Terminó la primera fase y Ronaldo sonríe. A él no le interesa si Portugal quedó eliminado por diferencia de goles que Estados Unidos. Por ahora también está al margen de las actuaciones de Lionel Messi. No le preocupa que el rosarino encabece la tabla de goleadores junto con Neymar y Thomas Müller. Además, le resulta indiferente que una vez más se haya cumplido la maldición del Balón de Oro. ¿Qué maldición? La que determina que cada jugador que se llevó el codiciado premio que otorga anualmente la FIFA al mejor futbolista de la temporada en la ceremonia previa a la Copa del Mundo, nunca fue campeón en la cita mundialista de ese año. A Ronaldo, a este Ronaldo, el “Fenómeno” brasileño, le importan otras cosas. Hace 12 años que ostenta el título de goleador histórico de los mundiales y su única amenaza por estos días es Miroslav Klose. El alemán no pudo hacerle un gol a EE.UU. y ambos siguen compartiendo el máximo escalón con 15 conquistas. Por eso él sonríe y es la otra cara de la moneda de Cristiano. El Ronaldo que acumula premios y trofeos jugando en sus equipos, pero no puede alcanzar la gloria con la selección de su país. CR7 se marcha de Brasil con pena y sin gloria. Con el consuelo de haberse convertido en el único portugués que anotó goles en tres mundiales seguidos. Muy poco para alguien que sólo se conforma con mucho.

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