El peso de ser visitante

Tres universitarios alemanes festejaron el cuarto campeonato mundial en Tucumán

VICTORIA. Los tres estudiantes alemanes vieron el partido que le dio la cuarta Copa del Mundo a su país en el Club Alemán. VICTORIA. Los tres estudiantes alemanes vieron el partido que le dio la cuarta Copa del Mundo a su país en el Club Alemán.
Y el gol cayó para ellos. Y en el silencio de una ciudad entera se los escuchó gritar. Ellos también esperaban las penales. Pensaban que el partido había sido parejo y que la ventaja iba a llegar de la mano de los doce pasos. Pero no fue así. Les tocó festejar antes y sentados alrededor de una mesa cubierta por botellitas de cerveza gritaron felices. Pero después se sintieron extraños porque a su alrededor no había fiesta y tenían sólo a dos alemanes con los cuales abrazarse.

Es difícil alentar de visitante. Más en este país en donde los hinchas hacen sentir la condición de local y en el que los insultos se cargan con palabras más fuertes a las que ellos están acostumbrados a escuchar. Fue difícil festejar pero la alegría que sintieron no se podía contener. Saltaron, aplaudieron y se abrazaron. Sufrieron el partido tal como lo haría cualquier hincha y, a pesar de que a Sofía Elgner y Giada Hoenl sólo les interesa el fútbol cuando su seleccionado disputa un Mundial, igual sonrieron y gritaron por la conquista de la cuarta estrella alemana en la historia de la Copa del Mundo.

Frederic Osthus, Sofía y Giada no sabían dónde iban a ver el partido. Si hubieran estado en Alemania, su país natal, no habrían tenido duda alguna acerca de adónde ir. Porque, en la tierra donde erraba el Lobo Estepario de Herman Hesse, los alemanes acostumbran reunirse en los bares y en las plazas para ver los partidos de su selección. Pero estos tres estudiantes universitarios estaban en Tucumán y -en este caso- juntarse con sus amigos tucumanos alrededor de un televisor para ver el partido que iba a convertirse en la cuarta derrota consecutiva de Argentina en manos teutonas, no era una opción. Aún así, encontraron un lugar en el cual estar.

Las paredes de la vieja estructura ubicada en Santiago al 1.200 que acoge al Club Alemán en Tucumán habían sido remozadas. Estaban pintadas con el tradicional rojo, amarillo y negro de la bandera europea y en el salón en el que varias generaciones disfrutaron de bailes de colegios y fiestas se habían colocado mesas y sillas. Sobre un mueble antiguo se había colocado un televisor y un grupo de unos 15 tucumanos con ascendencia alemana se habían reunido para ver el partido. “Es muy difícil estar acá porque la mayoría de los argentinos suele reunirse en sus casas para ver los partidos con su familia o con sus amigos. Además, no hay muchos que quieran estar hoy (por ayer) con alemanes”, analizó Giada Hoenl que decidió quedarse en la provincia para enseñar su idioma natal y crear un centro cultural.

Admite que no es una fanática y cuenta que en su país casi nadie se junta en su casa para ver la final de un Mundial. “Festejamos mucho, pero en Alemania la celebración es más pública y en las plazas de las grandes ciudades se colocan pantallas para que se puedan ver los partidos. Y más ahora que estamos en verano”, agregó. También confiesa que está viviendo una situación rara porque siente que va en el sentido contrario al de todo un país. “Es raro. Habitualmente me siento como una más, pero hoy es diferente”, concluyó.

Frederic Osthus cuenta que sus amigos le envían mensajes lamentándose de que no pueda estar junto con ellos para festejar la victoria. “Es difícil porque por un lado quería que gane Alemania pero por el otro también me iba sentir bien si ganaba Argentina. De una u otra manera para mí iba a ser una fiesta”, explicó.

En ese marco, el cónsul alemán Germán Enrique Böttger, sostiene que todo evento deportivo sirve para unir a las naciones aunque parezca que haya rivalidades. “Nelson Mandela fue un ejemplo de cómo valerse de un deporte para unir una nación”, afirmó.

Para Sofía Elgner la situación es desesperante porque le gustaría estar con gente que tenga su misma energía y, por más que no quiere, se siente como una visitante a pesar de que hace cinco años vive en Tucumán. “Los argentinos gritan y gesticulan más, son más extrovertidos cuando ven un partido. Los alemanes también insultamos pero con palabras como idiota o estúpido. No tenemos tantos insultos, acá hay más variedad”, analiza.

El partido va llegando a su fin y la definición de Mario Götze, ese delantero que llegó del banco de suplentes, baja el telón. La derrota cae sobre la cancha de ese juego en el que los argentinos -a veces- olvidamos que también se puede perder y que las lágrimas de alegría que nos regala son de sal y que arden fuerte cuando un corazón se rompe.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios