Por Guillermo Monti
08 Septiembre 2013
Un video en YouTube se titula "Niño gordo se defiende del bullying". Superó largamente las seis millones de visitas y reúne más de 12.000 comentarios. Dura 42 segundos y muestra cómo un chico acosado explota y termina revoleando al agresor. Tan lamentable como la imagen -o más- es el tono de los foristas. Burlistas, discriminadores, infinidad de opinators terminan desnudando su propia capacidad de herir.
Ese es el ambiente en el que nos movemos. Un polvorín emocional. Cada caso que trasciende genera indignación y acentúa el malhumor social. La consigna es: lapidación a los agresores. Condena. Expulsión. Pero sacándolo del sistema, ¿no se potenciarán los problemas de ese chico? ¿Qué hacer con los abusadores? ¿Qué estrategia conviene? ¿Cómo ayudarlos? Las conductas de ese niño -o joven- no son caprichosas; obedecen a las condiciones de su vida de relación. ¿Cómo involucrar a su familia, cuando en muchos casos en ese núcleo se activó la bomba del bullying?
"Los chicos agresores, independientemente de la medida que tome la escuela, no pueden ser expulsados e ir a parar a la esquina, porque después se termina pidiendo -para ellos- la baja de la edad de imputabilidad", afirmó el ministro de Educación, Alberto Sileoni. Hablaba de un caso en Wilde (Buenos Aires), cuando un grupo de adolescentes golpeó a un compañero.
Durante el primer semestre de 2013 se registraron 780 denuncias de bullying en el país. Eso significa que los episodios son muchísimos más, casi todos silenciados a causa del miedo. Y apuntemos que las denuncias suelen remitirse a las agresiones físicas. El maltrato psicológico, la discriminación, los insultos, el ninguneo, son la moneda corriente. De tan acostumbrados a sufrir, los chicos ya lo consideran habitual. Uno de cada cuatro alumnos les teme a sus compañeros, indican diversos estudios.
El acosador suele exhibir tres rasgos: autoestima baja (la que trata de disimular), imposibilidad de empatizar y altos niveles de ansiedad. Detección de esos perfiles en la escuela y prevención implican el primer paso. De ahí, seguir de cerca a esos chicos y contenerlos. No descuidarse ni descuidarlos. Sí, involucrar a las familias. En el fondo, y sobre todo, no perderlos.
Ese es el ambiente en el que nos movemos. Un polvorín emocional. Cada caso que trasciende genera indignación y acentúa el malhumor social. La consigna es: lapidación a los agresores. Condena. Expulsión. Pero sacándolo del sistema, ¿no se potenciarán los problemas de ese chico? ¿Qué hacer con los abusadores? ¿Qué estrategia conviene? ¿Cómo ayudarlos? Las conductas de ese niño -o joven- no son caprichosas; obedecen a las condiciones de su vida de relación. ¿Cómo involucrar a su familia, cuando en muchos casos en ese núcleo se activó la bomba del bullying?
"Los chicos agresores, independientemente de la medida que tome la escuela, no pueden ser expulsados e ir a parar a la esquina, porque después se termina pidiendo -para ellos- la baja de la edad de imputabilidad", afirmó el ministro de Educación, Alberto Sileoni. Hablaba de un caso en Wilde (Buenos Aires), cuando un grupo de adolescentes golpeó a un compañero.
Durante el primer semestre de 2013 se registraron 780 denuncias de bullying en el país. Eso significa que los episodios son muchísimos más, casi todos silenciados a causa del miedo. Y apuntemos que las denuncias suelen remitirse a las agresiones físicas. El maltrato psicológico, la discriminación, los insultos, el ninguneo, son la moneda corriente. De tan acostumbrados a sufrir, los chicos ya lo consideran habitual. Uno de cada cuatro alumnos les teme a sus compañeros, indican diversos estudios.
El acosador suele exhibir tres rasgos: autoestima baja (la que trata de disimular), imposibilidad de empatizar y altos niveles de ansiedad. Detección de esos perfiles en la escuela y prevención implican el primer paso. De ahí, seguir de cerca a esos chicos y contenerlos. No descuidarse ni descuidarlos. Sí, involucrar a las familias. En el fondo, y sobre todo, no perderlos.
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