El pueblo no se merece cortes de luz, falta de agua, ni inseguridad. No merece sufrir saqueos. No tiene por qué vivir con miedo en democracia. Menos soportar que lo agredan desde el poder. Hay responsables de garantizar los servicios básicos y la seguridad. De todos y todas. Ese alguien, al que los votos encumbraron para hacerse cargo de esas misiones, no puede mirar al costado a la hora de gobernar, ni señalar culpables en la vereda de enfrente; tiene la obligación de una mínima autocrítica y de obrar en consecuencia. No debe esperar que las cacerolas salgan a la calle a que le enrostren su inoperancia. Alguien tiene la culpa de que los tucumanos vivieran con temor en estas últimas 48 horas, que los delincuentes hicieran de las suyas y sembraran miedo por doquier, aprovechando el “pánico genético” que la historia de los últimos años en el país ancló en la gente. Y de que actuaran con la complicidad de la protesta policial. ¿Fueron socios para sacar ventajas? Los hechos hablan por sí solos.

El ciudadano tiene que sentir la protección del Estado, pero más que nada debe tener confianza en que los “elegidos” por el sufragio van a saber actuar en tiempos de crisis. No sólo están para gestionar con una caja de recursos inmensa, sino para conducir en épocas de conflictos, de carencias y de desbordes sociales. No es, precisamente, lo que se observó en estos últimos dos días en Tucumán. No se puede decir que los saqueos sorprendieron al Gobierno, ni que lo tomó con la guardia baja el “amotinamiento” policial. Si fuera así, entonces, seriamente se debería hablar de incapacidad para prevenir; una acción básica para garantizar el bienestar general. ¿Qué pasó? La primera conclusión es que el poder adolece de la “inteligencia” suficiente para atenuar o evitar la crisis. El principal responsable es Alperovich, porque está para gobernar para todos. Sin embargo, ayer, ante una pregunta, el mandatario se negó a hablar de errores propios, ni siquiera ensayó una autocrítica sobre el accionar suyo y la de sus funcionarios en las últimas 48 horas. Para él, los únicos culpables de lo que pasó son los policías “disidentes”. Entonces, según esta visión muy parcial de la realidad, los saqueos eran inevitables e imposibles de evitar.

¿Acaso al titular del Poder Ejecutivo le escriben el diario de Irigoyen?, ¿no le avisan sobre el humor social? O lo que es peor, el entorno carece de idoneidad para “olfatear” lo que está sucediendo en las capas policiales bajas y medias y, menos aún, lo que sucede en un segmento irresponsable de la ciudadanía. Los sucesos no fueron por generación espontánea, se fueron construyendo lentamente. Y lo que más sorprende es que el rumor del malestar policial y de los posibles saqueos circulaba por las calles. ¿Se estrellaban contra las paredes de la Casa de Gobierno y se esfumaban? Aquí alguien peca de ingenuo y cree que conduce; otros creen que se está gestionando bien y muchos están cómodos a la sombra del oficialismo y se limitan a aplaudir y sacar ventajas personales. Están en la política chiquita, no tienen la lapicera para escribir política con mayúsculas. Es lo que quedó evidenciado. Más aun anoche, cuando el alperovichismo tenía todas las razones para festejar el acuerdo con los “extorsivos” policías, de la nada decidió atacar con gases y balas de gomas a los caceroleros que salieron a repudiar a aquellos que abandonaron el rol de agentes de seguridad. Implícitamente estaban dando una mano al Gobierno para presionar a los insurrectos. Los maltrató.

Los errores políticos se acumularon en el Ejecutivo. Apagaron los motivos para sonreír. El desgaste político fue inconmensurable. ¿Alguien debe pagar los platos rotos? Siempre hay fusibles para todo. ¿Alperovich se animará a desprenderse de colaboradores? Si no lo hace será porque está convencido de que no se equivocó.

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