Por Carlos Frías
20 Marzo 2014
Volver a la Villa es recordar a Laura. Pollera y corbatín a cuadros, camisa blanca y medias azules caídas hasta la mitad de la pantorrilla. Para regresar del colegio tomábamos el mismo colectivo. Cuando iba sentado, ella apoyaba su pierna sobre mi rodilla. No decíamos nada, pero ninguno se apartaba. Con ella aprendí que no hace falta correr para transpirar.
La adolescencia nos hacía palpitar. Pero sólo pudimos tener silencios, porque nunca descubrimos la manera de construir un encuentro. Esos momentos en los que dos manos se entrelazan en un contacto sencillo y sueñan con para siempres que se diluyen en instantes candentes que, con los años, terminan iluminando los recuerdos. Son como deseos fugaces que no consiguen aferrarse en la carne pero que aún así permanecen presentes. Quizás sea cierto que exista el alma. Si no, ¿cómo es posible conservar la esencia de un tiempo sentido, vivido, pero también olvidado?
Caminar por la calle cuatro es verla jugar con su cabello y volver a destrozar los pétalos de esa flor que nunca le regalé. Lo intenté, pero mi timidez siempre boicoteó mis palabras. Todavía te veo... ¿serás feliz?
La adolescencia nos hacía palpitar. Pero sólo pudimos tener silencios, porque nunca descubrimos la manera de construir un encuentro. Esos momentos en los que dos manos se entrelazan en un contacto sencillo y sueñan con para siempres que se diluyen en instantes candentes que, con los años, terminan iluminando los recuerdos. Son como deseos fugaces que no consiguen aferrarse en la carne pero que aún así permanecen presentes. Quizás sea cierto que exista el alma. Si no, ¿cómo es posible conservar la esencia de un tiempo sentido, vivido, pero también olvidado?
Caminar por la calle cuatro es verla jugar con su cabello y volver a destrozar los pétalos de esa flor que nunca le regalé. Lo intenté, pero mi timidez siempre boicoteó mis palabras. Todavía te veo... ¿serás feliz?
Temas
Tucumán