Avellaneda y la bandera

Célebre discurso presidencial de 1880

NICOLÁS AVELLANEDA. Estatua del ilustre tucumano en la avenida Benjamín Aráoz, ejecutada en 1977 por Roberto Fernández Larrinaga la gaceta / archivo NICOLÁS AVELLANEDA. Estatua del ilustre tucumano en la avenida Benjamín Aráoz, ejecutada en 1977 por Roberto Fernández Larrinaga la gaceta / archivo
El 21 de abril de 1880, dos meses antes de que estallara la revolución porteñista de Carlos Tejedor contra el Gobierno Nacional, el presidente Nicolás Avellaneda habló en la ceremonia de bendición de la bandera del flamante Regimiento 1 de Caballería de Línea, a cuyo mando estaba el coronel Manuel Campos.

El ilustre tucumano, en el voto final de su elocuente pieza oratoria, deslizó –como era costumbre inveterada en sus exposiciones- párrafos en los cuales llamaba a la conciliación y a la concordia. Lamentablemente, no tendría eco en aquellos a quienes iba dirigido.

Son justamente famosos aquellos logrados párrafos. “Esta bandera –dijo- es la bandera de un regimiento. Es la bandera del ejército. Es, sobre todo, la bandera de la Nación. Y pueblos compuestos por millones y millones de hombres libres, seguirán inclinando la frente a su paso, hasta la consumación de los siglos”.

Invitaba a que “levantemos los corazones para saludarla en su heroísmo de ayer, en su noble simplicidad de hoy y en su futura y portentosa grandeza”. Luego, lanzó una orden a la formación: “¡Portaestandarte del Regimiento 1! ¡Levantad en alto la bandera!”.

Y terminó: “Vamos ahora a cobijarnos todos bajo sus pliegues; y pidámosle que calme las pasiones rencorosas; que haga brotar bajo su sombra la virtud del heroísmo, como en otro tiempo el laurel del guerrero, y que conduzca a su pueblo por la paz, por el honor, por la libertad laboriosa, hasta ponerlo en posesión de los destinos que fueron prometidos por Belgrano, al desplegarla victoriosa sobre su cuna”.

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