Un cambio de pilas, por favor

Ese milagro de la globalización permitió que de una fábrica perdida en China viajara miles de kilómetros, cruzara el puerto y pasara con éxito la aduana argentina. Que llegara a los puntos de distribución, luego fuera vendido a locales mayoristas y que de ahí vaya directo a la reventa en un bazar también chino. Y que de esa estantería un compañero lo eligiera entre muchos otros, pagara menos de $50 y decidiera que eso sería un lindo adorno para la isla en la que escribimos todos los días.

Fue así que Maneki Nekoo, mejor conocido como el gato que saluda, no me quita los ojos de encima desde hace varios meses. Mi vista ya se había relajado con esta baratija dorada hasta que un día dejó de saludar. Así sin más se quedó sin pilas. O se cansó de que nadie le devolviera el saludo.

Maneki no es solo un objeto kitsch sin historia. Resulta que hay varias leyendas sobre su origen. Una tiene que ver con una cortesana a la que le mataron su gato, otra con un sacerdote paupérrimo que lo poco que tenía se lo daba a su mascota y la otra con una anciana que de tan pobre se vio forzada a vender su gatito. Todas tan inciertas como el posible camino de este amuleto desde su China natal hasta mi escritorio.

Lo que si se sabe es que en aquel lejano país hay gatitos iguales, pero de otros colores y que significan muchas cosas: fortuna, amor, suerte en los negocios, sueños, pureza, salud y que cada uno lo compra según lo que quiere conseguir. El dorado es el que te da suerte en los negocios y, si además te saluda con su pata izquierda, es una invitación a pasar, a acercarse, a hacerse amigo. Pero justo ahora que empezamos el nuevo año, el gato se quedó quieto. Arrastrados por el fetichismo podríamos pensar que algo malo nos depara el futuro. Aunque mejor sería ir a lo simple: Maneki, al igual que nosotros, necesita pilas nuevas para arrancar 2014.

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