Por Marcelo Aguaysol
07 Mayo 2014
Honestidad brutal. Tal vez. O quizás es la realidad que ya no puede ocultar con castillos de arena estadísticos. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) reconoció aquel axioma que se ha impuesto en este duro 2014 para todos y todas: precios nuevos con salarios viejos. Así de sencillo, donde todo suena a poco y poco es nada.
Aún cuestionada, la nueva inflación está marcando la cancha en esta fiebre futbolística del “efecto Mundial”. El incremento sostenido de los precios le ganó 5 a 0 al poder adquisitivo del salario sólo en el primer trimestre del año. El sueldo de un trabajador registrado privado creció sólo un 4,5% en ese período, mientras que el Índice de Precios al Consumidor Nacional urbano (IPCNu) lo ha hecho en un 10%. Ni hablar del impacto en los jubilados que prácticamente ya ven cómo se evaporó el reajuste del 11% en sus haberes para el primer semestre. Eso se consumió en la mitad del período. Más claro, échele agua (bueno, el que esté dispuesto a hacerlo, porque la Sociedad Aguas del Tucumán ya está aplicando el aumento tarifario del 20%).
El Gobierno nacional, mientras tanto, viene jugando al contraataque. La defensa tira todas las pelotas hacia la tribuna que pide por una suba del mínimo del impuesto a las Ganancias como una manera de compensar la diferencia. El salario, a su vez, pierde lugares en la tabla de posiciones. Muchos prefieren no percibir incrementos por el solo hecho de que viene doña AFIP y se queda, al menos, con un tercio de lo que se logró en paritarias. Y el problema subyace además en la falta de ajuste de los tramos de la escala de Ganancias. Así, por ejemplo, un trabajador soltero sin hijos que percibe un salario bruto de $ 15.000 mensuales no tributa, mientras que uno que percibe un ingreso sólo un 25% superior ($ 18.750) debe tributar aproximadamente el 10% de su salario de bolsillo y aquel que tenga un nivel de remuneración solo un 50% superior ($ 22.500), el 14% de su salario de bolsillo. La explicación es del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) que propicia una reforma integral del impuesto que contemple un mecanismo de ajuste automático de los parámetros, una profunda modificación de los tramos de la escala de cálculo del tributo y la situación de los trabajadores independientes. Así y todo, la gestión que se caracterizó por la redistribución del ingreso, ahora sólo ha avalado el ajuste de los precios y de las tarifas.
En este contexto de restricciones dinerarias, el consumo pagó los platos rotos y la actividad económica se quedó estacionada en la parada “recesión” sin su principal combustible (hablando de eso: los estacioneros advierten que la nafta puede cerrar más premium que siempre y a $ 20 el litro). Mientras tanto, la Casa Rosada sigue apostando al “efecto Mundial”, prendidos a los televisores para ver a la Selección Nacional, más que a concurrir a algún estadio brasileño. No vaya a ser cosa que en las gradas uno pueda encontrarse con un “sabueso” de la AFIP que pida explicaciones acerca de por qué y con qué dinero el contribuyente está alentando a los jugadores de Sabella. Si el frío no cede, es posible que las facturas de gas nos transporten -sin escalas- de la euforia a la furia. Así como en el verano nos piden que ahorremos luz, del mismo modo se avecina un invierno con poco gas. Y más caro para el que usa demás.
Y todo es más oneroso. Con los precios de las góndolas por las nubes, al menos un 42% de la remuneración promedio de un asalariado privado y en blanco tucumano se va en alimentos. La inflación devoró cuatro puntos porcentuales a aquellos ingresos que, antes de la devaluación, los destinábamos a ocio y entretenimientos. Y, en el mejor de los casos, al ahorro.
El consumo se planchó. Ya nadie va al súper a llenar el carrito porque hacerlo (para el caso de una familia tipo) puede implicar un gasto mensual no inferior a los $ 1.600 (prescindiendo de ciertos lujos).
La redistribución del ajuste también ha implicado más pobreza. Pero, para establecer cuánto, hay que esperar otro pase mágico estadístico del Indec.
Aún cuestionada, la nueva inflación está marcando la cancha en esta fiebre futbolística del “efecto Mundial”. El incremento sostenido de los precios le ganó 5 a 0 al poder adquisitivo del salario sólo en el primer trimestre del año. El sueldo de un trabajador registrado privado creció sólo un 4,5% en ese período, mientras que el Índice de Precios al Consumidor Nacional urbano (IPCNu) lo ha hecho en un 10%. Ni hablar del impacto en los jubilados que prácticamente ya ven cómo se evaporó el reajuste del 11% en sus haberes para el primer semestre. Eso se consumió en la mitad del período. Más claro, échele agua (bueno, el que esté dispuesto a hacerlo, porque la Sociedad Aguas del Tucumán ya está aplicando el aumento tarifario del 20%).
El Gobierno nacional, mientras tanto, viene jugando al contraataque. La defensa tira todas las pelotas hacia la tribuna que pide por una suba del mínimo del impuesto a las Ganancias como una manera de compensar la diferencia. El salario, a su vez, pierde lugares en la tabla de posiciones. Muchos prefieren no percibir incrementos por el solo hecho de que viene doña AFIP y se queda, al menos, con un tercio de lo que se logró en paritarias. Y el problema subyace además en la falta de ajuste de los tramos de la escala de Ganancias. Así, por ejemplo, un trabajador soltero sin hijos que percibe un salario bruto de $ 15.000 mensuales no tributa, mientras que uno que percibe un ingreso sólo un 25% superior ($ 18.750) debe tributar aproximadamente el 10% de su salario de bolsillo y aquel que tenga un nivel de remuneración solo un 50% superior ($ 22.500), el 14% de su salario de bolsillo. La explicación es del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) que propicia una reforma integral del impuesto que contemple un mecanismo de ajuste automático de los parámetros, una profunda modificación de los tramos de la escala de cálculo del tributo y la situación de los trabajadores independientes. Así y todo, la gestión que se caracterizó por la redistribución del ingreso, ahora sólo ha avalado el ajuste de los precios y de las tarifas.
En este contexto de restricciones dinerarias, el consumo pagó los platos rotos y la actividad económica se quedó estacionada en la parada “recesión” sin su principal combustible (hablando de eso: los estacioneros advierten que la nafta puede cerrar más premium que siempre y a $ 20 el litro). Mientras tanto, la Casa Rosada sigue apostando al “efecto Mundial”, prendidos a los televisores para ver a la Selección Nacional, más que a concurrir a algún estadio brasileño. No vaya a ser cosa que en las gradas uno pueda encontrarse con un “sabueso” de la AFIP que pida explicaciones acerca de por qué y con qué dinero el contribuyente está alentando a los jugadores de Sabella. Si el frío no cede, es posible que las facturas de gas nos transporten -sin escalas- de la euforia a la furia. Así como en el verano nos piden que ahorremos luz, del mismo modo se avecina un invierno con poco gas. Y más caro para el que usa demás.
Y todo es más oneroso. Con los precios de las góndolas por las nubes, al menos un 42% de la remuneración promedio de un asalariado privado y en blanco tucumano se va en alimentos. La inflación devoró cuatro puntos porcentuales a aquellos ingresos que, antes de la devaluación, los destinábamos a ocio y entretenimientos. Y, en el mejor de los casos, al ahorro.
El consumo se planchó. Ya nadie va al súper a llenar el carrito porque hacerlo (para el caso de una familia tipo) puede implicar un gasto mensual no inferior a los $ 1.600 (prescindiendo de ciertos lujos).
La redistribución del ajuste también ha implicado más pobreza. Pero, para establecer cuánto, hay que esperar otro pase mágico estadístico del Indec.
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