En este comedor, todos los días es Navidad

La organización “Los mensajeros de la paz” llegó a Tucumán en 2002, y se fue quedando, sostenido por voluntarios y por donaciones de particulares

PALIAR EL HAMBRE Y LA SOLEDAD. Para los desamparados, el comedor de “Los mensajeros ...” es el hogar.   la gaceta / foto de analía jaramillo PALIAR EL HAMBRE Y LA SOLEDAD. Para los desamparados, el comedor de “Los mensajeros ...” es el hogar. la gaceta / foto de analía jaramillo
22 Diciembre 2013
El calor se cuela sin permiso en las amplias estructuras del comedor de Los Mensajeros de la Paz. Los ventiladores, agónicos, tiran viento zonda mientras los abuelos almuerzan fideos con salsa. En varias mesas se reparten unos 40 ancianos que cada día van a desayunar, almorzar y merendar en ese sitio ubicado en la parte posterior del Predio Ferial.

Por fuera, el inmueble inaugurado en 2002 está rodeado de yuyos altos, lo que hace creer que adentro es pura desolación, como en el resto de ese desaprovechado predio. Pero apenas se cruza el umbral, los ojos de los abuelos se distraen por un rato del plato para mirar al que llega. En la cocina, Laura Lobo y Débora siguen revolviendo la olla mientras acercan más platos a cada mesa.

Ese es el almuerzo de Navidad. La mayoría de los adultos y ancianos que asiste vive en las calles. Otros cobran una magra pensión; y están los que se sienten solos y hacen largas distancias para pasar el día ahí. Eduardo Mancilla, una hija discapacitada y una pierna que siempre le duele, se queja porque la comida tiene poca sal. Pero admite que en su casa, ese día, no se habría comido.

El comedor fue creado por la asociación internacional Los Mensajeros de la Paz en la Argentina incendiada de los años 2001 y 2002. “El comedor funcionó hasta hace dos años con subsidios provinciales, pero luego se cortaron por problemas burocráticos”, explica Laura, la coordinadora. Desde entonces se sostienen con rifas, donaciones y hasta algunos pesos que los mismos abuelos ponen para comprar la comida. Los que trabajan allí todos los días son voluntarios.

“La verdad es que se necesita de todo, pero especialmente comida: carne, verduras… no solo alimentos no perecederos”, añade Laura. Ese día, además del almuerzo, les espera el festejo: una obra de teatro protagonizada por ellos mismos y dirigida por Jorge Salvatierra. “La Testigo” se llama la comedia que René Gauna, uno de los abuelos escribió con ayuda de otros compañeros. “Es sobre la violencia de género, pero graciosa; porque con el humor se pueden decir muchas cosas. Me gusta el teatro porque me distrae y a los demás les llevás un poco de alegría”, explica René de 74 años y aprovecha para confesar que busca novia. Él protagoniza a un oficial de policía y el elenco se completa con Zoilo Sequeira, que actúa de cabo, y con Cristina Chávez y Beatriz Guzmán que son dos mujeres que llegan a una comisaría para denunciar un caso de violencia.

Jorge cuenta que cuando comenzó a dictar el taller de teatro tenía 16 abuelos anotados, pero al mes solo quedaban cuatro. “Era muy gracioso porque se peleaban entre ellos… la idea es que esto los ayude a entretenerse y también a relacionarse con otros”, comenta.

Mientras arman la escenografía, cuatro abuelos dormitan en un sillón de cuerina frente a un televisor que transmite más estática que imagen. Un grupo de estudiantes de trabajo Social llega para compartir con ellos la obra de teatro. “La verdad es que te encariñas con todos, porque te das cuenta que necesitan mucho afecto. A veces, sólo que los escuchés un rato”, explican Florencia Bruno, Milagros Díaz, María López, Susana Delgado y Andrea Puentedura. Ellas eligieron ese comedor porque notaron que es distinto a otros. “Los que conocemos tienen presupuesto, así que funcionan con más cosas, algunos hasta tienen un nutricionista… aquí no hay nada”, explican.

Gracias a los voluntarios que dictan clases de actividades prácticas, gimnasia, teatro y les enseñan a leer y escribir, los abuelos reciben más que la comida y el mate cocido. Pero la amenaza de desaparecer los persigue, no sólo porque funcionar cada día es casi un milagro, sino porque ya estuvieron a punto de que les quitaran el lugar para destinarlo a otra cosa. “Hace dos años, Gendarmería quería instalarse aquí y a nosotros nos iban a trasladar muy lejos, a un lugar chico y sin baños”, comenta Laura. A tiempo, los voluntarios hicieron gestiones ante la sede de Buenos Aires y pudieron frenar el desalojo.

Los abuelos ya están sentados. La función va a comenzar. Solo se escucha el ruido de los ventiladores. Los actores practican una escena y terminan de acomodarse el disfraz… la atípica celebración de Navidad los ha unido.

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