Las sombras terribles de Escobar *

El narcotráfico protagoniza muchas de las telenovelas, películas y libros más populares de Colombia. Pero todavía sigue actuando en la realidad de una sociedad que parece haberse acostumbrado a convivir con la violencia

HIPNÓTICO. La biografía escrita por Alonso Salazar, adaptada para la TV, también cautivó a Colombia.  HIPNÓTICO. La biografía escrita por Alonso Salazar, adaptada para la TV, también cautivó a Colombia.
22 Junio 2014

Por Carmen Perilli - Para LA GACETA - Tucumán

Llegamos de noche a Cali para participar de un congreso internacional de literatura latinoamericana. Nuestro arribo estuvo lleno de cautela. Desde las primeras horas nos hablan de los enfrentamientos con guerrilleros en el Cauca, cercano a este lugar. De todas maneras, Cali es una ciudad ordenada urbanísticamente, se vive con miedo pero, por ejemplo, los motociclistas están controlados con casco y chaleco. Además, una suerte de transporte modelo atraviesa toda la ciudad con terminales custodiadas. Los principales hoteles fueron construidos por la mafia, en este caso por el cartel presidido por Manuel Rodríguez, enfrentado al cartel de Medellín gobernado por Pablo Escobar.

En el programa del congreso abundan las ponencias sobre la narco-literatura y los secuestros de la guerra de las FARC. Crónicas, novelas y películas que trabajan con los textos de la violencia. Pero mi asombro fue enorme cuando descubrí que todas las noches el país se paraliza para ver la telenovela Escobar, el patrón del mal, una ficción basada en La parábola de Pablo, de Alonso J. Salazar, increíble biografía del jefe de los sicarios.

Prendo la televisión en el hotel y la novela me atrapa de inmediato. Pablo no careció de algunos de los rasgos del bandolerismo social que señala Eric Hobsbawm, ya que actuó de forma patriarcal en un mundo donde la coca era la fuente del dinero. Su historia puede leerse como una suerte de épica bastarda, que dejó una estela de violencia inaudita. Una suerte de parodia del inglés Robin Hood, ya que se hizo millonario y vivió en una casa con zoológico propio (una hermosa imagen de la disolución de su imperio es la huida de los animales abandonados, descriptos en El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vázquez). Pero vuelvo a la novela. En el episodio, Pablo decide silenciar al director del diario El Espectador, Guillermo Cano, y lo manda a asesinar.

Junto con la serie, una increíble cantidad de literatura, cine y periodismo gira alrededor de la historia y mito del narcotraficante. Uno de los más impactante es el documental Los pecados de mi padre, realizado por el argentino Daniel Entel, que logra, a partir de una carta dirigida por el hijo de Escobar a los hijos de Rodrigo Lara Bonilla (político asesinado en 1984 por sicarios de Escobar), una valiente lectura de la historia hecha por el hijo, quien hasta hoy vive de incógnito. Revisión crítica de la relación filial que intenta restaurar lazos entre los hijos y romper la cadena de la sangre. La inseguridad y el miedo que asolan al mundo están metidos en la vida de los colombianos, casi naturalizados, aparecen por todos lados y sus representaciones tienen un efecto extraño: ¿se debe a un acostumbramiento o a una asunción crítica de hechos del pasado que le permitan enfrentar el presente? En estos días los indígenas han enfrentado a guerrilleros y policías planteando su hartazgo.

Un documental colombiano deslumbrante de Diego García sobre la obra de la escultora Beatriz González en un cementerio se titula ¿Por qué llorar si ya reí? La sociedad colombiana no parece haber abandonado la risa y la vida corre tumultuosa en la calle. Lamentablemente, en el río de Medellín aparecen cadáveres y nadie se asombra: quizá esto sea peor que la muerte. Ojalá la palabra y la imagen sirvan para sacudir y no para acostumbrarnos a vivir en una sociedad en la que la vida es desechable.

© LA GACETA

Carmen Perilli - Doctora en Letras, profesora de la UNT, investigadora del Conicet.

Nota: * Este artículo fue publicado originalmente en este suplemento el 19 de agosto de 2012.

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Los torcidos

Fragmento de La parábola de Pablo*

Por Alonso Salazar

En ese momento la revista Semana de Bogotá describió así la huella que marcaba en la historia de Colombia:

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“No dejó gobernar a tres presidentes. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar los colombianos desconocían la palabra sicario. Antes de Pablo Escobar Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar, el mundo conocía a Colombia como la Tierra del Café. Y antes de Pablo Escobar, nadie pensaba que en Colombia pudiera explotar una bomba en un supermercado o en un avión en vuelo. Por cuenta de Pablo Escobar hay carros blindados en Colombia y las necesidades de seguridad modificaron la arquitectura. Por cuenta de él se cambió el sistema judicial, se replanteó la política penitenciaria y hasta el diseño de las prisiones, y se transformaron las Fuerzas Armadas. Pablo Escobar descubrió, más que ningún antecesor, que la muerte puede ser el mayor instrumento de poder.

Doña Hermilda mira esta vastedad, mar de muertos extendido a sus pies, pero su corazón de madre sólo ve la tumba de su hijo. Y se duele de lo que llama su sacrificio y de quienes lo traicionaron: “Quienes no vienen son los torcidos, los que le dieron la espalda -dice-; los que pasaron por Nápoles, su hacienda, a ofrecer y pedir. Políticos, empresarios, ex presidentes, artistas, periodistas, reinas, divas, a quienes él les mandaba el avión o el helicóptero a Bogotá”. “Si no está la mitad del país en la cárcel por corrupción es porque Pablo pagó siempre en efectivo, nunca en cheques”, se escucha con frecuencia. Les dio plata a políticos, a magistrados de altos tribunales que le aconsejaban fórmulas jurídicas, a guerrilleros con cuya causa simpatizaba; a banqueros y constructores que le pintaron excelentes negocios... A otros no les dio plata, les hizo favores. Lo buscaba unpolítico para que le prestara aeronaves para su campaña electoral,otro político para pedirle que matara a un secuestrado. Otro máspara decirle: “Haga el favor de hacerme dosatentados”, y Pablo, generoso, le regalaba autoatentados, le acrecentaba la simpatía popular y le empujaba la elección.

* Planeta.

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