Por Guillermo Monti
29 Junio 2014
LA ESTRELLA DE LA JORNADA. La encantadora periodista chilena Jhendelyn Núñez calentó la sala de prensa al mostrar sus atributos cada vez que podía.
Jhendelyn Núñez revolucionó la previa del partido. Identificada como periodista chilena, su gracia fue levantarse el top, una y otra vez, para mostrar el corpiño con los colores de su bandera. Tacos, bermuda de jean, carita pintada, tostado caribeño… Los 15 minutos de fama de Jhendelyn se agotaron por culpa de los penales, así que más tarde se la ve picoteando una ensalada. Ya no se levanta el top ni hay una nube de smartphones dispuestos a retratar la delantera. Ella separa la lechuga del tomate mientras watsappea. La esperan en casa.
Pocas veces se vio tanto convencimiento como el que alimentaban los hinchas chilenos antes del partido. Estaban seguros de que la victoria era más que posible y se nota que tenían con qué fundamentar semejante profesión de optimismo. Tal vez por eso fue tan dura la caída. Gritaron durante 120 minutos, fervorosas islas rojas en el océano amarillo del Mineirao, elevaron los puños al cielo con el gol de Alexis Sánchez y sufrieron los penales como un calvario.
Se quedaron varios minutos en las tribunas, mirando sin mirar. Muchos brasileños los consolaban; otros se burlaban de ellos. Ni ganas de enojarse tenían los chilenos. “Cuando el tiro de Pinilla dio en el travesaño sentí una mala espina. No me equivoqué”, sentenció Richard Solórzano, un estudiante santiaguino que juntó peso sobre peso para llegar a Belo Horizonte. Su sueño, como decía John Lennon, se terminó.
El himno brasileño es simpático. No es un canto de guerra y liberación, como el que escribió López y Planes. Habla de amor, de la naturaleza, de la belleza de su país. En el Mineirao se lo cantó con un sentimiento hermoso. Potente pero sin gritar. La acústica del estadio multiplicó esas estrofas hasta hacerlas reverberar. Impresionante.
Del duelo de bellezas se ocuparon las pantallas gigantes y los fotógrafos. Hubo para todos los paladares, sobre todo entre las anfitrionas. En la variedad está el gusto, y las mineiras se abrieron como pétalos de todos los colores. Mientras tanto, para combatir los cerca de 30 grados sobraron las propuestas heladas, con y sin alcohol. Llamativo: iban casi 10 minutos del segundo tiempo y se multiplicaban las butacas vacías. Los “torcedores” se tomaron su tiempo en los mostradores. Todo por una Brahma gélida.
La reventa alcanzó precios de locura, todo un síntoma de lo que puede pasar en rondas venideras. Llegaron brasileños de todos los Estados y la competencia por un ticket hizo subir los precios por encima de los 2.000 dólares. Las operaciones se concretaron lejos del Mineirao, porque las vallas se desplegaron a 500 metros del estadio. Nadie pasaba sin su cartón de ingreso. Para controlar a los escurridizos se montó un operativo de seguridad gigantesco. El partido fue catalogado de alto riesgo.
La salida de Gary Medel horadó las palmas de los hinchas chilenos. Furiosos y merecidos aplausos para él, al igual que para Arturo Vidal. Chile terminó el partido sin sus emblemas en el campo. El físico los sacó de la definición por penales. ¿Alguien duda de que hubieran integrado la lista de pateadores? Los brasileños chiflaron a Fred y ovacionaron a Jo, que es ídolo en Atlético Mineiro, uno de los grandes equipos locales. Pero Jo hizo tan poco como el criticado Fred. De idolatrar a Neymar la “torcida” pasó a cantarle loas a Julio César. Lo hizo antes de los penales y, mucho más, después, cuando en la cancha lo reporteban en su carácter de figura de la tarde.
Un atáud con los colores chilenos, figuritas gigantes de jugadores trasandinos… con la cara de Mick Jagger, gorros bufonescos y una multitud de pelucas marcaron el cotillón del dueño de la fiesta. Nada demasiado imaginativo. Las fuerzas están puestas en el festejo, programado en la Plaza Savassi, el Fan Fest (con la actuación de Daniela Mercury) y los cientos de pistas en las que se baila samba del bueno en Belo Horizonte. Allí irán los mexicanos y los españoles, simpáticas presencias en medio del torbellino brasileño (¡y no vendieron sus entradas!) y muchos chilenos. “No tengo muchas ganas, pero bueno… Ya que estamos”, apuntó Solórzano en la despedida.
Pasionales y expresivos, los brasileños discutieron de lo lindo en las tribunas. Por el rendimiento del equipo, por los cambios de Scolari, por cada intervención del árbitro. Y justo en el momento en que parecen irse a las manos se calman y pasan a otra cosa.
Los chilenos, como una masa anhelante y monolítica, fueron una sola voz. Son formas de vivir los partidos, y el de ayer provocó toda clase de reacciones, de las felices y de las dramáticas. Lo que no tiene lugar es la indiferencia, por más que Jhendelyn haya llegado al Mineirao como una estrella y debiera marcharse por la puerta de servicio.
Pocas veces se vio tanto convencimiento como el que alimentaban los hinchas chilenos antes del partido. Estaban seguros de que la victoria era más que posible y se nota que tenían con qué fundamentar semejante profesión de optimismo. Tal vez por eso fue tan dura la caída. Gritaron durante 120 minutos, fervorosas islas rojas en el océano amarillo del Mineirao, elevaron los puños al cielo con el gol de Alexis Sánchez y sufrieron los penales como un calvario.
Se quedaron varios minutos en las tribunas, mirando sin mirar. Muchos brasileños los consolaban; otros se burlaban de ellos. Ni ganas de enojarse tenían los chilenos. “Cuando el tiro de Pinilla dio en el travesaño sentí una mala espina. No me equivoqué”, sentenció Richard Solórzano, un estudiante santiaguino que juntó peso sobre peso para llegar a Belo Horizonte. Su sueño, como decía John Lennon, se terminó.
El himno brasileño es simpático. No es un canto de guerra y liberación, como el que escribió López y Planes. Habla de amor, de la naturaleza, de la belleza de su país. En el Mineirao se lo cantó con un sentimiento hermoso. Potente pero sin gritar. La acústica del estadio multiplicó esas estrofas hasta hacerlas reverberar. Impresionante.
Del duelo de bellezas se ocuparon las pantallas gigantes y los fotógrafos. Hubo para todos los paladares, sobre todo entre las anfitrionas. En la variedad está el gusto, y las mineiras se abrieron como pétalos de todos los colores. Mientras tanto, para combatir los cerca de 30 grados sobraron las propuestas heladas, con y sin alcohol. Llamativo: iban casi 10 minutos del segundo tiempo y se multiplicaban las butacas vacías. Los “torcedores” se tomaron su tiempo en los mostradores. Todo por una Brahma gélida.
La reventa alcanzó precios de locura, todo un síntoma de lo que puede pasar en rondas venideras. Llegaron brasileños de todos los Estados y la competencia por un ticket hizo subir los precios por encima de los 2.000 dólares. Las operaciones se concretaron lejos del Mineirao, porque las vallas se desplegaron a 500 metros del estadio. Nadie pasaba sin su cartón de ingreso. Para controlar a los escurridizos se montó un operativo de seguridad gigantesco. El partido fue catalogado de alto riesgo.
La salida de Gary Medel horadó las palmas de los hinchas chilenos. Furiosos y merecidos aplausos para él, al igual que para Arturo Vidal. Chile terminó el partido sin sus emblemas en el campo. El físico los sacó de la definición por penales. ¿Alguien duda de que hubieran integrado la lista de pateadores? Los brasileños chiflaron a Fred y ovacionaron a Jo, que es ídolo en Atlético Mineiro, uno de los grandes equipos locales. Pero Jo hizo tan poco como el criticado Fred. De idolatrar a Neymar la “torcida” pasó a cantarle loas a Julio César. Lo hizo antes de los penales y, mucho más, después, cuando en la cancha lo reporteban en su carácter de figura de la tarde.
Un atáud con los colores chilenos, figuritas gigantes de jugadores trasandinos… con la cara de Mick Jagger, gorros bufonescos y una multitud de pelucas marcaron el cotillón del dueño de la fiesta. Nada demasiado imaginativo. Las fuerzas están puestas en el festejo, programado en la Plaza Savassi, el Fan Fest (con la actuación de Daniela Mercury) y los cientos de pistas en las que se baila samba del bueno en Belo Horizonte. Allí irán los mexicanos y los españoles, simpáticas presencias en medio del torbellino brasileño (¡y no vendieron sus entradas!) y muchos chilenos. “No tengo muchas ganas, pero bueno… Ya que estamos”, apuntó Solórzano en la despedida.
Pasionales y expresivos, los brasileños discutieron de lo lindo en las tribunas. Por el rendimiento del equipo, por los cambios de Scolari, por cada intervención del árbitro. Y justo en el momento en que parecen irse a las manos se calman y pasan a otra cosa.
Los chilenos, como una masa anhelante y monolítica, fueron una sola voz. Son formas de vivir los partidos, y el de ayer provocó toda clase de reacciones, de las felices y de las dramáticas. Lo que no tiene lugar es la indiferencia, por más que Jhendelyn haya llegado al Mineirao como una estrella y debiera marcharse por la puerta de servicio.
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