El oficialismo se subió al carrito de una montaña rusa de sensaciones y vivió la semana de las mil y una pulsaciones. Acusaciones, traiciones, rumores, incredulidad, sorpresa, dramatismo y hasta dosis de humor se vivieron en la política tucumana de los últimos días, banalizada al extremo de ser noticia en un programa de chimentos.

La primera gran conclusión que arroja este capítulo -aún no cerrado- de la novela es que Marianela Mirra hizo en un par de horas lo que a la oposición tucumana le llevó más de una década: que tiemblen las estructuras de la Casa de Gobierno. No se trata de cuestiones institucionales que se hayan puesto en riesgo para el oficialismo, porque hablar de que el mandatario estuvo a un paso de afrontar un juicio político -como improvisaron colegas porteños- es desconocer la realidad provincial. Con una mayoría absoluta en la Legislatura, y con un cerco legal que lo protege (para echar al gobernador o al vice hacen falta más votos parlamentarios que para remover a un vocal de la Corte Suprema de Justicia), la continuidad de la gestión oficialista nunca estuvo en riesgo.

Sí, en cambio, la irrupción de la ex Gran Hermano potenció las internas en el oficialismo, acorraló mediáticamente al gobernador y lo expuso a una crisis familiar y de poder impensada. Hecatombe familiar, sencillamente, porque Alperovich diseñó una idea de poder conyugal y abrió la intimidad de su hogar a la política. Nadie puede disimular que fue el propio gobernador el que vinculó a su familia con las cuestiones de Estado: desde reuniones de gabinete en su living hasta mitines políticos y viajes oficiales en los que tienen voz sus hijos. Y aunque la senadora Beatriz Rojkés exhibe ínfulas de sucesora desde antes del estallido farandulero, también resulta válido suponer que la primera dama tucumana puede ver fortalecidas sus apetencias hacia 2015 tras el escándalo.

La “rialización” de la política, incluso, agrietó aún más el descuidado camino que une la Municipalidad con la Casa de Gobierno. Ocurre que al amayismo no le sacarán de la cabeza la idea de que la vinculación del secretario de Gobierno Germán Alfaro en un affaire ajeno fue responsabilidad del alperovichismo. De uno y otro sector, antes de esta polémica, ya veían fantasmas detrás de cada puerta, pero durante las horas pico de la electrizante zaga hubo hasta amenazas mutuas de retirarse los embajadores.

Así, es razonable que Alperovich y Domingo Amaya hayan cerrado la semana con una muestra más de su distanciamiento. El viernes exacerbaron tanto su trifulca que llegaron a la chiquilinada de tironear de un brazo cada uno el saco del presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez. El kirchnerista tenía prevista una entrevista con el intendente, pero el alperovichismo hizo todo lo posible por boicotearla. Pese a las presiones, el jefe municipal pudo sacarse la foto con uno de los aspirantes a la sucesión presidencial. Por la noche de ese día, y en una residencia oficial sin mucho ánimo, Domínguez departió unos minutos con un apático gobernador: el asado, con la senadora Rojkés a la mesa, duró apenas una hora y media.

Aunque parezca contradictorio, la mala noticia para el oficialismo es que, si la emisión del Gran Hermano norteño efectivamente se cerró, a partir de hoy deberán volver a hablar de política, de sus miserias y de sus enredos. En Casa de Gobierno sigue siendo notoria la decisión de la primera dama de avanzar en la puja por la sucesión, especialmente con recorridas por el interior provincial, donde los intendentes y sus esposas deben oficiar de anfitriones. Detrás de sus movimientos hay un guiño expreso o tácito del gobernador, y suena lógico que así sea. Hasta hace un mes, la ruleta tenía impresos sólo los nombres de Amaya, de Juan Manzur y de Osvaldo Jaldo. Ergo, si la oferta de la kermés era así de limitada, todos los chocolatines irían a parar allí. Con la presencia de la senadora en el mesón de apuestas, Alperovich volvió a hacer girar la rueda y, paralelamente, contuvo los avances de los otros (ya exhultantes) aspirantes por el oficialismo. Para ellos, no es lo mismo subirse a la montaña rusa con la senadora arriba de un carrito que con ella afuera.

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