Por Carlos Frías
10 Julio 2014
LA ESPERA. Entre el feriado por la conmemoración de la Declaración de la Independencia y la semifinal los colectivos circularon con demoras de más de una hora.
Las calles se convirtieron en peatonales. Son las 17.15 y dos skeaters se adueñan del asfalto de Muñecas al 300. La conmemoración del 9 de Julio y la semifinal del Mundial convirtieron al centro en una postal deshabitada donde el ruido del motor de los colectivos es el único sonido que rompe el silencio de esta ciudad vacía.
La espera se hace larga en la parada de la Línea 4 en Córdoba al 600. Gritos y suspiros de trompetas retumban en el fondo de la Galería del Sol. José Luis Albornoz y algunos de sus empleados siguen el minuto a minuto de un táctico empate en cero entre Argentina y Holanda. Es feriado pero ellos no piensan detener la confección de camisetas albicelestes porque están seguros que la selección alcanzará la final y la venta de sus productos promete ser jugosa. El ómnibus nunca llega y obliga a cambiar de parada.
Hace un año que Rodrigo Acuña trabaja de chofer en la Línea 5. Su turno comenzó a las 17, la misma hora en la que el árbitro turco, Cüneyt Cakir, pitó el inicio de la semifinal. “Esta unidad no tiene estéreo y como no nos permiten usar auriculares la única forma que tengo para saber cómo va el partido es preguntando”, sostiene mientras maneja. Confiesa que, si pudiera elegir, estaría viendo el partido con su hijo. “Trabajar implica estas cosas y, lamentablemente, hay que entender que el trabajo está primero”, agrega.
Acuña trabajó todos los días en los que jugó la selección de Javier Mascherano y Lionel Messi. “En la semana había gente que salía de trabajar o que en el entretiempo aprovechaba para volver a su casa. Pero hoy (por ayer) no salió nadie”, afirmó. Laura Terragni era la única pasajera que había en el coche y tenía un especial motivo para viajar. “Estoy cuidando a mi hermana porque tuvo a su cuarto hijo. Está internada en la Maternidad; ella y Bárbara, mi sobrinita, están bien”, explicó.
Terragni vive en Córdoba y es hincha de Belgrano. “Me encanta el fútbol y por suerte en el hospital siempre ponen los partidos. Si se ponen las pilas creo que le ganamos a Holanda. Y la final (con Alemania) va a estar brava, aunque Brasil venía golpeado”, dijo.
En los refugios de la avenida Mate de Luna al 1.500 había dos grupos de pasajeros que, aseguraban, habían esperado demasiado para tomar el colectivo y volver a sus casas. Aldana Reinaga y Luis Carrizo esperaban el 130, mientras que Sandra Veyra y su beba de apenas 13 días aguardaban por el 4. “Hace más de una hora que estoy acá y no pasó ningún colectivo. Debe ser por el partido”, analizaba Veyra.
Por la radio de un taxi estacionado frente a la Maternidad, se oía que corría el minuto 44 del primer tiempo y que el árbitro había cobrado un tiro libre a favor de Argentina. Nacía la esperanza de un gol, pero los jugadores tuvieron que irse al vestuario sin poder abrir el marcador.
En Yerba Buena la sensación de que se caminaba por una ciudad abandonada era aún mayor que en la capital, hasta que en el horizonte aparecía un interno de la Línea 100. “Hoy está tranquilo porque no hay nadie. En los otros partidos fue más tensionante porque los automovilistas andaban como locos. Este es el primer Mundial en que me toca estar trabajando”, dijo el chofer Mario Cubillos. En el colectivo iban tres ancianas que prefirieron no decir nada y seguir tranquilas con su viaje; quién sabe si habrá sido de ida o de vuelta a sus casas.
De nuevo en la capital, el ambiente no había cambiado y en 90 minutos el silencio no había sido vencido por un grito de gol. Las luces de la calle comenzaban a pintar de anaranjado a las sombras de la noche. Las paradas se poblaban de pasajeros y Argentina iba a tiempo extra para tratar de llegar a la añorada final.
El chofer Javier Bulacio pisaba el acelerador de un coche vacío de la Línea 12. “Hubo muy pocos pasajeros. Entre el feriado y el partido ni una persona salió a la calle. Pero ahora que termine el partido, comenzarán a aparecer. Hay mucha gente que viene al centro para festejar en la plaza Independencia. Y, en mi recorrido, el Smata es el barrio del que más gente viene a festejar”, explicó.
Los 120 minutos se aproximaban a su fin y la Crisóstomo Álvarez se llenaba de las luces de los faros de los colectivos de las distintas líneas, que aparecían uno detrás de otro. Llegaban las penales y en 25 de Mayo y Mendoza una mujer pronosticaba que Sergio Romero iba a atajar dos. Su pálpito se cumplió y un masivo festejo sacó a la ciudad de su silencio.
La espera se hace larga en la parada de la Línea 4 en Córdoba al 600. Gritos y suspiros de trompetas retumban en el fondo de la Galería del Sol. José Luis Albornoz y algunos de sus empleados siguen el minuto a minuto de un táctico empate en cero entre Argentina y Holanda. Es feriado pero ellos no piensan detener la confección de camisetas albicelestes porque están seguros que la selección alcanzará la final y la venta de sus productos promete ser jugosa. El ómnibus nunca llega y obliga a cambiar de parada.
Hace un año que Rodrigo Acuña trabaja de chofer en la Línea 5. Su turno comenzó a las 17, la misma hora en la que el árbitro turco, Cüneyt Cakir, pitó el inicio de la semifinal. “Esta unidad no tiene estéreo y como no nos permiten usar auriculares la única forma que tengo para saber cómo va el partido es preguntando”, sostiene mientras maneja. Confiesa que, si pudiera elegir, estaría viendo el partido con su hijo. “Trabajar implica estas cosas y, lamentablemente, hay que entender que el trabajo está primero”, agrega.
Acuña trabajó todos los días en los que jugó la selección de Javier Mascherano y Lionel Messi. “En la semana había gente que salía de trabajar o que en el entretiempo aprovechaba para volver a su casa. Pero hoy (por ayer) no salió nadie”, afirmó. Laura Terragni era la única pasajera que había en el coche y tenía un especial motivo para viajar. “Estoy cuidando a mi hermana porque tuvo a su cuarto hijo. Está internada en la Maternidad; ella y Bárbara, mi sobrinita, están bien”, explicó.
Terragni vive en Córdoba y es hincha de Belgrano. “Me encanta el fútbol y por suerte en el hospital siempre ponen los partidos. Si se ponen las pilas creo que le ganamos a Holanda. Y la final (con Alemania) va a estar brava, aunque Brasil venía golpeado”, dijo.
En los refugios de la avenida Mate de Luna al 1.500 había dos grupos de pasajeros que, aseguraban, habían esperado demasiado para tomar el colectivo y volver a sus casas. Aldana Reinaga y Luis Carrizo esperaban el 130, mientras que Sandra Veyra y su beba de apenas 13 días aguardaban por el 4. “Hace más de una hora que estoy acá y no pasó ningún colectivo. Debe ser por el partido”, analizaba Veyra.
Por la radio de un taxi estacionado frente a la Maternidad, se oía que corría el minuto 44 del primer tiempo y que el árbitro había cobrado un tiro libre a favor de Argentina. Nacía la esperanza de un gol, pero los jugadores tuvieron que irse al vestuario sin poder abrir el marcador.
En Yerba Buena la sensación de que se caminaba por una ciudad abandonada era aún mayor que en la capital, hasta que en el horizonte aparecía un interno de la Línea 100. “Hoy está tranquilo porque no hay nadie. En los otros partidos fue más tensionante porque los automovilistas andaban como locos. Este es el primer Mundial en que me toca estar trabajando”, dijo el chofer Mario Cubillos. En el colectivo iban tres ancianas que prefirieron no decir nada y seguir tranquilas con su viaje; quién sabe si habrá sido de ida o de vuelta a sus casas.
De nuevo en la capital, el ambiente no había cambiado y en 90 minutos el silencio no había sido vencido por un grito de gol. Las luces de la calle comenzaban a pintar de anaranjado a las sombras de la noche. Las paradas se poblaban de pasajeros y Argentina iba a tiempo extra para tratar de llegar a la añorada final.
El chofer Javier Bulacio pisaba el acelerador de un coche vacío de la Línea 12. “Hubo muy pocos pasajeros. Entre el feriado y el partido ni una persona salió a la calle. Pero ahora que termine el partido, comenzarán a aparecer. Hay mucha gente que viene al centro para festejar en la plaza Independencia. Y, en mi recorrido, el Smata es el barrio del que más gente viene a festejar”, explicó.
Los 120 minutos se aproximaban a su fin y la Crisóstomo Álvarez se llenaba de las luces de los faros de los colectivos de las distintas líneas, que aparecían uno detrás de otro. Llegaban las penales y en 25 de Mayo y Mendoza una mujer pronosticaba que Sergio Romero iba a atajar dos. Su pálpito se cumplió y un masivo festejo sacó a la ciudad de su silencio.