El infierno de la Costanera

Lee, pero luego lo niega. Y si no lee, al menos los que lo rodean, se lo cuentan. ¿Qué habrá sentido el gobernador José Alperovich cuando se enteró del drama de quienes viven en la Costanera? ¿Habrá pensado que lleva 10 años en el poder y que hay muchísima gente a la que nadie escucha, a la que nadie ayuda?

Dora Ibáñez es un ejemplo, pero nadie la reconoce. Ella no recibe premios. No es beneficiaria de planes sociales, no le alcanza el dinero y sufrió el peor castigo del mundo: se le suicidó un hijo, consumido por el “paco”. Pasaron cinco años y a casi nadie le importó. Su situación, y la de todos los que viven a orillas del Salí sigue siendo igual. Y aunque se hayan concretado cientos de allanamientos, la droga sigue siendo dueña y señora de la zona. Y el Gobierno, como en tantas otras facetas, fracasó.

Lo que sucede en la Costanera merece ser reflejado en una novela de terror. Pero con toques de ciencia ficción. Todos, pero todos saben lo que pasa allí. Los jóvenes no tienen futuro. No tienen trabajo. No tienen expectativas. Y no estamos hablando de una zona ubicada a cientos de kilómetros del ejido urbano. La Costanera está a 15 cuadras de la plaza Independencia. Así y todos, se mira hacia otro lado cuando se habla de lo que allí sucede. Los reyes son los “transas”, quienes hacen su negocio vendiendo no ya cocaína, sino el residuo, conocido como “paco”. Y los chicos, en vez de celular, como otros tantos que tuvieron otra suerte, salen a la calle con pipas caseras con las que fuman lo que finalmente los mata.

Hay culpas en esta situación. Y son compartidas aunque todas confluyen en un sólo ámbito: el Estado.

El Gobierno hizo poco y nada por quienes allí viven, a pesar de que se anunciaron planes grandilocuentes y cuando se conoció lo que sucedía, hace ya cinco años, se prometieron obras y proyectos faraónicos. No hubo Desarrollo Social ni Educación ni Secretaría de Prevención de las Adicciones presente. Lo dicen los vecinos. Lo dicen las víctimas. Lo dice la imagen que devuelve una visita a la zona. Están abandonados a su suerte.

La Policía, que depende del Gobierno, detiene y detiene. Según sus estadísticas, 168 personas fueron arrestadas durante 2013. Pero el 40% son reincidentes. Es decir, ya habían sido detenidas por el mismo delito. Es que, advierten, si cae uno, otros tres ocupan su lugar sin problemas. Y entonces, la estrategia debería ser otra.

La Justicia ordenó nuevas formas de trabajar. Basta de detener a adictos. Y concentrarse en las organizaciones. Pero la ley es demasiado benévola con los vendedores de droga. Las penas son bajas y además, con los beneficios que contemplan las normas argentinas, recuperan la libertad rápidamente.

“Aquí no hay juventud ni tampoco infancia. A los siete, ocho años ya están con las pipas en las manos”, dice Dora Ibáñez. Pero no lo dice ahora, aunque su entrevista haya salido hace pocos días. Lo dice desde hace años. Pero a muy pocos les preocupa. Hace un lustro, cuando mataron a Walter Santana, un adicto que pretendió hacerse de droga sin tener dinero, muchos supieron que esa zona que bordea el Salí, tanto del lado de la capital como de la Banda, se llamaba Costanera. Hoy sabemos cómo se llama. Pero ellos siguen sumidos en el mismo lodazal y con arenas movedizas hasta el cuello. En la zona no hay trabajo, no hay deportes, no hay educación, no hay salud, no hay seguridad. Es el infierno en la tierra. Es uno de los lugares más abandonados de la provincia. Sería bueno que alguien, aunque sea a través de los diarios, se lo muestre a quienes deciden el futuro de la provincia.

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