Agustín y su familia celebran el amor que llegó sin avisar

El joven de 16 años, que padece retraso madurativo, encontró una mamá, un papá y cuatro hermanos. Ellos se enamoraron de él y lo adoptaron.

NAVIDAD ESPECIAL. Agustín (en el centro) rodeado por tres de sus cuatro hermanos: Facundo, Germán y Noelia. la gaceta / foto de analía jaramillo NAVIDAD ESPECIAL. Agustín (en el centro) rodeado por tres de sus cuatro hermanos: Facundo, Germán y Noelia. la gaceta / foto de analía jaramillo
22 Diciembre 2013

Lucía Lozano - redacción LA GACETA

Sus manos, inquietas, quieren -necesitan, les urge- tocar otras manos. Agustín es un simpático torbellino que apenas está empezando a hablar. Pero se hace entender. Quiere regalar besos y abrazos. Y anda con la cabeza gacha, como pidiendo permiso para dar todo el amor que lo desborda. Tiene un cuerpo largo, la risa alegre y contagiosa. Está listo para estrenar su camisa celeste y una bermuda blanca esta Navidad. A sus 16 años, no será una Nochebuena cualquiera. Será la primera que él pasa formalmente en familia.

Esta es la historia de una familia con un corazón gigantesco. Los Argüello pasaban sus días sin muchos sobresaltos en su casita del barrio Ciudad Parque (a pocos metros del Parque V Centenario). Ellos no planearon darle una familia a “alguien que lo necesitara”. Las cosas se fueron dando, dirá Gladys Nancy Agüero. Tiene 49 años, trabaja como empleada de la Municipalidad de Yerba Buena. Su esposo, Raúl Argüello, limpia piletas a domicilio. Tienen cuatro hijos biológicos: Noelia, la mayor, tiene 25 años y está a punto de recibirse de maestra especial; Soledad, de 23, es técnica obstetra; Facundo, de 17, y Germán, de 13, estudian en la secundaria. Hace casi un año adoptaron a Agustín, que padece retraso madurativo y problemas motrices.

La primera en conocer a Agustín fue Noelia. Ocurrió mientras hacía sus prácticas en el instituto Leo Kanner (en Yerba Buena). Corría agosto de 2012. Un día, recuerda ella, llegó como siempre la combi que traslada a los niños con capacidades especiales desde sus casas u hogares hasta la escuela. “Muchos de los chicos son autistas, así que generalmente pasan a tu lado y ni te miran. Pero con Agustín fue distinto. Me miró a los ojos, corrió hacia mí, me abrazó y me besó. Quedé profundamente enamorada. Sentí desde un principio que por algo me había elegido”, relata.

Cada recreo, él se acercaba y le regalaba un cariño a Noelia. Cuando volvía a su casa, con los ojos inundados en lágrimas, ella le contaba a su familia cómo había sido el día de Agustín en la escuela. “Empecé a soñarlo todas las noches. Tenía pesadillas. Me levantaba muy mal. Sentía que él me necesitaba”, recuerda.

Entonces, Noelia comenzó a averiguar el pasado de Agustín. Este joven, que sufre retraso mental moderado en los papeles (“Es evidente que su retraso es severo”, apunta la futura maestra especial), vivía en el hogar San Benito desde hacía 10 años. “A los 6 años, operadores sociales lo habían encontrado solo en su casa. Tenía signos de maltrato y un cuadro de desnutrición grave. Por ese motivo, se lo quitaron a la madre y lo llevaron a este hogar para adolescentes con capacidades especiales. No quise ver saber nada más, era muy fuerte para mí”, explica.

Cuando la familia de Noelia la vio tan afligida, los padres le dijeron que lo podía llevar a pasar la fiesta de fin de año a la casa. Pidieron permiso en el hogar San Benito. Les dijeron que sí. “Después de los Reyes Magos, cuando lo teníamos que devolver al hogar, llorábamos todos. Sentí algo muy fuerte apenas lo vi. Era como que Dios me lo había puesto en el camino por algún motivo. Así que nos sentamos a hablar, analizamos mucho la situación entre todos. Sabíamos que nos iba a cambiar profundamente la vida porque todos teníamos actividades, éramos muy independientes y a Agustín había que dedicarle mucho tiempo. Pero le dimos para adelante”, dice la mamá.

Lo mira con ojos de enamorada, lo acaricia, le pregunta de quién es el bebé de la casa. Y él contesta con un tierno “mamá”. Le sale clarito. Es una de las pocas palabras que comenzó a pronunciar. “Cuando llegó no decía nada. No sabía ir al baño y apenas se movilizaba. Le saqué los pañales y ahora va por todos lados sin caerse”, dice Gladys. Agustín asiente con la cabeza. Sabe que estamos hablando de él. Posa para la foto y dice “witiky”. “Es por whisky, le encantan las fotos”, resalta la mamá. Lo confirman las paredes de la casa, repleta de imágenes de él.

Los Argüello iniciaron los trámites de adopción y en un tiempo récord -el 2 de mayo- obtuvieron la guarda legal. “De todas formas faltan muchas cosas. Aún no tenemos cobertura social para él”, resalta Gladys.

La llegada de Agustín provocó reacomodamientos entre los hijos. Se tuvieron que organizar para que él nunca se quedara solo. Y también hubo que adaptar los bolsillos (todavía no les dan la pensión por hijo con discapacidad) en una casa en la que no sobra la plata. Los espacios en la casa tampoco sobran. Se nota en los muebles atestados, y en los rincones optimizados para que cada uno tenga su lugar. “Estamos juntos, que es lo importante; el resto va y viene. Agustín necesita mucha atención y cuidados especiales. Pero la alegría que nos da es inmensa. Nos enseña que se puede ser tan feliz con muy poco, con cada pequeño avance, con sus gestos, con su amor desmedido”, resalta Gladys, feliz de estar en una vivienda en la que también hay lugar para cinco perros y bebederos para los pájaros.

Agustín duerme con sus hermanos varones, ya va al baño solo, aumentó 10 kilos, sigue yendo a la escuela y juega al rugby en Corsarios. “Ya pasa la pelota, casi, como un Puma”, dice Facundo. Aprendió a cuidarlo, a protegerlo y a llevarlo a sus reuniones con amigos. “Le encanta que lo pasee en la moto”, resalta.

Todos en la casa están pendientes de Agustín. Todo gira entorno a él. “Lo que necesitaba para avanzar era amor. El sabe perfectamente dónde está parado y qué quiere”, resalta la mamá. Cuando no lo consigue, hace unos berrinches tremendos. “Aprendió cosas buenas, pero también todo lo malo de los hermanos”, se ríe Noelia.

La vida no siempre fue fácil para los Argüello. “Raúl trabajó mucho tiempo en el exterior -recuerda Gladys- para que nosotros estuviéramos bien”. Ellos saben que a la felicidad hay que buscarla, trabajarla. Los Argüello la encontraron allí donde otros sólo verían desdicha. Y en esta Navidad se sienten más plenos que nunca.

“Para nosotros, estar con Agustín no es resignar: es elegir. Yo lo elijo todos los días”, aclara la mamá, antes de salir a buscarle el regalo de Papá Noel a su hijo del corazón: “será un celular, porque a él le encanta escuchar música”.

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