Por Guillermo Monti
20 Junio 2014
En YouTube puede apreciarse cómo cubrieron los medios internacionales la elección de Francisco. La transmisión de Globo, la principal cadena televisiva de Brasil, vale la pena. Cuando se anuncia el nombre de Jorge Bergoglio después del clásico “Habemus Papam”, el locutor se pregunta: ¿un argentino? Hay desconcierto en plena transmisión. Y poco después esboza su opinión: “¿por qué un Papa argentino cuando Brasil tiene la mayor cantidad de católicos del mundo?” Sabemos que pasada la sorpresa inicial Brasil se abrazó a Francisco con entusiasmo, y multitudes fervorosas lo recibieron en su primer viaje apostólico. Es un pueblo profundamente religioso y eso explica que la festividad de Corpus Christi sea feriado nacional. Misas y procesiones se multiplicaron por todo el país y en Belo Horizonte las iglesias recibieron a los fieles desde temprano.
Pero Brasil extiende su devoción más allá del catolicismo. Los cristianos pertenecientes a distintas iglesias protestantes también se cuentan por millones y crecen permanentemente en número. Los pastores evangelistas son una presencia constante en la radio y la TV; tuitean, suman amigos en Facebook y recorren las barriadas más pobres en una constante labor misionera. Van extendiendo sus ministerios por las favelas y a la vez reciben adhesiones -en efectivo- de sectores adinerados. Ocurre en Argentina, pero en Brasil el fenómeno es muchísimo más notorio.
El sincretismo religioso es una apasionante materia de estudio. En el litoral argentino, en especial en Corrientes, se nota con el entrecruzamiento de cristianismo, Cruz Gil y payé. Lo propio, sin el condimento esotérico, se da en Cuyo con la Difunta Correa. El culto a San La Muerte también está salpicado de elementos cristianos. En Brasil ese sincretismo se produce sobre todo en el norte, donde los cultos afro se mezclaron con las enseñanzas de la Iglesia. Un universo profundo y fascinante, movilizado por ese misterio simplemente conocido como la fe.
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