Por Miguel Ángel Rouco
20 Julio 2014
BUENOS AIRES.- La administración Kirchner en cinco meses duplicó el déficit fiscal que tenía en el mismo lapso de 2013. El gasto público representa más del 42% del PBI, a pesar de un crecimiento de la recaudación tributaria del 35% y de que el Banco Central agotara todos los recursos que la ley le permite para financiar al Tesoro. Con todo, la racionalidad parece no haber llegado a la Casa Rosada que se encuentra lejos de propiciar un ajuste en las erogaciones. Aun cuando la actualización de las tarifas de gas y agua significó una baja en las transferencias al sector privado, los subsidios al consumo de electricidad se mantienen en niveles superlativos. El gobierno ha aplicado indirectamente un ajuste sobre los haberes previsionales al dejarlos rezagados respecto de la inflación. Sin embargo, el gasto previsional sigue creciendo porque habilitó un nuevo jubileo que permite acceder al beneficio sin tener los años de aportes requeridos. La Casa Rosada se sigue sirviendo del BCRA, Anses y PAMI para cubrir su déficit. En cinco meses, esos organismos transfirieron al Tesoro casi $ 28.000 millones, lo que llevaría el desequilibrio real a casi $ 50.000 millones en ese lapso, manteniéndose nuestra proyección para todo el ejercicio de $ 120.000 millones.
Los efectos de la devaluación de enero están licuados y la economía se encuentra en la misma situación que a fines de 2013, con un fuerte retraso cambiario, altas tasas de interés y el primer semestre del año con una abrupta contracción de la actividad económica. Por otra parte, la inflación continúa horadando el bolsillo de población y no son pocos los gremios que están pidiendo reabrir las paritarias ante el rezago salarial. Al mismo tiempo, las cifras del remozado índice de inflación oficial comienzan a mostrar las mismas inconsistencias que el indicador anterior, lo que pone de manifiesto la impericia oficial.
La debilidad del frente fiscal, la aceleración de la inflación y el freno de la actividad abre interrogantes entre analistas e inversores respecto de la capacidad de repago del país.
La demora en la solución del controvertido litigio con los holdouts aumenta la desconfianza de los potenciales inversores y comienza a disminuir el valor de los activos argentinos.
La semana que se inicia será determinante para el país. Las voces que hablan de un supuesto “default administrado”, reflejan el desconcierto del gobierno sobre los efectos que vienen tras esa imprudente decisión.
El impetuoso accionar del gobierno en el frente externo provoca un clima tórrido en la comunidad financiera. “Cualquier señal del gobierno argentino que deje trascender la palabra default, es un dolor de cabeza entre los inversores”, explicó un administrador de carteras.
Si la Argentina entra en default, se le viene encima toda la deuda, de nada habrá servido la restructuración y el esfuerzo que ha hecho la sociedad para pagar la carga de pesadas obligaciones financieras durante la última década. Será entonces, una década perdida.
El mundo financiero está observando con desconfianza al país. En Wall Street y en Washington no gusta el coqueteo que Buenos Aires está haciendo con Moscú y Beijing y se lo mira con recelo.
El desembarco geopolítico de Rusia sobre Asia y de China sobre Africa está en el tope de la agenda de estado de la Casa Blanca. A pesar de que la Argentina no fue admitida en el seno de los BRICS, las visitas de Putin y Xi Jimping despiertan inquietud, al tiempo que conllevan un costo peligroso.
Ambos buscan ventas para sus enormes e ineficientes complejos militares, mientras que el único interés de compra se centra en actividades extractivas del país, sin aportar valor agregado. Mientras la Argentina permanezca al margen del mercado de capitales internacional, la única aproximación a fuentes financieras es ofrecida por Rusia y China.
El interés por llevar adelante emprendimientos de infraestructura desvela al gobierno argentino que se muestra dispuesto a cualquier negociación. Sin embargo, el financiamiento no será gratuito ya que tiene como condición que las obras las ejecuten empresas de esos países, lo cual lleva implícito, sobrecostos difíciles de controlar. En otros términos, si la obra es financiada por Rusia o China, la obra será ejecutada por empresas de esos países y con un costo final que se habrá multiplicado. La ilusión de un préstamo en yuanes para fortalecer las reservas del BCRA, no son más que un espejismo en el desierto y sólo servirán para financiar las compras de soja. Nada es gratuito, en especial todo lo que no se haga con sensatez y racionalidad. El gobierno transita por uno de los momentos más críticos de toda su gestión y dependerá de su habilidad para poder llegar a término.
Los efectos de la devaluación de enero están licuados y la economía se encuentra en la misma situación que a fines de 2013, con un fuerte retraso cambiario, altas tasas de interés y el primer semestre del año con una abrupta contracción de la actividad económica. Por otra parte, la inflación continúa horadando el bolsillo de población y no son pocos los gremios que están pidiendo reabrir las paritarias ante el rezago salarial. Al mismo tiempo, las cifras del remozado índice de inflación oficial comienzan a mostrar las mismas inconsistencias que el indicador anterior, lo que pone de manifiesto la impericia oficial.
La debilidad del frente fiscal, la aceleración de la inflación y el freno de la actividad abre interrogantes entre analistas e inversores respecto de la capacidad de repago del país.
La demora en la solución del controvertido litigio con los holdouts aumenta la desconfianza de los potenciales inversores y comienza a disminuir el valor de los activos argentinos.
La semana que se inicia será determinante para el país. Las voces que hablan de un supuesto “default administrado”, reflejan el desconcierto del gobierno sobre los efectos que vienen tras esa imprudente decisión.
El impetuoso accionar del gobierno en el frente externo provoca un clima tórrido en la comunidad financiera. “Cualquier señal del gobierno argentino que deje trascender la palabra default, es un dolor de cabeza entre los inversores”, explicó un administrador de carteras.
Si la Argentina entra en default, se le viene encima toda la deuda, de nada habrá servido la restructuración y el esfuerzo que ha hecho la sociedad para pagar la carga de pesadas obligaciones financieras durante la última década. Será entonces, una década perdida.
El mundo financiero está observando con desconfianza al país. En Wall Street y en Washington no gusta el coqueteo que Buenos Aires está haciendo con Moscú y Beijing y se lo mira con recelo.
El desembarco geopolítico de Rusia sobre Asia y de China sobre Africa está en el tope de la agenda de estado de la Casa Blanca. A pesar de que la Argentina no fue admitida en el seno de los BRICS, las visitas de Putin y Xi Jimping despiertan inquietud, al tiempo que conllevan un costo peligroso.
Ambos buscan ventas para sus enormes e ineficientes complejos militares, mientras que el único interés de compra se centra en actividades extractivas del país, sin aportar valor agregado. Mientras la Argentina permanezca al margen del mercado de capitales internacional, la única aproximación a fuentes financieras es ofrecida por Rusia y China.
El interés por llevar adelante emprendimientos de infraestructura desvela al gobierno argentino que se muestra dispuesto a cualquier negociación. Sin embargo, el financiamiento no será gratuito ya que tiene como condición que las obras las ejecuten empresas de esos países, lo cual lleva implícito, sobrecostos difíciles de controlar. En otros términos, si la obra es financiada por Rusia o China, la obra será ejecutada por empresas de esos países y con un costo final que se habrá multiplicado. La ilusión de un préstamo en yuanes para fortalecer las reservas del BCRA, no son más que un espejismo en el desierto y sólo servirán para financiar las compras de soja. Nada es gratuito, en especial todo lo que no se haga con sensatez y racionalidad. El gobierno transita por uno de los momentos más críticos de toda su gestión y dependerá de su habilidad para poder llegar a término.