Bachelet ganó en Chile y se encamina a ser otra vez presidenta; Cristina regresó bien, con un perrito blanco y cambios en el gabinete; un gobernador fue elegido Jefe de Gabinete, los ambulantes resultaron poco dóciles y hábiles negociadores y los constituyentes parece que no trabajaron ad honórem en 2006. Durante su ausencia, el mundo, el país y Tucumán cambiaron para Alperovich. No presenció esos sucesos, estuvo afuera; quedó afuera. ¿Descolocado? Para recuperar el tiempo perdido, políticamente hablando, ayer viajó a Buenos Aires para saludar a la Presidenta y participar de la asunción de Capitanich. Hay que acomodarse, no puede quedar aislado, menos en los tiempos que se vienen para el Gobierno nacional y para el peronismo. El 2015 influenciará en los ánimos y en las gestiones; y si tenemos en cuenta que para Cristina y para el tucumano no hay reelección posible, las preocupaciones deben aumentar debido a que, además, de la gestión, deberán atender la sucesión.

En el caso de la jefa de Estado parece que ambas situaciones -gestión y sucesión- quedaron resueltas con la designación del chaqueño en la jefatura de ministros. En 2011 ya lo había tentado para que sea su compañero de formula, pero Capitanich prefirió pelear en su territorio. Ahora le abrieron las puertas al gran escenario; es demasiada la seducción para decir no otra vez. "Ayudará al diálogo con los gobernadores", dijo Alperovich sobre su par de Chaco. Más que colaborar y estrechar relaciones con los mandatarios provinciales, Capitanich viene a encolumnar a los gobernadores peronistas tras una misma causa -respaldo a la gestión de Cristina y conseguir apoyo al "bendecido" de la Presidenta para los próximos dos años; o sea él-, e instalarse. Si esa fue la intención de Cristina, Alperovich quedó entrampado: no podrá sacar los pies del plato, estará obligado a avalar a Capitanich ahora y a futuro. O sea, no podrá mantener charlas "sospechosas" con Scioli, ni tender puentes amistosos con Massa, los otros posibles presidenciables. No más. Si quiere que la Nación lo siga ayudando como hasta ahora a Tucumán -como suele repetir, especialmente en tiempos electorales-, deberá demostrar lealtad a las nuevas decisiones presidenciales y obediencia al elegido para conducir "tácitamente" los destinos del país. Su asistencia al juramento de Capitanich no escapa a esa nueva realidad política.

Al parecer, la nueva palabra que comienza a asociarse a la vida del tucumano es "debilidad", concepto peligroso para cualquier político. Cuando a un dirigente lo "ven" débil, se le pierde el respeto. O el miedo. Ya hay varios hechos que demuestran que no le hacen "tanto" caso, o que hay "librepensadores" entre sus seguidores, o que toma decisiones políticas equivocadas producto de mal asesoramiento o por pérdida del sentido de la oportunidad para abordar temas conflictivos. Caso de los ambulantes. ¿Quién puede creer que quiso erradicarlos para despejar el microcentro y cumplir con una decisión judicial? Su intención fue medrar a Amaya, asfixiarlo políticamente, demostrar que es un mal gestor, exponer que él manda en la provincia. La jugada no le salió bien. La ilegalidad se mantendrá en las peatonales hasta Reyes, los empresarios contentos. Los ambulantes también, ellos ya encontrarán la forma de reaparecer en el microcentro en 2014.

Seguramente habrá una forma de enfrentar el problema de los ambulantes, siempre y cuando el objetivo central pase por la erradicación de la venta callejera ilegal y no por otras intenciones, que conducen al fracaso porque lo visible no es lo que importa. Tal vez el gobernador debería imitar a Cristina y tomar medidas que apunten a la gestión y a la sucesión; es difícil, teniendo a su desteñido alfil en el Congreso -Manzur-, al igual que otros posibles aspirantes a sucederlo. A Amaya lo tiene cerca, para su pesar.

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