Un país en vilo, sin Cristina en el poder

La Argentina está pendiente de la salud de la Presidenta. En el hipotético caso de abdicar, se abriría un intrincado tablero político.

Cuando, repentinamente, se extinguió la vida de Néstor Kirchner -el 27 de octubre de hace exactamente tres años-, el escritor Jorge Asís -de paso estos días por Tucumán-, con el eterno humor ácido de sus reflexiones, definió: "el cacique patagón tuvo la genialidad estratégica de morirse". Entonces, la imagen presidencial de Cristina, junto a la de su marido, había caído por debajo de los 20 puntos. Su desaparición tocó la fibra sensiblera de los argentinos, inclinados por la compasión y la desmemoria. Esa muerte súbita revirtió el veredicto de la consulta popular en la que la viuda supérstite, resultó, después, coronada por segunda vez con el 54% de los votos y más de 37 puntos de diferencia sobre Hermes Binner, segundo.

La operación quirúrgica de la jefe de Estado, tan sorpresiva como el deceso de su cónyuge, se produjo a escasos días de la trascendente contienda electoral, decisiva para su destino personal, para la Argentina y la sobrevivencia del modelo K. En estas horas de incertidumbre, la pregunta de cajón que se formula el país, bajo todos los cielos de su geografía, es si el hematoma cerebral de Cristina tendrá en la conciencia colectiva del sufragante -el domingo 27- aquéllos mismos efectos que el deceso de Kirchner.

¿Podrá dar vuelta una derrota que viene cantada para el kirchnerismo, con réquiem final del ciclo patagónico? Ni el momento político, ni el encuadre histórico es el mismo de aquel entonces, pero la campaña lanzada por las redes sociales con la consigna "Fuerza Cristina" y las cadenas de oración germinadas, rogando por su salud son síntomas de la reacción gregaria. ¿Aparecerá en las urnas el voto-lástima y hasta dónde incidirá en los resultados?

Por su institucionalidad misma, el país entero celebra la recuperación de la Presidente. Nadie sabe cuánto tiempo estará recluida en Olivos, distante de la Casa Rosada, pero no del ejercicio real del poder. ¿Retomará el mando o cederá al ruego de sus hijos que desean para su madre una vida sin sobresaltos y sin el ajetreo ni el estrés de la política? Su hermana Giselle, que es médica, está en la misma tesitura. ¿Cuáles serán las condiciones a las que tendrá que acotar su existencia, en adelante? A pesar del reposo total que se le recomendó, es difícil que una personalidad como la ella se prive de meter mano en cosas del Estado, teniendo en cuenta su imponente carácter.

Juan Manuel Abal Medina, jefe del gabinete de ministros, por si hubiera alguna duda, acaba de decir que "el poder y las órdenes las tiene Cristina", sin haber salido del sanatorio, de lo que se infiere que Amado Boudou está pintado. Y así nomás es, porque Máximo Kirchner y Carlos Zaninni ofician de regentes a dúo hasta su vuelta a la Casa Rosada. Como un florero de mal gusto, el número 2 fue arrumbado en un despacho del Banco Nación, se le vedó su participación en todo acto oficial y no se le permite asomar ni la nariz en la campaña de Insaurralde. Este quedó solo como un hongo, con su madrina enferma y Boudou oculto.

Los médicos recomendaron a Cristina reducir, abruptamente, su labor oficial. Sobre ella pesa, seguramente, el recuerdo vívido de su marido muerto y su proverbial desobediencia. El episodio de su salud no pudo suceder en el momento menos oportuno para el cristinato y a la hora que más la necesita como timonel de tormentas. Cuando el proceso electoral ingresó en la recta final a toda furia, con el humor de la sociedad refractario al oficialismo y profecías nada halagüeñas para ella, su estado físico la convirtió en espectadora, bajo el cuidado médico y la atenta mirada de su familia.

En un país híper mega presidencialista como el nuestro, ni con el liderazgo de Perón se dio una concentración de poder en una única persona como ahora con Cristina. En grado superlativo, por lejos, superó a su difunto esposo. A más de sus funciones específicas y de la conducción política de su feligresía, ella es el Parlamento. Mediante decretos de necesidad y urgencia dicta leyes a granel y las envía, empaquetadas, al Congreso, donde la corporación adicta no corre ni una coma. Intentó politizar la Justicia y no pudo por la firmeza de la Corte Suprema Nacional, que frenó sus veleidades.

Es la gobernante indisimulada en las provincias K, cuyos popes comarcanos, antes que tales son vasallos, convertidos en peregrinos mendicantes al santuario del puerto, donde ella oficia, sujetos a la billetera oficial según su grado de sumisión. Los ministros de su gabinete no existen, son una expresión fantasmagórica y perdieron hasta voz. La economía está bajo su mano férrea, como antes de su esposo, pese al abanico de funcionarios del área. Nada se hace o se deja de hacer sin su licencia.

De ahí el cimbronazo que provocó, fronteras adentro de la Argentina, su intervención quirúrgica de urgencia. Por un momento paralizó la campaña electoral. Todas las organizaciones políticas, en los cuatro puntos cardinales, lamentaron el episodio de su salud y ninguna especuló políticamente. Pero en el fondo no le vino mal a ningún partido opositor, porque su marginación obligada de la puja electoral y la mutación por Boudou al frente del PE les da mucha ventaja. Fue en el corazón del cristinato donde más ruido hizo la noticia del hematoma. De pronto, ese espacio quedó vacío, huérfano, sin la líder que todo lo decide a su manera y a su antojo, sin objeción de nadie.

Con la re-reelección muerta e inhumada, la Presidente ya se resignó a dejar el inquilinato de la Casa Rosada, en 2015. Pero -con su guiño o sin él- el núcleo de talibanes que la entorna, para no perder el poder omnímodo, había elucubrado un plan a futuro que prevé un gobierno de signo peronista, digitado por ella. De ganar, se le reservaría la jefatura de gabinete, de manera tal que detrás del protocolo presidencial, estaría Cristina con la manija del poder efectivo. Algo parecido a lo que hizo Putin en Rusia. La aparición del hematoma en su mollera tiró abajo el proyecto. Opción 2: presentarla en 2015 como candidata a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, descontándose su victoria y relegando a Sergio Massa, quien le apunta al mismo objetivo. Con una alternativa u otra, se alistaría su retorno en 2019, rasguñando los 70 años. Fue, también, una pompa de jabón que su enfermedad diluyó en el aire.

La designación del no amado Amado en la vicepresidencia fue una personalísima decisión, en soledad absoluta, sin consultar a nadie, marginando a otras figuras del peronismo con sobrados merecimientos. El mismo método usó para nombrar a Beatriz Rojkés de Alperovich, como presidente subrogante del Senado, cuya impericia saltó a poco de andar. Para nadie es novedad, la tenaz resistencia a Boudou en la tribu kirchnerista, como en el gabinete. Quien no lo ama y no lo oculta es Máximo, el hijo presidencial.

La situación institucional que afronta la Argentina de hoy, es delicadísima, porque no se sabe en qué devendrá el post operatorio de la jefe de Estado, ni cómo afectará su existencia. Como manda la Constitución, fue sustituida por Boudou. No sólo es vapuleado dentro de la Casa de Gobierno. Ofrece una pésima imagen pública por su desenfado y la frivolidad exhibicionista de la que hace gala. Está enredado en un entuerto penal complicado, al borde del procesamiento.

En el hipotético caso de que Cristina debiera abdicar por su estado de salud, quedaría Boudou al mando de la nave del Estado, en el proceloso mar argentino. Y es aquí donde saltan las interrogaciones nuevamente. Como Boudou más bien goza de un desdén generalizado, desde Máximo para abajo querrían echarlo del Gobierno. Con un sumarísimo juicio político, el desplazamiento es posible. Al producirse la acefalía, la Asamblea Legislativa, con su nueva composición, debería elegir al nuevo presidente de los argentinos entre los mismos parlamentarios (ya Massa estará, orondo, en su poltrona) o entre los gobernadores. Scioli, ¡presente señorita! Pero es otra historia. Para otra ocasión. No es alentar un golpismo destituyente ni usar balas de tinta -entiéndase bien-, sino una hipótesis.

Revuelo en la Corte Suprema

Tras dos abortadas sesiones, el jueves 17 -Día de la Lealtad peronista- intentará cambiar el timonel de la Corte Suprema tucumana. Sólo su titular, Antonio Estofán, cuenta con dos votos: el propio y el de René Goane. A último momento se anotó para la poltrona mayor Daniel Posse, actual presidente del Jury de Enjuiciamiento, de donde quiere huir lo más pronto posible. Nadie de los cortesanos desea formar parte del pelotón de fusilamiento de sus pares. Son conscientes -aunque callen- de que la causa armada por el final del caso Marita Verón, contra los camaristas Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero Lescano, padece de raquitismo jurídico, en la que priva la presión política del gobernador y de Cristina, además de la de Susana Trimarco, portavoz presidencial ad hoc.

Por "sugerencia" de la Casa de Gobierno, sus pares impidieron a Gandur llegar a la presidencia, con el argumento de que acribilló a Alperovich al calificarlo de violador de los derechos humanos, lo que se desprende del fallo. El mandatario cuida sus espaldas cuando lleguen días tormentosos al dejar el poder. En la corporación de abogados -señálase- que el pecado capital del autor de la sentencia fue defender la independencia de la Justicia como valor supremo, con una decisión con el buen humo del derecho. Sacado Gandur de la cancha, la elección del titular del tribunal tiene un final abierto.

Sin disimulo, el gobernador juega sus fichas en esa partida inminente, con ocultas negociaciones entre él y los cortesanos de su palo. No disimula su interés en la integración de la pirámide de mando. Quien resultare electo en esa pata del Estado, será el comisario político de la junta que fiscalizará los comicios de 2015. Para entonces cotizará políticamente en baja, pero no querrá perder el control de un órgano decisivo en el proceso electoral, que pinta caliente como ninguno por todo el poder en disputa.

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