29 Agosto 2013
"Estaba podrida en vida. Esas personas eran caníbales. Al dolor lo llevabas dentro, pero a tu alma no". El testimonio de Josefa, uno de los más cruentos relatos de las torturas cometidas en los campos de exterminio, enmudeció la sala en el Tribunal Oral Federal. Firme y con convicción, Josefa contó su historia con la emoción apretando por dentro. Así cerraron la semana pasada las audiencias por la megacausa "Arsenales II-Jefatura II". El juicio, en el que se investigan crímenes de lesa humanidad contra unas 200 víctimas y se juzga la responsabilidad de 41 imputados se reanudará mañana.
Entre 1975 y 1976, Josefa tenía alrededor de veinte años (no supo dar precisiones porque no sabe leer ni escribir). Trabajaba en una finca cañera en Yacuchina, cerca del ingenio de Santa Lucía al momento de su secuestro, junto a un chico de 15 ó 16 años, a quien se refirió como el "Mocho" Rivero.
"Por las mañanas, nosotros íbamos a pelar caña. Nos tomaban asistencia como si asistiéramos a la escuela. Una señora que perdió la comida que estaba preparando salió a reclamarles a los militares, que estaban a un par de cuadras de donde nosotros estábamos", inició su testimonio Josefa. "Aparecieron haciendo tiros. A la señora que reclamaba le sacaron toda la comida y le llenaron la olla con piedras y arena. Por entre las cañas aparecieron más soldados y golpearon a Rivero con fuerza. Me dolió ver a cómo le pegaban a esa criatura. El me decía 'ayúdeme Josefa, no puedo más', mientras lo golpeaban, lo picaneaban y le hacían iniquidades", soltó entre lágrimas Josefa, pero sin demorar su relato.
En ese momento, según contó la testigo-víctima, un soldado la golpeó con la culata de su arma. Ella cayó de espaldas, la esposaron y le colocaron un algodón en la boca. "Algo tenía ese algodón que me ardía hasta el cimiento de mi alma, me quemaba terriblemente", acotó. "Luego me arrojaron en un zanjón, donde amontonaban a la gente, y caía uno sobre otro". Desde allí, dijo, la trasladaron a una construcción frente al ingenio Santa Lucía.
"Nos introdujeron en un cuartito, todos amontonados. Ahí me bajaron el pantalón y me violaron y me hicieron un montón de otras iniquidades. Yo no podía hacer nada. Me ultrajaron la vida, me han sacado todo. Me convirtieron en un trapo sucio", continuó. Josefa contó que vio cómo crucificaban al "Mocho" Rivero, "que murió desangrado" frente a otros detenidos. "Ellos agarraron a ese muchacho y lo cortaron con bayonetas. Lo tenían totalmente desnudo. Él murió pidiéndome auxilio, pero yo no pude hacer nada porque estaba igual que él, ya había sido ultrajada por esos caníbales", contó entre sollozos.
Josefa fue trasladada luego a Jefatura, donde precisó que vio cómo el general Antonio Domingo Bussi encabezaba los fusilamientos. "Jefatura estaba lleno de jaulas y era un sólo alarido de sufrimiento. Las torturas eran horribles, yo no podía aguantar más y pedía que me maten. Al dolor lo llevás dentro, pero al alma ya no la tenés contigo. Nosotros buscábamos trabajo para vivir, no para otra cosa, no para matar como ellos hicieron", soltó entre lamentos la mujer.
Tras su liberación, la testigo afirmó que debió permanecer un año internada y someterse a nueve operaciones. "El tiempo se me ha ido. Usted mismo sentía el olor a podrido que estaba ahí. He soportado hasta que salí; estaba podrida en vida", finalizó.
Entre 1975 y 1976, Josefa tenía alrededor de veinte años (no supo dar precisiones porque no sabe leer ni escribir). Trabajaba en una finca cañera en Yacuchina, cerca del ingenio de Santa Lucía al momento de su secuestro, junto a un chico de 15 ó 16 años, a quien se refirió como el "Mocho" Rivero.
"Por las mañanas, nosotros íbamos a pelar caña. Nos tomaban asistencia como si asistiéramos a la escuela. Una señora que perdió la comida que estaba preparando salió a reclamarles a los militares, que estaban a un par de cuadras de donde nosotros estábamos", inició su testimonio Josefa. "Aparecieron haciendo tiros. A la señora que reclamaba le sacaron toda la comida y le llenaron la olla con piedras y arena. Por entre las cañas aparecieron más soldados y golpearon a Rivero con fuerza. Me dolió ver a cómo le pegaban a esa criatura. El me decía 'ayúdeme Josefa, no puedo más', mientras lo golpeaban, lo picaneaban y le hacían iniquidades", soltó entre lágrimas Josefa, pero sin demorar su relato.
En ese momento, según contó la testigo-víctima, un soldado la golpeó con la culata de su arma. Ella cayó de espaldas, la esposaron y le colocaron un algodón en la boca. "Algo tenía ese algodón que me ardía hasta el cimiento de mi alma, me quemaba terriblemente", acotó. "Luego me arrojaron en un zanjón, donde amontonaban a la gente, y caía uno sobre otro". Desde allí, dijo, la trasladaron a una construcción frente al ingenio Santa Lucía.
"Nos introdujeron en un cuartito, todos amontonados. Ahí me bajaron el pantalón y me violaron y me hicieron un montón de otras iniquidades. Yo no podía hacer nada. Me ultrajaron la vida, me han sacado todo. Me convirtieron en un trapo sucio", continuó. Josefa contó que vio cómo crucificaban al "Mocho" Rivero, "que murió desangrado" frente a otros detenidos. "Ellos agarraron a ese muchacho y lo cortaron con bayonetas. Lo tenían totalmente desnudo. Él murió pidiéndome auxilio, pero yo no pude hacer nada porque estaba igual que él, ya había sido ultrajada por esos caníbales", contó entre sollozos.
Josefa fue trasladada luego a Jefatura, donde precisó que vio cómo el general Antonio Domingo Bussi encabezaba los fusilamientos. "Jefatura estaba lleno de jaulas y era un sólo alarido de sufrimiento. Las torturas eran horribles, yo no podía aguantar más y pedía que me maten. Al dolor lo llevás dentro, pero al alma ya no la tenés contigo. Nosotros buscábamos trabajo para vivir, no para otra cosa, no para matar como ellos hicieron", soltó entre lamentos la mujer.
Tras su liberación, la testigo afirmó que debió permanecer un año internada y someterse a nueve operaciones. "El tiempo se me ha ido. Usted mismo sentía el olor a podrido que estaba ahí. He soportado hasta que salí; estaba podrida en vida", finalizó.