Estar cerca, a veces, no es tan bueno

La oposición está tan cerca de discutir seriamente el reparto del poder a partir de 2015 como de iniciar otra etapa de ostracismo detrás de la trinchera de la denuncia y el pataleo. El episodio entre Elisa Carrió y Pino Solanas, dos de los referentes del espacio no peronista Unen, no es más que otra muestra de cuánto daño le hacen los caprichos a los intentos de construcciones colectivas.

No hay encuesta que no vaticine la posibilidad concreta de un balotaje entre el oficialista Daniel Scioli y el peronista Sergio Massa o el referente del PRO, Mauricio Macri. El radicalismo, aunque no quiera asumirlo, no cuenta con un presidenciable sólido. A lo sumo, goza de envión para instalar un buen compañero de fórmula. Sobre ese escenario se derraman las posibilidades de acuerdos electorales en las provincias. El radical José Cano forma parte de ese tironeo mediático a gran escala. Los 300.000 votos de los que fue depositario en 2013 le brindaron la chance de estar en el centro del coqueteo macrista y massista. Pero así como Carrió y Solanas protagonizaron una escena novelesca esta semana, el diputado nacional tolera los histeriqueos internos desde 2011, cuando comenzó a crecer el frente opositor que hoy lidera.

Macri y Massa necesitan apoyar la buena imagen de la que gozan en Buenos Aires en el interior, y para eso buscan alianzas que les garanticen control territorial en las provincias. Cano forma parte de ese esquema. El radical es consciente de que decir un día después de las elecciones locales “casi llegamos”, no le servirá. En política, se llega o no se llega. Para arrancar al alperovichismo de raíz, necesita de foráneos que le aporten no menos de 70.000 votos y más estructura a la alianza que ya tiene con el socialismo, Libres del Sur, la Coalición Cívica, la Democracia Cristiana y peronistas desperdigados. Por eso conversa seguido con Massa. Los delegados locales del tigrense quieren el apoyo de Cano en una eventual segunda vuelta y la vicegobernación (para José Carbonell). Las diferencias se originan en la intendencia capitalina. Como el Frente Renovador está lejos de conquistar una gobernación en el NOA, la conducción de San Miguel de Tucumán (el anhelo del legislador Gerónimo Vargas Aignasse) sería un buen reaseguro ejecutivo. Pero Cano no quiere negociar la Municipalidad: la senadora Silvia Elías de Pérez, el diputado Luis Sacca y el legislador Federico Romano Norri lo tironean de la camisa por ese cargo.

El diputado comparte batallas electorales con el macrismo de entrecasa desde 2011, cuando Alberto Colombres Garmendia resultó electo legislador mediante un acople a su postulación como gobernador. El mendocino Ernesto Sanz, a quien el tucumano escucha con atención, es uno de los más abiertos a dialogar con el jefe de Gobierno porteño. Macri también quiere el apoyo del tucumano en un mano a mano presidencial y, como no tiene un candidato a gobernador instalado, podría volver a acoplar a él sus listas locales y negociar algún trueque. Como la intendencia de Yerba Buena, en donde los radicales tampoco cuentan con una figura que aglutine y ven con agrado al macrista Paul Bleckwedel. Esto, claro está, implicaría que Cano desaire al diputado Juan Casañas.

Otro tanto acontece con Domingo Amaya. El problema para que cualquier diálogo aliancista entre ambos prospere es que tanto el intendente como el diputado quieren encabezar la fórmula. Esto, sin agregar que el ex alperovichista sigue reivindicándose kirchnerista y así acota el margen para el armado de un eventual frente opositor con el canismo, como el que aspiran los principales operadores políticos del amayismo.

Cano deberá hacer cuentas y escoger la ecuación que más le sume y menos le reste. De lo contrario, estar cerca de arrebatarle el poder al alperovichismo habrá sido sólo una dulce anécdota.

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