobre ese partido.

Mil millones de personas vieron cómo el presidente Mandela pisaba el césped del estadio Ellis Park para entregar el trofeo al más improbable de los ganadores, mientras 62.000 espectadores, en su inmensa mayoría afrikaners, coreaban un solo nombre: "Nelson". Ese día Mandela conquistó a sus viejos enemigos, se convirtió en el presidente de todos los sudafricanos y en uno de esos grandes y escasos héroes que mantienen vivas las esperanzas de los habitantes del mundo.

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