Por Federico Diego van Mameren
18 Agosto 2013
Alperovich perdió más poder que votos
Los comicios fueron un llamado de atención para el alperovichismo. Las urnas advirtieron que a las virtudes hay que alimentarlas, y no descuidarlas. En plena campaña, el gobernador se mostró como un gobernador sin respuestas. Distintos tiempos en la Justicia tucumana. Pocos días para cambiar.
Hay una frase remanida que los políticos suelen utilizar mucho cuando no pueden explicar mucho las cosas. Se trata de seis palabras, que no dicen nada y lo dicen todo. Viene bien usarlas en estos momentos en los que hay que decir que los que ganaron perdieron, pero los que perdieron ganaron aunque en realidad no ganó ninguno y todos tendrán que trabajar a fondo para ser.
El pueblo es sabio cuando vota.
La sociedad tucumana hizo un fuerte llamado de atención cuando fue a sufragar el domingo pasado.
Alperovich llegó a ser candidato del peronismo en épocas de vacas flacas. Traía la decisión de querer ser gobernador y también dinero para poner en el proyecto. Lo recibió con los brazos abiertos Julio Miranda que tenía un ropaje andrajoso, un presupuesto magro, una canoa para escapar solo, una banca de senador por las dudas hubiera un traje a rayas a su medida y un avión con pasaje directo al Congreso. Detrás del "negro" estaba el peronismo. El de siempre. El del bolsón, el de la clase baja, el del plan social, el del bombo; el mismo que jamás deja de poner el voto y, si duda, pone la boleta que le indica su referente. El peronista fiel es difícil que deje de ser fiel. En aquel entonces, apenas había empezado el siglo, Alperovich ofrecía sumarse y en su mochila traía la tarjeta de empresario y el seudónimo de un trabajador incansable. Eso implicaba que el aporte de este radical decepcionado de Yrigoyen y de Alem era un importante sector de la clase media y otro tanto de la clase alta.
El domingo, Alperovich confirmó que durante esta década de gestión perdió lo que él había traído en la mochila y le había aportado al peronismo. Y, sin embargo, el peronismo que nunca fue de él no le dio la espalda y lo sostuvo. Fueron los votos del peronismo de siempre los que le dieron el triunfo el 11 de agosto. La clase media y media alta ya no están con él.
Miranda en aquel entonces empataba los comicios u obtenía victorias pírricas. Lograba dos bancas y festejaba porque no sólo no tenía nada para pelear sino que en frente tenía una oposición robusta que dirimía palmo a palmo y al mismísimo Lanata que le señalaba los niños desnutridos. Alperovich entonces lo miraba por TV; y ahora no tiene todavía una oposición armada, seria, responsable. Es dubitativa, débil y está desperdigada en fracciones. Y José Cano promete, promete, pero aún no contagia. Da la sensación de que siempre se conforma con lo que hay. Son los otros, de afuera de su entorno, los que le levantan las expectativas a Cano. Miranda peleaba con los Bussi espada con espada.
Estos antecedentes tal vez ayuden a entender por qué Alperovich, aun habiendo ganado y sacado una diferencia de tres a uno en hipotéticas bancas de diputados, se escondió, no dio la cara y salió tambaleante de la Casa de Gobierno en los primeros minutos del 12 de agosto.
El único Bussi que queda en política fue una sorpresa en estos comicios. No sólo porque fue la tercera fuerza en las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) sino también porque su campaña fue exclusivamente en contra de Cristina Kirchner, que no figuraba en ninguna lista provincial. Pero aún hay más: muchos de sus votos no vinieron del microcentro ni de los circuitos que alguna vez le fueron fieles en la capital. Muchas boletas se las aportaron de la periferia. Otra falla en la estrategia alperovichista, que antes de la votación especuló que quienes sufragaban por Ricardo Bussi le restaban al radicalismo; y no fue así.
Alperovich, como Cristina, no fue candidato, pero puso la cara en los afiches y, por lo tanto, plebiscitó su gestión. También hizo apuestas y perdió en todas. Puso fichas a la postulación de Juan Manzur y este sólo le devolvió sonrisas. También dejó fichas en su hija Sara, con la ilusión de que sea cabeza de lista de los legisladores en el futuro; y ella ni siquiera ganó en las internas de los odontólogos. Tampoco pagaron bien los Gassenbauer, que siempre fueron sus fijas en la Capital. Otro hijo dilecto, Armando Cortalezzi, tampoco le devolvió lo que había apostado; y lo que es peor, terminó peleándose con Domingo Amaya. El intendente comenzó de punto de la derrota y terminó la semana siendo banca. ¡Colorado, el domingo!, gritaron los votos y pusieron en peligro la unidad peronista. Amaya, en este marco, dejó en claro que acompaña, pero que en cualquier momento salta el cerco alperovichista. Una de las cosas que le falló a Alperovich es que después de perder el 20% de los votos cualquiera se le anima.
Alperovich llegó al Gobierno hace una década como el dueño de los votos; y esta vez, si no hubiera sido por los sufragios de Luis Romano -su rival interno- no habría ganado en la capital. No hace mucho, decidía sobre todo y sobre todos. Ahora es un muñeco del kirchnerismo, y ni siquiera es el buen alumno que fue. El santiagueño Gerardo Zamora tiene mejores calificaciones, según la misma Presidenta lo hizo saber. Esa identificación con el kirchnerismo nacional fue una mochila en tiempos donde la inflación disfrazada o el impuesto a las Ganancias que envuelve a una gran masa de asalariados tuvo el peso específico del plomo. A eso se le sumaron varios kilos de Caso Lebbos y del camélido transporte que utilizaron los Alperovich y sus acólitos en las vacaciones. Hubiera sido aún peor si la oposición los hubieran explotado, pero se ve que Cano y los demás fueron complacientes con el camello.
Y hubo más para que el propio Alperovich se restara votos: habló de más y dijo lo que un ciudadano jamás espera de un gobernador. En el sincericidio de campaña se anotan las siguientes frases: A) "Uno hace hasta donde puede actuar. Hacemos multas, hacemos esto, ya no sé qué más podemos hacer", esa confesión fue cuando las llamas sitiaban la provincia por la quema de cañaverales. B) "En seguridad tenemos aún muchos desafíos, hay que mejorar. Los robos y la delincuencia seguirán existiendo, pero hay que dotar a la policía de los mejores elementos", es una de las típicas frases sobre un tema que lo tiene como perro en cancha de bochas, después de 10 años de gestión. C) "La droga entre los jóvenes nos está ganando". Otro tópico en que los tucumanos fuimos derrotados.
La Cámpora no lo ayudó. Quedó reducida a una lucha en Famaillá y aunque no lo sorprendió al alperovichismo si dejó preocupado al rector Juan Cerisola, que apostaba a la mediación de los jóvenes para soñar con una re-reelección.
Cuando la sociedad vota es sabia. Una mayoría ha acompañado a Cano porque es el único que se arriesgó a decir que quiere asumir el poder y ser gobernador; los demás se preocuparon por contar quien los acompaña a nivel nacional. Quedan dos meses, el pueblo ha dado su veredicto. Los políticos tienen muy poco tiempo para cambiar esa decisión.
Velocímetro descompuesto
Los que increíblemente no tienen noción del tiempo son algunos miembros de la Justicia tucumana. Es llamativo ver -esta semana quedó clarísimo- cómo el reloj lo maneja el Poder Ejecutivo. Cuando las causas las necesita el mandatario provincial la "señora de ojos vendados" se saca la venda, se levanta un poco la túnica para no tropezar y sale corriendo. Así pasó cuando el abogado de los Alperovich pidió que se investigue quién tiene algo que ver con los videos y fotos que salieron del celular de la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich y se propagaron como un virus. Apenas salió el pedido del letrado ya estaban allanando un local. En cambio, aquellas cuestiones que le preocupan al alperovichismo tienen el paso de tortuga. Basta con preguntarle a Alberto Lebbos, el padre de Paulina, o con seguir la investigación de las irregularidades de la DAU. Curiosamente, el manejo del tiempo jurídico es un bumerán para Alperovich y ni que hablar para la Justicia provincial que hace tiempo que carga con el sambenito de la intervención.
El caso Herrera Molina también pudo haber incidido en el humor de los que dejaron de acompañar a Alperovich. La demorada aceptación de la renuncia no sólo habría afectado el humor del votante, sino también el del fiscal de Estado, Jorge Posse Ponessa, que no habría quedado contento con la forma en que se tomó la resolución final.
El peronismo tucumano es un olla en ebullición y no se sabe qué pasará cuando se apague el fuego. La oposición del Acuerdo Cívico y Social trata de ganar tiempo y se reúne prometiendo unión; algo que nunca logró. El resto aún no sabe qué hacer. El único que tomó una decisión fue el gobernador: se fue a Israel, cargado de papelitos, a pedir nuevos deseos.
La sociedad tucumana hizo un fuerte llamado de atención cuando fue a sufragar el domingo pasado.
Alperovich llegó a ser candidato del peronismo en épocas de vacas flacas. Traía la decisión de querer ser gobernador y también dinero para poner en el proyecto. Lo recibió con los brazos abiertos Julio Miranda que tenía un ropaje andrajoso, un presupuesto magro, una canoa para escapar solo, una banca de senador por las dudas hubiera un traje a rayas a su medida y un avión con pasaje directo al Congreso. Detrás del "negro" estaba el peronismo. El de siempre. El del bolsón, el de la clase baja, el del plan social, el del bombo; el mismo que jamás deja de poner el voto y, si duda, pone la boleta que le indica su referente. El peronista fiel es difícil que deje de ser fiel. En aquel entonces, apenas había empezado el siglo, Alperovich ofrecía sumarse y en su mochila traía la tarjeta de empresario y el seudónimo de un trabajador incansable. Eso implicaba que el aporte de este radical decepcionado de Yrigoyen y de Alem era un importante sector de la clase media y otro tanto de la clase alta.
El domingo, Alperovich confirmó que durante esta década de gestión perdió lo que él había traído en la mochila y le había aportado al peronismo. Y, sin embargo, el peronismo que nunca fue de él no le dio la espalda y lo sostuvo. Fueron los votos del peronismo de siempre los que le dieron el triunfo el 11 de agosto. La clase media y media alta ya no están con él.
Miranda en aquel entonces empataba los comicios u obtenía victorias pírricas. Lograba dos bancas y festejaba porque no sólo no tenía nada para pelear sino que en frente tenía una oposición robusta que dirimía palmo a palmo y al mismísimo Lanata que le señalaba los niños desnutridos. Alperovich entonces lo miraba por TV; y ahora no tiene todavía una oposición armada, seria, responsable. Es dubitativa, débil y está desperdigada en fracciones. Y José Cano promete, promete, pero aún no contagia. Da la sensación de que siempre se conforma con lo que hay. Son los otros, de afuera de su entorno, los que le levantan las expectativas a Cano. Miranda peleaba con los Bussi espada con espada.
Estos antecedentes tal vez ayuden a entender por qué Alperovich, aun habiendo ganado y sacado una diferencia de tres a uno en hipotéticas bancas de diputados, se escondió, no dio la cara y salió tambaleante de la Casa de Gobierno en los primeros minutos del 12 de agosto.
El único Bussi que queda en política fue una sorpresa en estos comicios. No sólo porque fue la tercera fuerza en las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) sino también porque su campaña fue exclusivamente en contra de Cristina Kirchner, que no figuraba en ninguna lista provincial. Pero aún hay más: muchos de sus votos no vinieron del microcentro ni de los circuitos que alguna vez le fueron fieles en la capital. Muchas boletas se las aportaron de la periferia. Otra falla en la estrategia alperovichista, que antes de la votación especuló que quienes sufragaban por Ricardo Bussi le restaban al radicalismo; y no fue así.
Alperovich, como Cristina, no fue candidato, pero puso la cara en los afiches y, por lo tanto, plebiscitó su gestión. También hizo apuestas y perdió en todas. Puso fichas a la postulación de Juan Manzur y este sólo le devolvió sonrisas. También dejó fichas en su hija Sara, con la ilusión de que sea cabeza de lista de los legisladores en el futuro; y ella ni siquiera ganó en las internas de los odontólogos. Tampoco pagaron bien los Gassenbauer, que siempre fueron sus fijas en la Capital. Otro hijo dilecto, Armando Cortalezzi, tampoco le devolvió lo que había apostado; y lo que es peor, terminó peleándose con Domingo Amaya. El intendente comenzó de punto de la derrota y terminó la semana siendo banca. ¡Colorado, el domingo!, gritaron los votos y pusieron en peligro la unidad peronista. Amaya, en este marco, dejó en claro que acompaña, pero que en cualquier momento salta el cerco alperovichista. Una de las cosas que le falló a Alperovich es que después de perder el 20% de los votos cualquiera se le anima.
Alperovich llegó al Gobierno hace una década como el dueño de los votos; y esta vez, si no hubiera sido por los sufragios de Luis Romano -su rival interno- no habría ganado en la capital. No hace mucho, decidía sobre todo y sobre todos. Ahora es un muñeco del kirchnerismo, y ni siquiera es el buen alumno que fue. El santiagueño Gerardo Zamora tiene mejores calificaciones, según la misma Presidenta lo hizo saber. Esa identificación con el kirchnerismo nacional fue una mochila en tiempos donde la inflación disfrazada o el impuesto a las Ganancias que envuelve a una gran masa de asalariados tuvo el peso específico del plomo. A eso se le sumaron varios kilos de Caso Lebbos y del camélido transporte que utilizaron los Alperovich y sus acólitos en las vacaciones. Hubiera sido aún peor si la oposición los hubieran explotado, pero se ve que Cano y los demás fueron complacientes con el camello.
Y hubo más para que el propio Alperovich se restara votos: habló de más y dijo lo que un ciudadano jamás espera de un gobernador. En el sincericidio de campaña se anotan las siguientes frases: A) "Uno hace hasta donde puede actuar. Hacemos multas, hacemos esto, ya no sé qué más podemos hacer", esa confesión fue cuando las llamas sitiaban la provincia por la quema de cañaverales. B) "En seguridad tenemos aún muchos desafíos, hay que mejorar. Los robos y la delincuencia seguirán existiendo, pero hay que dotar a la policía de los mejores elementos", es una de las típicas frases sobre un tema que lo tiene como perro en cancha de bochas, después de 10 años de gestión. C) "La droga entre los jóvenes nos está ganando". Otro tópico en que los tucumanos fuimos derrotados.
La Cámpora no lo ayudó. Quedó reducida a una lucha en Famaillá y aunque no lo sorprendió al alperovichismo si dejó preocupado al rector Juan Cerisola, que apostaba a la mediación de los jóvenes para soñar con una re-reelección.
Cuando la sociedad vota es sabia. Una mayoría ha acompañado a Cano porque es el único que se arriesgó a decir que quiere asumir el poder y ser gobernador; los demás se preocuparon por contar quien los acompaña a nivel nacional. Quedan dos meses, el pueblo ha dado su veredicto. Los políticos tienen muy poco tiempo para cambiar esa decisión.
Velocímetro descompuesto
Los que increíblemente no tienen noción del tiempo son algunos miembros de la Justicia tucumana. Es llamativo ver -esta semana quedó clarísimo- cómo el reloj lo maneja el Poder Ejecutivo. Cuando las causas las necesita el mandatario provincial la "señora de ojos vendados" se saca la venda, se levanta un poco la túnica para no tropezar y sale corriendo. Así pasó cuando el abogado de los Alperovich pidió que se investigue quién tiene algo que ver con los videos y fotos que salieron del celular de la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich y se propagaron como un virus. Apenas salió el pedido del letrado ya estaban allanando un local. En cambio, aquellas cuestiones que le preocupan al alperovichismo tienen el paso de tortuga. Basta con preguntarle a Alberto Lebbos, el padre de Paulina, o con seguir la investigación de las irregularidades de la DAU. Curiosamente, el manejo del tiempo jurídico es un bumerán para Alperovich y ni que hablar para la Justicia provincial que hace tiempo que carga con el sambenito de la intervención.
El caso Herrera Molina también pudo haber incidido en el humor de los que dejaron de acompañar a Alperovich. La demorada aceptación de la renuncia no sólo habría afectado el humor del votante, sino también el del fiscal de Estado, Jorge Posse Ponessa, que no habría quedado contento con la forma en que se tomó la resolución final.
El peronismo tucumano es un olla en ebullición y no se sabe qué pasará cuando se apague el fuego. La oposición del Acuerdo Cívico y Social trata de ganar tiempo y se reúne prometiendo unión; algo que nunca logró. El resto aún no sabe qué hacer. El único que tomó una decisión fue el gobernador: se fue a Israel, cargado de papelitos, a pedir nuevos deseos.