06 Septiembre 2013
LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO
Prolijo, conciso, laudatorio, el programa de mano que circuló la noche del 16 de septiembre de 1967 por el teatro San Martín celebraba la visita de Bruno Gelber a Tucumán. A los 26 años, el pianista ya era una figura internacional y su desembarco en el Septiembre Musical prestigiaba el festival. Fue, al mismo tiempo, el comienzo de un romance de Gelber con Tucumán, amor inconmovible al paso del tiempo, apasionado sobre el escenario. La relación sorteó momentos complicados -como el accidente con el piano que interrumpió el concierto de 2004- y se alimentó a fuerza de felices reencuentros. Madura, la pareja que integran Gelber y Tucumán volverá a entrelazar dedos y teclas. Hoy, en el San Martín.
Obras de Bach-Busoni, Beethoven -clásico de los clásicos en cada visita-, Debussy y Schumann integraron aquel repertorio del 67. Se explicaba al público: "Gelber tiene dedos de acero, sus ataques se distinguen por un sonido firme, intenso, que sabe sobreponerse -llegado el caso- al fraseo orquestal más tempestuoso... Es dueño de una robusta personalidad, capaz de lograr las más diversas gravaciones de intensidad sonora y transportarlas a la velocidad requerida".
Fueron numerosos los recitales que ofreció Gelber en la capital tucumana. Siempre vuelve, por lo general con Beethoven bajo el brazo. Cuenta del Concierto N° 3 que lo tocó por primera vez a los nueve años y medio. Llegó a odiarlo, porque el maestro se lo hizo estudiar durante un año y medio. "Pero después hicimos las paces -confesó-. Para mí es el más bello de Beethoven, es un concierto que se puede escuchar de rodillas. Tiene tal belleza interior que están todos los sentimientos del mundo ahí adentro".
En 1972, en la tercera presentación en Tucumán, a Gelber le tocó inaugurar el Septiembre, el domingo 3. En esa ocasión le agregó Brahms al repertorio. Lo aclamaron. Entrevistado por Rodolfo Windhausen, de LA GACETA, enfatizaba: "la fama no me molesta. Al contrario, me cae simpática". Con polera, chaqueta y modernos anteojos, lucía como la estrella que era desde hacía años.
En una foto de 1979 se lo ve muy sonriente al piano. Y eso que estaba a punto de atacar el Concierto N° 3 de Rachmaninoff. Esa noche -como en otras oportunidades- lo acompañó la Sinfónica de la UNT.
"Luego de los conciertos me gusta hacer todo lo que a cualquiera le puede resultar atractivo. Es decir, estar con los amigos, tomar café, ver espectáculos, comer en lugares interesantes... En fin, rodearme de todo lo que tenga vida", le contaba a LA GACETA. Gelber subrayaba que para él lo más importante era estar siempre preparado para vivir vibrando intensamente. Lo demostró en cada retorno al norte.
El concierto que brindó en 1986 es uno de los más recordados porque le regaló al público tucumano el Vals Mephisto, de Liszt.
Cinco años más tarde, en 1991, se fundió en un abrazo con Ramón Ortega -flamante gobernador en ese momento-. Resultó, a fin de cuentas, el afectuoso encuentro entre dos músicos pertenecientes a universos totalmente distintos. Junto a Gelber actuó la Orquesta de San Luis, dirigida por Darío Ntaca.
A mediados de la década pasada las cosas se pusieron tensas. El jueves 23 de septiembre de 2004, en pleno "Claro de luna", Gelber se levantó y le anunció al colmado auditorio del San Martín: "les pido disculpas pero no puedo continuar porque se aflojó el pedal del piano". El problema se solucionó, pero estaba claro que el viejo Baldwin no daba más. Al año siguiente Gelber llegó para estrenar el Steinway por el que se pagaron 99.900 dólares en Nueva York.
No podía ser de otra manera, tratándose de un músico unido por el corazón con la provincia que tanto lo quiere.
Obras de Bach-Busoni, Beethoven -clásico de los clásicos en cada visita-, Debussy y Schumann integraron aquel repertorio del 67. Se explicaba al público: "Gelber tiene dedos de acero, sus ataques se distinguen por un sonido firme, intenso, que sabe sobreponerse -llegado el caso- al fraseo orquestal más tempestuoso... Es dueño de una robusta personalidad, capaz de lograr las más diversas gravaciones de intensidad sonora y transportarlas a la velocidad requerida".
Fueron numerosos los recitales que ofreció Gelber en la capital tucumana. Siempre vuelve, por lo general con Beethoven bajo el brazo. Cuenta del Concierto N° 3 que lo tocó por primera vez a los nueve años y medio. Llegó a odiarlo, porque el maestro se lo hizo estudiar durante un año y medio. "Pero después hicimos las paces -confesó-. Para mí es el más bello de Beethoven, es un concierto que se puede escuchar de rodillas. Tiene tal belleza interior que están todos los sentimientos del mundo ahí adentro".
En 1972, en la tercera presentación en Tucumán, a Gelber le tocó inaugurar el Septiembre, el domingo 3. En esa ocasión le agregó Brahms al repertorio. Lo aclamaron. Entrevistado por Rodolfo Windhausen, de LA GACETA, enfatizaba: "la fama no me molesta. Al contrario, me cae simpática". Con polera, chaqueta y modernos anteojos, lucía como la estrella que era desde hacía años.
En una foto de 1979 se lo ve muy sonriente al piano. Y eso que estaba a punto de atacar el Concierto N° 3 de Rachmaninoff. Esa noche -como en otras oportunidades- lo acompañó la Sinfónica de la UNT.
"Luego de los conciertos me gusta hacer todo lo que a cualquiera le puede resultar atractivo. Es decir, estar con los amigos, tomar café, ver espectáculos, comer en lugares interesantes... En fin, rodearme de todo lo que tenga vida", le contaba a LA GACETA. Gelber subrayaba que para él lo más importante era estar siempre preparado para vivir vibrando intensamente. Lo demostró en cada retorno al norte.
El concierto que brindó en 1986 es uno de los más recordados porque le regaló al público tucumano el Vals Mephisto, de Liszt.
Cinco años más tarde, en 1991, se fundió en un abrazo con Ramón Ortega -flamante gobernador en ese momento-. Resultó, a fin de cuentas, el afectuoso encuentro entre dos músicos pertenecientes a universos totalmente distintos. Junto a Gelber actuó la Orquesta de San Luis, dirigida por Darío Ntaca.
A mediados de la década pasada las cosas se pusieron tensas. El jueves 23 de septiembre de 2004, en pleno "Claro de luna", Gelber se levantó y le anunció al colmado auditorio del San Martín: "les pido disculpas pero no puedo continuar porque se aflojó el pedal del piano". El problema se solucionó, pero estaba claro que el viejo Baldwin no daba más. Al año siguiente Gelber llegó para estrenar el Steinway por el que se pagaron 99.900 dólares en Nueva York.
No podía ser de otra manera, tratándose de un músico unido por el corazón con la provincia que tanto lo quiere.