Peluquerías modernas: boliche, sushi, diseño... ¡ah! y de paso te cortan el pelo

Como forma de atraer y de identificarse con los clientes, los nuevos salones redoblan la apuesta y extienden su propuesta. Un espacio de bienestar

LUJO MODERNO. La experiencia del nuevo lujo se vive en Lola Barcelona, un salón boutique pensado y trazado por el diseñador de interiores Alberto Cipolatti quien es, además, uno de sus tres dueños.   LA GACETA / FOTOS DE DIAGO ARáOZ LUJO MODERNO. La experiencia del nuevo lujo se vive en Lola Barcelona, un "salón boutique" pensado y trazado por el diseñador de interiores Alberto Cipolatti quien es, además, uno de sus tres dueños. LA GACETA / FOTOS DE DIAGO ARáOZ
25 Agosto 2013
Viernes a la noche. La ciudad se cepilla la rutina de la semana y quiere sentirse linda. Brillar. Bailar. Comer algo rico. Divertirse a carcajadas. Pesadas como plomo, las persianas de algunos negocios caen más rápido que cualquier otro día. En otros, en cambio, la jornada está lejos de terminarse. Alicia de Miranda tiene 65 años y es infiel. "Infiel al peluquero, nunca voy al mismo", aclara rápidamente. Ella vive en Barrio Norte y le gustó el corte "desmechado" de su vecina, entonces fue a buscar un affaire capilar en el salón que le recomendó.

En la peluquería de Jesús un DJ español toca música electrónica en vivo y hace temblar los vidrios. Es casi una previa nocturna. Rubias de tacos y piernas hasta el techo bailan y se ríen como si estuvieran a punto de dar las 4AM, pero son apenas las 21. En la puerta, Alicia duda: piensa que su pelo corto color gris plata va a contrastar demasiado con el naranja estridente de las paredes y con los veintipocos de las chicas que se están peinando. Qué más da, el viernes es su día de peluquería y a eso no se renuncia.

"Para qué viene a hablar conmigo, habiendo tantas chicas lindas", le dice Alicia al cronista de LA GACETA y confiesa que está sorprendida por el ambiente. "Parece un boliche, yo me siento un poco sapo de otro pozo, pero me encanta la música". Y de repente, la señora que no quería hablar, ya estaba compartiendo su historia con el cronista y con Alejandra Gauna, la colorista de la peluquería.

"Yo hubiera querido ser peluquera, me encanta el oficio y de hecho a veces me corto yo misma el pelo, pero para dejarla callada a mi madre y demostrarle que yo sí podía seguir una carrera universitaria, estudié Letras. Hoy soy docente...", cuenta Alicia.

Han cambiado muchas cosas en las peluquerías: ya no hay sólo sillas, espejos y cascos secadores de pelo. Ahora, estos negocios se agrandan, tanto en espacio como en rubros: hoy podés ir a cortarte el pelo y que te diseñen un vestido o hacerte las uñas mientras te sirven sushi.

Pero la esencia de las peluquerías sigue intacta: las penas y las alegrías de la vida cotidiana todavía se cortan con tijeras, pasan por el esterilizador, y se ablandan con un baño de crema. O con un shock de Keratina.

Hoy es el Día del Peluquero y se lo celebra en todo el mundo por igual. La leyenda cuenta que la fecha se instaló en honor al peluquero del rey Luis XV quien, agradecido a su servidor, le dio el título de caballero. Es que sus tareas no eran únicamente mantener óptima la frondosa cabellera del monarca, sino que se trataba de un consejero oportuno que le informaba acerca de las necesidades del pueblo. De la misma manera, Gauna, mientras termina con el pelo de Alicia, le recuerda que "nunca es tarde".

Si en Jesús Estilistas Contemporáneos se arma una suerte de previa, en la peluquería de Abel Urbano lo que se encuentra es un boliche en plena acción. Las luces son más tenues, coloridas y destellantes, tanto como para que uno se pregunte cómo hace este joven de 24 años para trabajar con tan poca luz. Así se entiende él con sus clientes. Y está acostumbrado: siempre que puede, Abel "saca la peluquería a la calle" y hace shows en las discos, donde tiñe, corta y peina sólo para que el público disfrute de ese momento en un espacio diferente.

Abel es discípulo de Jesús y la influencia se nota, pero también hay cosas que los diferencian. "Yo quería abarcar otro público, gente más de mi edad y con un bolsillo tal vez más ajustado, pero al que le guste la fiesta. La mayoría de mis clientes son de entre 15 y 24 años, que vienen a buscar algo diferente", cuenta. En su peluquería es común ver que las luces láser se escapan por las puertas de vidrio pasadas la 1, las 2 o las 3 de la madrugada. Algo similar ocurre en la peluquería de Pío Salvador, en barrio sur, un estilista con el sueño cambiado que, a veces, se queda hasta las 5 de la mañana trabajando.

"Cuando una va a la peluquería quiere que la traten como una reina. Tiene ganas de ponerse linda, que la mimen y también pasar un buen momento", dice Norma Bosonetto, de 60 años. Tiene el pelo de color blanco inmaculado, igual que las paredes, las cortinas, los muebles y las molduras de Lola Barcelona. Todo ahí dentro tiene un aspecto extremadamente cuidado. Esa fue la intención del diseñador quien, por cierto, proviene de una familia de peluqueros de barrio en Villa 9 de Julio.

"Hicimos un estudio de mercado y lo que vimos era que faltaba un lugar que proponga una experiencia distinta desde el punto de vista estético del local. Es, por supuesto, una forma de atraer, de vender, pero tiene que ser coherente con el servicio que se presta", señala Alberto Cipolatti, diseñador de interiores y uno de los tres dueños de ese salón de techos altos que cautiva con sus arañas, rosas rojas y empapelados exquisitos. "Cuando hay una fecha especial, como el Día de la Madre, por ejemplo, acá se nota. Seguro hay unos globos, algo para comer, un agasajo que por mínimo que sea te hace sentir bien", aplaude Norma. Lo mismo ocurre en el salón Santa Constancia, donde, en algunas ocasiones, se organiza una "sushi night" mientras las clientas renuevan su look o se hacen las manos.

"Es un juego entre extremos: lo que se ofrece es un lujo accesible, un 'lujo austero' que mezcla lo barroco con lo minimalista", describe Cipolatti. Según él, "Lola" ha marcado un camino: "ahora en muchas peluquerías vas a ver arañas, espejos biselados y rosas rojas. Eso nos gusta, aunque en algunos locales te tenés que agachar para no chocarte con la araña", ametralla.

Noches de comida que está a la moda, DJs en vivo, bolas de boliche y luces estroboscópicas. "La peluquería se convierte en un lugar donde la gente encuentra su imagen, su look. A partir de ese momento toma peso la estética de la peluquería como espacio y los servicios se vuelven mucho más avanzados que antes. Ya no se puede armar la peluquería en el garage de una casa, ahora necesitás una estructura", ensaya Jesús como modo de explicar este fenómeno que llevó a que las peluquerías se parezcan cada vez menos a lo que conocimos.

Hay propuestas para todos los gustos y si parecía que ya se había inventado todo, apareció D&M Peluqueros, un espacio donde además del pelo, las uñas y los pies, las mujeres pueden hacerse confeccionar un vestido a medida. Esta peluquería-atellier tiene pocos meses funcionando y al menos hasta ahora, es la única de este tipo.

"Trabajamos con un diseñador, para ampliar el campo de una novia o una quinceañera. También ofrecemos servicios como maquillaje, depilación, manos, pies, y masajes... El espacio está pensada como el living de una casa, en el que los clientes no vayan solo a hacer un trámite, sino a pasar un buen momento", explica Daniel Mónaco, uno de los propietarios.

Daniel no tiene nostalgia por los viejos modelos de peluquería, donde todo era más íntimo y personal. "La esencia sigue estando: los peluqueros tratamos el cabello, con nuevas o antiguas técnicas, pero además seguimos poniendo la oreja para que la gente tenga su cable a tierra. Pero lo que aprendemos también es a escuchar mucho y a hablar poco, y mucho menos de cosas como política y religión... nada que divida puede estar en boca de un peluquero. Mucha gente llega porque está en crisis y quiere un cambio; entonces hay que ayudar, no complicarlos más", aconseja.

Al parecer, las fachadas de las peluquerías pueden haber cambiado. Sin embargo, la función del peluquero sigue siendo la misma: refrescar la cabeza del cliente. Por dentro y por fuera.

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