Para Lebbos, palos; para Trimarco, mimos

Por Rubén Rodó - Para LA GACETA

LA GACETA / FOTO DE JOSE INESTA LA GACETA / FOTO DE JOSE INESTA
14 Julio 2013
Con la policía brava bajo sus órdenes, el gobernador se encargó de enturbiar los festejos patrios del 9 de Julio. Jugó contra sí mismo, como quien se arroja un bumerán. La agresión gratuita a un hombre indefenso como Alberto Lebbos -vista por todo el país-, fue una chambonada que tuvo más difusión que los propios actos celebratorios de la Declaración de la Independencia. Al final, el padre de Paulina fue recibido, en Buenos Aires, por el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Martín Fresneda, con el guiño de Cristina, lo que pudo haberse evitado si se le hubiera permitido llegar hasta un funcionario de la comitiva oficial. Todo lo que pretendía Lebbos era entregarle una carta, narrándole su dolor por el crimen encubierto y aún impune de su hija Paulina, brutalmente mutilada siete años atrás.
Ése fue su pecado capital. Se cayó en un exceso aporrearlo de tal manera. Alperovich fue el único que no se enteró de la golpiza, según propia confesión. Resulta increíble su desinterés por un suceso que tiene en vilo a la Argentina, con divulgación por TV como ningún otro hecho de la aldea. Por su impericia y desprolijidad, ante los ojos del país, quedó como el responsable de la agresión.
Es una misma tragedia familiar con dos vertientes distintas. La de ella, por una ausencia sin fin de su hija; la de él, por un crimen abominable, tapado desde la cumbre del poder, como Lebbos viene denunciando a los cuatro vientos. Pero los dos casos, con ribetes escalofriantes, son iguales de desgarrantes y patéticos. Lo que no se entiende es que haya hijos y entenados, con un trato marcadamente diferenciado para una y el otro. La difusión masiva de la golpiza por la TV y los medios nacionales conmovió al gobierno central por sus ramificaciones electorales en el fragor de una campaña por la captura del voto. Lo que no hizo Alperovich, lo hizo la Presidenta, al ordenar recibir al padre de la estudiante, después de un infinito peregrinar en soledad en el que sólo encontró muros de indiferencia. Sólo él pareciera no llegar a advertir los efectos deletéreos que tiene este suceso en su gestión y cómo, con el tiempo, incidirá en su destino, si no apura su esclarecimiento antes de que sea demasiado tarde. 
 La visita de la jefe de Estado dejó en la retina de los argentinos -incluidos los coterráneos- el anverso y el envés de dos postales congeladas, diametralmente opuestas entre sí. De un lado, el rostro distendido de Susana Trimarco, abrazada a la Presidenta, toda sonrisas y aplausos, envuelta entre mimos y algodones, con un sitio preferencial en el acto recordatorio de la gesta patria. Del otro, la cara tumefacta de Lebbos por efectos del gas pimienta, maltratado por la policía a palos y golpes, junto con sus acompañantes. 
Hubo otras sorpresas. El zar, junto a la zarina, quedó perplejo y sin habla con el cierre del discurso de la Presidenta. Usó un lenguaje perifrástico, como es su costumbre, cuando lanza estocadas de fuego en presencia de sus destinatarios, sin dar nombres. Si no, que lo diga Daniel Scioli. Nada de lo que suelta desde el atril o la tribuna con gestos teatrales de consumada actriz, es inocente. Si no medido y sopesado. Sin identificar a nadie, habló de los políticos que saltan el redil en busca de otros cobijos. A éstos, el diccionario de la Real Academia Española los define como tránsfugas, calificativo nada grato para quienes andan por la vida flojos de convicciones políticas. 
El alperovichismo, con su pope a la cabeza, quiso autoconvencerse -y echó a rodar esa versión edulcorada- de que Cristina aludía a Sergio Massa, el intendente de Tigre -otrora miembro del Olimpo K- y hoy desafiante del cristinismo en el clave distrito bonaerense. Es posible. Pero a sabiendas o no, el chicotazo alcanzó en pleno rostro al tucumano, aunque se haya hecho el desentendido, mirando en lontananza. Por todos es conocida su fuga diurna de la UCR y su pasado viborero en la política de la comarca con padrinos de todo pelaje, hasta aterrizar, de sopetón, en el kirchnerismo como un incondicional soldado del dúo patagónico.
En los festejos por la emancipación del yugo español, Cristina no se privó, como siempre, de mecharle pólvora a sus palabras y revolear la guadaña contra los políticos y la Justicia, de paso, a pesar del contundente pronunciamiento de la Suprema Corte Nacional. A nadie extrañó que en la comitiva oficial no estuviera Ricardo Lorenzetti, a quien desde la cima del poder se declaró poco menos que el enemigo público número uno. En sus 29 años de magistratura, el juez federal Ricardo Mario Sanjuán, por primera vez no fue invitado a participar de los festejos patrios. Se explica: en su condición de titular de la Cámara Federal de Tucumán, suscribió, junto con sus pares del país, un documento defendiendo la independencia del Poder Judicial y contra la elección popular de los miembros del Consejo de la Magistratura, antes de que el Supremo Tribunal volteara esa aberración jurídica. ¿Alguien imagina a un magistrado pintando paredes, promocionándose a sí mismo, colgado de las boletas de los partidos políticos? Realismo mágico en estado químicamente puro, que sólo puede darse en la galaxia K.  
Antes de volver a Buenos Aires, la Presidenta fue llevada al hotel recientemente habilitado frente al Parque 9 de Julio. Por su déficit en materia hotelera, hay que ponderar sin remilgos su construcción. Aquí se necesita ese tipo de establecimientos y muchos otros, ya que en algunos eventos, como la cumbre del Mercosur, gran parte de los invitados tuvieron que alojarse en Termas de Río Hondo. Pero la ejecución del hotel -hay que decirlo también- no fue un dechado de pulcritud ni transparencia, justamente. Fue adjudicado a una empresa privada, sin licitación pública nacional ni internacional, por ley, con el voto unánime de la corporación alperovichista. Ese mecanismo no fue objetado por el Tribunal de Cuentas y tampoco por alguno de la docena de fiscales penales. Pasó como un hecho normal, pese a llevarse por delante la Constitución y las leyes de Obras Públicas y de Administración Financiera.
Para quienes lo hayan traspapelado en su memoria, va un recordatorio. La Provincia cedió un inmueble de 1.300 m2 por 5 millones de pesos, en un área de alta cotización inmobiliaria, estimándose que el precio estuvo por debajo del valor de mercado. El pago se estipuló a cinco años de plazo, en cuotas anuales, con dos de gracia, sin actualización ni intereses. Esa financiación no la obtiene ninguna de las Pymes tucumanas. La Provincia se comprometió a reintegrar 11 millones de dólares por la inversión. Con el actual precio del dólar se desconoce si hubo renegociaciones. Como la generosidad de los tucumanos con los de afuera no tiene fronteras, el gobierno, además, eximió al hotel del pago de impuestos provinciales por un lapso de 20 años, habiéndose comprometido en su momento a gestionar igual beneficio de la Nación por el mismo período.
Mientras la Provincia recibe cinco millones de pesos, a amortizar en cinco años, más la yapa de dos de gracia, se comprometió a beneficiar a la empresa con certificados en dólares. Por su origen espurio no es una obra para enorgullecerse, aunque haya contribuido a paliar el déficit hotelero de la ciudad. La Presidenta dedicó más tiempo a la visita del hotel que a los fundadores de la Patria. En la Casa Histórica estuvo apenas ocho minutos cronometrados.   
En medio de tantos sinsabores, un dolor de cabeza más -no tan lateral- roza ahora el sayo del César. La rehabilitación del corredor ferroviario, de trocha angosta, entre esta capital y Concepción (años ha un eficiente servicio, de bajo costo para los usuarios), fue una promesa electoral de todos los gobiernos de turno. Alperovich no escapó a esa tentación, como tampoco a prometer la reapertura de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo. Ambos emprendimientos son totalmente ilusorios, por no decir una mentira no piadosa, a sabiendas de que nunca se concretarán. Forman parte de las profecías a no cumplir de todo candidato en campaña con tal de capturar votos bajo cualquier pretexto.
Para restituir el transporte público de pasajeros a la ciudad del sur, la Nación destinó más de 10 millones de pesos. En su informe periódico al Congreso, el jefe del gabinete de ministros, Juan Manuel Abal Medina, afirmó que la obra se había ejecutado en un 99,7%. Cualquier tucumano sabe que las vías están ocupadas, desde hace años, por asentamientos de viviendas precarias. El puente sobre el río Gastona fue destruido por una crecida. En Villa Quinteros se robaron las vías. Alguien se fumó los maravedíes de la fraguada inversión. La denuncia la formuló el senador radical, José Cano. El juez federal, Claudio Bonadío, ordenó la detención y captura de Ricardo Jaime, ex secretario de Transporte de la Nación.

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