Un ritual de despedida al que lo cambió el mercado

Gabriela Abad | Psicoanalista - Doctora en Psicología.

24 Agosto 2014
El viaje de egresados es un ritual de despedida, cuyo sentido está centrado en iniciar el duelo por esa mágica y difícil etapa de la vida que llega a su fin. Listos para enfrentar el afuera, se entregan a su último abrazo como conjunto. Se liman asperezas, se relativizaban algunas diferencias y lo que prima es aquello que los hermana. Siete o diez días donde todo se viste con el clima de la fiesta, algunos tabúes se levantan, las barreras ceden y los ómnibus parten.

Desde hace muchos años “La gira de fin de curso” estuvo atravesada por algunos excesos, los adolescentes en “manada” probaban el sabor de transgredir normas lejos de la mirada de los padres, se reconocían los límites de cada uno y por supuesto también su falta.

No es este el problema, los jóvenes son desafiantes, prueban hasta donde se puede llegar, transitan por esa difícil cornisa de los márgenes legales. El problema está en una sociedad que en lugar de construir legalidades pretende contener con simples medidas restrictivas. Las legalidades la armamos y las sostenemos entre todos, los padres, los colegios, los clubes, los comerciantes, y por supuesto el estado.

Sin embargo en los tiempos que corren esas legalidades quedan suspendidas cuando se impone un mandato absoluto y soberano de la ley del mercado: tienes que disfrutar, consumir, dedicarte a los placeres. Entonces el viaje a Bariloche, o donde sea, dejó de ser una liturgia de compañeros para convertirse en buen negocio. Perdió el espíritu y la encarnadura que lo sostenía, perdió el compañerismo y la solidaridad que propiciaba, en definitiva quedo vaciado de sentido. Por lo tanto lo único que salta a la vista desnudo y sin amarre son los actos de violencia y desborde que esta situación propicia.

Ya no importa elegir un destino donde todo el curso pueda ir, contemplando las diferencias económicas, sino el capricho de cada uno “para disfrutar”. Las agencias de viajes mandan jóvenes “ganadores” que como cuervos rondan los colegios un año y medio antes, prometen “joda y descontrol” en una complicidad de silencio con los chicos. Los padres saben, los colegios también, pero decidieron “lavarse las manos”, el estado y sus entes reguladores también saben. Pero todos impotentes miran el espectáculo sin decidirse a cortarlo, como decirles que no: mi hijo el único que no viaja, mi colegio el único que no lo permite.

Esto nos interroga a todos como sociedad porque es solo una parte de lo que pasa con chicos y grandes, Bariloche es solo un botón de muestra.

Estamos vaciando de sentido y por lo tanto de espíritu a estas pequeñas y grandes cosas y junto a esto se licuan las legalidades en las que se sostienen.

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