20 Julio 2014
Admitámoslo: la decisión de Facebook de llamar “amigos” a quienes son simplemente contactos fue brillante desde el punto de vista del marketing (nos genera una potencial cercanía con la persona describiendo el vínculo que nos une a ella), pero muy desafortunada para nuestra vida cotidiana, ya que logró diluir el simbolismo del término.
Y es que lo que llamamos sin pensar demasiado “amigo” se ha tornado difícil de describir: mirones que observan nuestra vida desde el escaparate digital, megusteadores dispuestos a hacer clic en cualquier cosa que publiquemos, publicadores seriales de lo bizarro, contactos “buena onda” y finalmente, alguna que otra persona a la que podemos -sin temor a equivocarnos- llamar amigo.
Pero para no caer en el fácil ejercicio de culpar a Internet o a la red social, asumamos que el hype -o la emoción más pura- de usar una herramienta como Facebook nos hizo caer a todos en la mayor trampa conocida por el usuario digital: agregar o aceptar solicitudes de contacto sin el necesario chequeo previo para poder intuir al menos algún tipo de compatibilidad. Así es como de 500 amigos, como marca la encuesta en realidad con apenas 8 o 10 tenemos al menos un vínculo afectivo. El problema es el comportamiento derivado del desconocimiento.
De esta manera, nos encontramos “rodeados” de publicaciones que no queremos leer, videos “virales” que no queremos ver o la consabida imagen de una frase que más que motivarnos, nos incita a la violencia simbólica contemporánea, expresada en la denuncia por spam a semejante sujeto. Sin embargo, la red sigue siendo un espacio de construcción posible de relaciones. En la periodicidad de las breves interacciones con otras personas en un espacio digital se generan pequeños vínculos. Como el saludo al ver pasar a otro en la acera del frente, los “me gusta” constituyen un acto de reconocimiento y a la vez, el envío de un pequeño mensaje con alguna de estas significaciones: te leí, me gustó, comparto lo que escribiste o estoy con vos, entre los muchos significados posibles. Los comentarios, aunque breves, suponen también un espacio de intercambio y de relación. Hay verdad en la comunicación digital. Asumir esto no supone desconocer los problemas que también se pueden presentar.
La gestión de los contactos y de la relación con ellos es parte de una tarea cotidiana que aún no terminamos de asumir como parte de nuestra cotideaneidad. En el proceso de compresión de “lo digital” como entorno de construcción o de sostenimiento de distinto tipo de vínculos, estamos aún lejos de haber comenzado a entender las posibilidades.
Hay una elemental tarea de decodificación, entendimiento y sobre todo, paciencia, para poder finalmente ser capaces de apropiarnos de este espacio y utilizarlo en nuestro beneficio. Comenzarla es una decisión personal.
Y es que lo que llamamos sin pensar demasiado “amigo” se ha tornado difícil de describir: mirones que observan nuestra vida desde el escaparate digital, megusteadores dispuestos a hacer clic en cualquier cosa que publiquemos, publicadores seriales de lo bizarro, contactos “buena onda” y finalmente, alguna que otra persona a la que podemos -sin temor a equivocarnos- llamar amigo.
Pero para no caer en el fácil ejercicio de culpar a Internet o a la red social, asumamos que el hype -o la emoción más pura- de usar una herramienta como Facebook nos hizo caer a todos en la mayor trampa conocida por el usuario digital: agregar o aceptar solicitudes de contacto sin el necesario chequeo previo para poder intuir al menos algún tipo de compatibilidad. Así es como de 500 amigos, como marca la encuesta en realidad con apenas 8 o 10 tenemos al menos un vínculo afectivo. El problema es el comportamiento derivado del desconocimiento.
De esta manera, nos encontramos “rodeados” de publicaciones que no queremos leer, videos “virales” que no queremos ver o la consabida imagen de una frase que más que motivarnos, nos incita a la violencia simbólica contemporánea, expresada en la denuncia por spam a semejante sujeto. Sin embargo, la red sigue siendo un espacio de construcción posible de relaciones. En la periodicidad de las breves interacciones con otras personas en un espacio digital se generan pequeños vínculos. Como el saludo al ver pasar a otro en la acera del frente, los “me gusta” constituyen un acto de reconocimiento y a la vez, el envío de un pequeño mensaje con alguna de estas significaciones: te leí, me gustó, comparto lo que escribiste o estoy con vos, entre los muchos significados posibles. Los comentarios, aunque breves, suponen también un espacio de intercambio y de relación. Hay verdad en la comunicación digital. Asumir esto no supone desconocer los problemas que también se pueden presentar.
La gestión de los contactos y de la relación con ellos es parte de una tarea cotidiana que aún no terminamos de asumir como parte de nuestra cotideaneidad. En el proceso de compresión de “lo digital” como entorno de construcción o de sostenimiento de distinto tipo de vínculos, estamos aún lejos de haber comenzado a entender las posibilidades.
Hay una elemental tarea de decodificación, entendimiento y sobre todo, paciencia, para poder finalmente ser capaces de apropiarnos de este espacio y utilizarlo en nuestro beneficio. Comenzarla es una decisión personal.
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