17 Noviembre 2013
Cuesta priorizar desde el análisis la hondura de los temas que se van apilando en la realidad socio-cultural, política, institucional y económica de la Argentina. Y es más difícil aun percibir si a los ciudadanos verdaderamente les interesa involucrarse, para que cuestiones tan preocupantes se resuelvan en beneficio del cuerpo social, más allá de los temores personales de todo tipo que cada uno pueda manifestar.
Por su densidad, el regreso condicionado de la Presidenta, la toma de conciencia de una parte de la sociedad -probablemente tardía- de estar habitando un narco-país, más la inseguridad desbocada y el apuro por darle sanción al nuevo Código Civil y Comercial, que busca entre otras cosas, acotar el concepto de propiedad privada a contramano de la Constitución, forman un bloque más que comprometido con tres protagonistas centrales: el Gobierno, la Iglesia y la Corte Suprema.
Después están las cuestiones económicas, todas ellas de impacto social directo, que tienen como denominador común no sólo la falta de una línea de acción por parte del Gobierno, sino la patética diversidad que expresan a viva voz los funcionarios quienes, en teoría, deberían aportar soluciones.
La inflación, la fuga de dólares, el déficit fiscal, la emisión, el horizonte de default, la crisis energética, el valor de las tarifas y la falta de inversiones que se traducen en retracción y en estancamiento de los empleos son cuestiones que ya no pueden seguir esperando para ver si Guillermo Moreno, Hernán Lorenzino, Axel Kicillof o Mercedes Marcó del Pont se ponen de acuerdo.
Ante tamaño panorama, considerar las internas del PJ bonaerense, donde los intendentes scioli-kirchneristas se vengaron de los referentes de La Cámpora y los sopapearon por los cargos o saber si habrá o no habrá cambios en el gabinete nacional hoy suena irrelevante, aunque en este último tema el internismo de los propios funcionarios haya puesto en el candelero monumentales discrepancias por sí o por no, que sólo ayudaron a acrecentar las dudas. Y si de contradicciones se habla, nada más flagrantes que las que se registraron públicamente dentro del propio Gobierno sobre el modo en que Cristina Fernández regresará a escena: "plenamente" ha dicho el Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina; de modo "paulatino", afirmó un día después el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. En realidad, para frenar el nivel de incertidumbre y a sus hijos dilectos, los rumores, no se necesitaría tanto que la Presidenta se muestre (aunque bien se podría haber distribuido al menos una fotografía), sino que se perciba que hay alguien al comando de la nave. Luego, las decisiones serán mejores o peores, pero lo importante para deshacer el sentimiento de parálisis es salir de una vez por todas de la llamada "franja del silencio", el tiempo de oscuridad radial que los astronautas padecen cuando ingresan a la atmósfera terrestre.
Con Cristina Fernández en funciones, también se habrá abandonado el insólito parche de tener un vicepresidente, Amado Boudou, que, resistido por el propio partido gobernante, fue puesto allí para llenar un espacio y para cumplir sólo con discursos protocolares y generalmente vacíos.
Como se ha visto en el punteo de los flancos a atacar, la situación es verdaderamente complicada y, por lo tanto, toda la ficción del último mes debería dejar paso a una Presidenta compenetrada y activa, pero no desde el marketing que se pretenderá instalar cuando ella pueda volver, ya sea con las fiestas de recibimiento o con las loas que se cantarán a su patriótico valor, sino desde el compromiso de abordar de verdad esa enorme lista de dilemas acuciantes. Lo mínimo que se espera de Cristina es que sea ella la que elabore la nómina de ejecución de prioridades, que al menos haga verificar si alguna solución de las que le acercan no traerá más problemas (algo recurrente en el kirchnerismo) y que, si quiere, luego lo desparrame a los cuatro vientos con un discurso ambiguo ante los aplaudidores de siempre, pero que se haga cargo, para bien o para mal.
Lo máximo a lo que aspiran otros es que en estas semanas de introspección y de cercanía espiritual quizás con algún enviado del papa Francisco, la Presidenta haya internalizado una cierta dulcificación y haya aprendido que, al menos en los temas más críticos, ella debería contar con la opinión de otros actores relevantes de la vida institucional. "Cultura del encuentro", lo llama la Iglesia y trabaja para eso. La determinación no retórica, sino efectiva, para luchar contra el narcotráfico debería estar a la cabeza de la preocupación presidencial. Ante los pronunciamientos de obispos y jueces supremos, la reacción del kirchnerismo ha sido la clásica: "No es así, tenemos radares, cubrimos las rutas, hacemos operativos, etcétera". Pero, como suele ocurrir, la honestidad brutal de un ministro, el de Seguridad nada menos, Arturo Puricelli, dejó en offside al relato de lo ganadora que fue la década: "El narcotráfico ha crecido; no es la misma situación ahora que 10 ó 15 años atrás", dijo.
Es tan grave la situación que, contra su costumbre, el kirchnerismo debería tomar como altamente positivo el alerta primero de la Iglesia y luego el de la Corte, en tándem en esta cruzada, porque contribuyeron a darle visibilidad al tráfico de drogas y a los carteles que han penetrado en la Argentina.
El término "maras" (pandillas de organizaciones criminales) ha pasado a ser de uso común para definir a las bandas que se han enquistado en las villas de todo el país, especialmente en el Gran Rosario, el conurbano bonaerense y la Capital Federal. Este tema, la permeabilidad de las fronteras, el traslado de la Gendarmería hacia las zonas urbanas, la falta de radarización, la connivencia de los "grupos mafiosos" con "las fuerzas de seguridad, funcionarios de la Justicia y políticos", tal como la Iglesia ha dicho que suele manifestar la gente, eran temas ignorados por comodidad o por connivencia por la dirigencia toda. Sin embargo, le toca padecerlos a amplias capas de la sociedad, con mayor grado de dependencia en la elaboración y la distribución de drogas entre las más pobres, una fuente de trabajo al fin y al cabo que surte de delincuentes a los carteles mexicanos, colombianos y peruanos que pueblan los asentamientos.
Entre las cuestiones económicas, seguramente la Presidenta deberá atacar primero que nada el tema inflacionario y la pérdida de reservas. Más allá de las simplezas que ha manifestado "Pimpi" Colombo, número 2 de Moreno ("Algunos precios aumentaron, pero subieron todos los sueldos"), por primera vez una funcionaria que suele callar y aplaudir, la titular del Banco Central, tocó los dos temas en un discurso, en medio de rumores interesados sobre un nuevo ministro de Economía, desdoblamientos cambiarios, nuevos controles y acercamientos a los organismos internacionales. No puede considerarse para nada ingenua esta intervención de Marcó del Pont, aunque sí hay que prevenirse sobre que sus dichos puedan tener que ver con un eventual posicionamiento propio en la interna del Gobierno para primerear a otros sectores. Sin embargo, en su discurso se observa que ella comenzó a bajar algunas líneas dentro de la habitual técnica kirchnerista de nunca arriar las banderas, sobre todo en el acercamiento al Fondo Monetario como una derivación de los arreglos con el Banco Mundial, el Ciadi y quizás con los holdouts, más un eventual refinanciamiento con el Club de París, que impulsa el ministro Hernán Lorenzino, con el padrinazgo de Boudou.
Para el discurso de la titular del BCRA, acudir a los organismos internacionales no será de ahora en más una claudicación, sino "dejar de depender de los humores de los mercados financieros internacionales", como si la Argentina tuviera algún juego allí, para ir "en búsqueda no de los dólares financieros que sobran, sino de los dólares de más largo plazo que nos permitan darle sustentabilidad a este proceso de transformación productiva". Después de tanto "desendeudamiento", el giro será una epopeya que habrá que agradecer y aunque habría que considerar que las divisas que entren al BCRA sólo harán bulto, porque su contrapartida será siempre un endeudamiento, la eventual claudicación demuestra lo mal que están las cosas en materia de reservas. Y en cuanto a los precios, la economista hizo también una extraordinaria referencia, ya que planteó como un "gran desafío... buscar desde la heterodoxia los instrumentos para converger hacia niveles más bajos de inflación, sin recurrir a la receta lineal de la represión de la demanda".
Por su densidad, el regreso condicionado de la Presidenta, la toma de conciencia de una parte de la sociedad -probablemente tardía- de estar habitando un narco-país, más la inseguridad desbocada y el apuro por darle sanción al nuevo Código Civil y Comercial, que busca entre otras cosas, acotar el concepto de propiedad privada a contramano de la Constitución, forman un bloque más que comprometido con tres protagonistas centrales: el Gobierno, la Iglesia y la Corte Suprema.
Después están las cuestiones económicas, todas ellas de impacto social directo, que tienen como denominador común no sólo la falta de una línea de acción por parte del Gobierno, sino la patética diversidad que expresan a viva voz los funcionarios quienes, en teoría, deberían aportar soluciones.
La inflación, la fuga de dólares, el déficit fiscal, la emisión, el horizonte de default, la crisis energética, el valor de las tarifas y la falta de inversiones que se traducen en retracción y en estancamiento de los empleos son cuestiones que ya no pueden seguir esperando para ver si Guillermo Moreno, Hernán Lorenzino, Axel Kicillof o Mercedes Marcó del Pont se ponen de acuerdo.
Ante tamaño panorama, considerar las internas del PJ bonaerense, donde los intendentes scioli-kirchneristas se vengaron de los referentes de La Cámpora y los sopapearon por los cargos o saber si habrá o no habrá cambios en el gabinete nacional hoy suena irrelevante, aunque en este último tema el internismo de los propios funcionarios haya puesto en el candelero monumentales discrepancias por sí o por no, que sólo ayudaron a acrecentar las dudas. Y si de contradicciones se habla, nada más flagrantes que las que se registraron públicamente dentro del propio Gobierno sobre el modo en que Cristina Fernández regresará a escena: "plenamente" ha dicho el Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina; de modo "paulatino", afirmó un día después el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. En realidad, para frenar el nivel de incertidumbre y a sus hijos dilectos, los rumores, no se necesitaría tanto que la Presidenta se muestre (aunque bien se podría haber distribuido al menos una fotografía), sino que se perciba que hay alguien al comando de la nave. Luego, las decisiones serán mejores o peores, pero lo importante para deshacer el sentimiento de parálisis es salir de una vez por todas de la llamada "franja del silencio", el tiempo de oscuridad radial que los astronautas padecen cuando ingresan a la atmósfera terrestre.
Con Cristina Fernández en funciones, también se habrá abandonado el insólito parche de tener un vicepresidente, Amado Boudou, que, resistido por el propio partido gobernante, fue puesto allí para llenar un espacio y para cumplir sólo con discursos protocolares y generalmente vacíos.
Como se ha visto en el punteo de los flancos a atacar, la situación es verdaderamente complicada y, por lo tanto, toda la ficción del último mes debería dejar paso a una Presidenta compenetrada y activa, pero no desde el marketing que se pretenderá instalar cuando ella pueda volver, ya sea con las fiestas de recibimiento o con las loas que se cantarán a su patriótico valor, sino desde el compromiso de abordar de verdad esa enorme lista de dilemas acuciantes. Lo mínimo que se espera de Cristina es que sea ella la que elabore la nómina de ejecución de prioridades, que al menos haga verificar si alguna solución de las que le acercan no traerá más problemas (algo recurrente en el kirchnerismo) y que, si quiere, luego lo desparrame a los cuatro vientos con un discurso ambiguo ante los aplaudidores de siempre, pero que se haga cargo, para bien o para mal.
Lo máximo a lo que aspiran otros es que en estas semanas de introspección y de cercanía espiritual quizás con algún enviado del papa Francisco, la Presidenta haya internalizado una cierta dulcificación y haya aprendido que, al menos en los temas más críticos, ella debería contar con la opinión de otros actores relevantes de la vida institucional. "Cultura del encuentro", lo llama la Iglesia y trabaja para eso. La determinación no retórica, sino efectiva, para luchar contra el narcotráfico debería estar a la cabeza de la preocupación presidencial. Ante los pronunciamientos de obispos y jueces supremos, la reacción del kirchnerismo ha sido la clásica: "No es así, tenemos radares, cubrimos las rutas, hacemos operativos, etcétera". Pero, como suele ocurrir, la honestidad brutal de un ministro, el de Seguridad nada menos, Arturo Puricelli, dejó en offside al relato de lo ganadora que fue la década: "El narcotráfico ha crecido; no es la misma situación ahora que 10 ó 15 años atrás", dijo.
Es tan grave la situación que, contra su costumbre, el kirchnerismo debería tomar como altamente positivo el alerta primero de la Iglesia y luego el de la Corte, en tándem en esta cruzada, porque contribuyeron a darle visibilidad al tráfico de drogas y a los carteles que han penetrado en la Argentina.
El término "maras" (pandillas de organizaciones criminales) ha pasado a ser de uso común para definir a las bandas que se han enquistado en las villas de todo el país, especialmente en el Gran Rosario, el conurbano bonaerense y la Capital Federal. Este tema, la permeabilidad de las fronteras, el traslado de la Gendarmería hacia las zonas urbanas, la falta de radarización, la connivencia de los "grupos mafiosos" con "las fuerzas de seguridad, funcionarios de la Justicia y políticos", tal como la Iglesia ha dicho que suele manifestar la gente, eran temas ignorados por comodidad o por connivencia por la dirigencia toda. Sin embargo, le toca padecerlos a amplias capas de la sociedad, con mayor grado de dependencia en la elaboración y la distribución de drogas entre las más pobres, una fuente de trabajo al fin y al cabo que surte de delincuentes a los carteles mexicanos, colombianos y peruanos que pueblan los asentamientos.
Entre las cuestiones económicas, seguramente la Presidenta deberá atacar primero que nada el tema inflacionario y la pérdida de reservas. Más allá de las simplezas que ha manifestado "Pimpi" Colombo, número 2 de Moreno ("Algunos precios aumentaron, pero subieron todos los sueldos"), por primera vez una funcionaria que suele callar y aplaudir, la titular del Banco Central, tocó los dos temas en un discurso, en medio de rumores interesados sobre un nuevo ministro de Economía, desdoblamientos cambiarios, nuevos controles y acercamientos a los organismos internacionales. No puede considerarse para nada ingenua esta intervención de Marcó del Pont, aunque sí hay que prevenirse sobre que sus dichos puedan tener que ver con un eventual posicionamiento propio en la interna del Gobierno para primerear a otros sectores. Sin embargo, en su discurso se observa que ella comenzó a bajar algunas líneas dentro de la habitual técnica kirchnerista de nunca arriar las banderas, sobre todo en el acercamiento al Fondo Monetario como una derivación de los arreglos con el Banco Mundial, el Ciadi y quizás con los holdouts, más un eventual refinanciamiento con el Club de París, que impulsa el ministro Hernán Lorenzino, con el padrinazgo de Boudou.
Para el discurso de la titular del BCRA, acudir a los organismos internacionales no será de ahora en más una claudicación, sino "dejar de depender de los humores de los mercados financieros internacionales", como si la Argentina tuviera algún juego allí, para ir "en búsqueda no de los dólares financieros que sobran, sino de los dólares de más largo plazo que nos permitan darle sustentabilidad a este proceso de transformación productiva". Después de tanto "desendeudamiento", el giro será una epopeya que habrá que agradecer y aunque habría que considerar que las divisas que entren al BCRA sólo harán bulto, porque su contrapartida será siempre un endeudamiento, la eventual claudicación demuestra lo mal que están las cosas en materia de reservas. Y en cuanto a los precios, la economista hizo también una extraordinaria referencia, ya que planteó como un "gran desafío... buscar desde la heterodoxia los instrumentos para converger hacia niveles más bajos de inflación, sin recurrir a la receta lineal de la represión de la demanda".