Por Federico Espósito
16 Diciembre 2013
POCO FÚTBOL. Insúa y Correa disputan la redonda en una imagen propia de una final, donde los nervios superan al juego. dyn
Podemos estar en presencia del primer milagro de Jorge Bergoglio como jefe de la Iglesia Católica. Porque en circunstancias normales, ese furibundo remate que Agustín Allione sacó de frente al arco a los 44 minutos del segundo tiempo le hubiera hecho un agujero a la red. Pero ayer no: algo de divinidad hubo en las manos de Sebastián Torrico para convertir lo que hubiera sido el gol del año para Vélez en la atajada del campeonato para San Lorenzo.
También cuesta creer que el rosario del Papa no haya intervenido de alguna forma en el 2 a 2 paralelo entre Lanús y Newell’s, que le dio sentido a todo ese esfuerzo que hicieron los de Boedo para aguantarle el 0 a 0 a los de Liniers. Porque hay que decirlo: San Lorenzo es campeón por sí mismo, pero también por los otros.
En las mesas de café se examinarán durante toda la semana los méritos “azulgranas” para ser dueño del Inicial. Quienes lo justifiquen por haber conseguido más puntos que los demás, chocarán con la realidad de que San Lorenzo es el campeón con peor cosecha de la historia. Los románticos de paladar negro, por su parte, deberán admitir que a lo largo del torneo el equipo de Juan Antonio Pizzi tuvo destellos de buen fútbol, que ayer se desvanecieron en la preocupación por no perder.
Sea como sea, a San Lorenzo sus virtudes sólo le alcanzaron para ser el tuerto en la ceguera general que adoleció el fútbol argentino en el último semestre.