¿Hay algo más enfermante en el fútbol que traicionar los principios e ideales tácticos? Esa es la pregunta que tendrá que responderse Cesare Prandelli, el técnico de Italia que prometió una revolución en la “azurra”, pero que terminó por segundo Mundial consecutivo sin clasificar a la segunda fase.

Los tifosi, a esta altura de los acontecimientos, con razón, deben estar lanzando espuma por la boca. El entrenador anunció con bombos y platillos que enterraría de una vez por todas al cattenaccio. Prometió otra filosofía, la del juego ofensivo y buen toque. Pero nada de eso sucedió.

Italia arrancó con todo venciendo a Inglaterra (¡con el argentino Gabriel Paletta de titular!), pero derraparon feo contra Costa Rica y se despidieron sin pena ni gloria contra Uruguay. Ese fue el último acto de una obra de terror.

Y fue así porque Prandelli se dejó en el cajón del escritorio todas sus buenas ideas y sucumbió con un seleccionado uruguayo que jugó de contra. Italia se portó como un equipo chiquito y no como un grande. Intentó destruir antes que construir. Por eso se despidió de la peor manera del Mundial. Por eso no sorprende que Prandelli haya renunciado en el vestuario.

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