08 Septiembre 2014
Muchos de los principales referentes del peronismo atraviesan una poco habitual etapa de autocrítica: consideran que han sido demasiado permisivos con la actual administración, otorgándole a CFK inéditos grados de libertad para desarrollar su agenda de prioridades, lo que ha generado enormes costos políticos que no serán nada sencillo de revertir. Esto pone en juego no sólo la suerte del justicialismo en el incierto proceso electoral del 2015, sino incluso la paz social y la gobernabilidad durante los próximos meses. El conjunto del sistema político aguarda con más temor que cautela el próximo diciembre. Dada la actual dinámica de inflación, recesión, desempleo y huida hacia el dólar, sobran razones para especular con que la crisis podría desatarse incluso antes.
La clave del problema son los resultados: no había incentivos para poner límites cuando todo parecía ir relativamente bien, al menos en el corto plazo. En ese entonces, sobre todo hacia el 2011, la casi absoluta delegación de facultades y atributos al Poder Ejecutivo, ahora percibida como exagerada, permitía la reproducción de los propios liderazgos, sobre todo gracias a que el boom del consumo y la generación de empleo facilitaban los triunfos electorales. De repente queda claro que se trató de un enorme error: el modelo inflacionario apalancado en el gasto público y financiado con emisión monetaria resultó un boomerang que está socavando la estabilidad política y social por la caída del ingreso de toda la sociedad, sobre todo de los sectores históricamente más afines al peronismo.
Parecía que la Argentina había finalmente comprendido, luego de las hiperinflaciones de 1989 y 1990, que no conviene juguetear con la emisión monetaria, sobre todo para financiar un incremento permanente y pernicioso del gasto público. Pero como consecuencia de la gran crisis del 2001 y de las peculiares formas en las que se implementaron las reformas pro mercado durante la etapa menemista, perdió legitimidad hasta quedar totalmente despedazado ese débil consenso anti inflacionario que se ató al frágil mástil del régimen de convertibilidad. La breve etapa post crisis de los “superávits gemelos” resultaron una suerte de oasis de racionalidad y sentido común en el desierto de torpezas y mala praxis que resultó la política económica K, fundamentalmente a partir de 2007, con la llegada de Cristina a la presidencia.
Para ser justos, conviene reconocer que la vocación historiográfica de estos turbados dirigentes peronistas no es demasiado profunda: si lo fuera, deberían conceder que las causas originales de los actuales problemas datan de hace mucho tiempo, antes incluso que Kicillof iniciara su meteórica carrera política como gerente financiero de Aerolíneas Argentinas, en agosto del 2009. A propósito, fue una lástima que en el desempeño de ese cargo sólo se dedicara a pedirle dinero al Tesoro nacional. Si hubiese aprovechado esa experiencia para comprender la lógica de los mercados, tal vez ahora cometería menos errores en la negociación con los holdouts y en el manejo de las expectativas económicas.
Sin duda, la creciente bronca contra Axel Kicillof sintetiza la impotencia de quienes aún se sienten responsables de garantizar la conservación del peronismo. Irrita por un lado su ambición personal: aspira a desplazar a un ultimus inter pares, el devaluado Jorge Capitanich, que a pesar de su escasa influencia y de los serios desafíos que enfrenta en el Chaco es sin duda considerado como tropa propia. Y como tal, si llegara a renunciar o ser renunciado, el objetivo consiste en que se designe a otro gobernador o representante de esa logia, que trate aunque sea de defender los intereses corporativos.
A la vez, se observa con peculiar frustración el constante avance dentro de la estructura de la administración pública nacional de los amigos y entenados de Kicillof y de los ignotos cuadros de la Cámpora (que no son exactamente lo mismo, pero como diría ese cantautor tan venerado por el progresismo argentino, Silvio Rodríguez, “es igual”). Se trata de un juego de suma cero en el que ganan sistemáticamente quienes son considerados, aunque no lo sean, descendientes de aquellos “estúpidos imberbes”, inolvidable patronímico con el que el mismísimo General Perón había invitado poco gentilmente a retirarse de la Plaza de Mayo y de su gobierno a los integrantes de la otrora “juventud maravillosa” en el famoso discurso del 1 de mayo de 1974.
También, a quienes aún se consideran a sí mismos los principales accionistas del PJ los alarma en particular la casi exclusiva influencia que ejerce Kicillof sobre las decisiones presidenciales. Esto explica el inesperado giro hacia la radicalización extrema, entendido como la principal causa del presente descalabro de la situación económica y el preludio de situaciones mucho más graves. Resulta impensable sobrevivir así los quince meses que quedan de gestión. Menos aún llegar a las elecciones con alguna chance de retener los respectivos territorios. Ni modificando las fechas para alejarse de la derrota segura del 9 de agosto y del 25 de octubre del 2015, ese viejo truco ya aplicado en 1999, constituye ahora una táctica que ayude a resistir. Las dificultades son más inmediatas e involucran en muchas provincias el pago de sueldos, los gastos elementales y el servicio de la deuda.
Pero sin lugar a dudas, las alarmas se disparan cuando se refuerza la evidencia de que Cristina y sus acólitos buscan perder las elecciones y entregarle la gestión a un conglomerado no peronista (idealmente una “alianza” entre Mauricio Macri y un sector de UNEN), que esté obligado a cargar con el enorme peso de sincerar las variables económicas e implementar el inevitable ajuste. “El negocio de perder es malo para todos, incluso para ellos”, expresó reflexivo uno de los principales cuadros del sciolismo. “Pero si eso es lo que buscan, sin duda van por el camino correcto”, agregó.
Queda transitar poco menos de un tercio del año 2014, caracterizado por el colapso en el valor de nuestra moneda: comenzó con una devaluación y un inesperado giro pragmático del gobierno, y termina con una bastante sorpresiva también radicalización que, más temprano que tarde, profundizará el debilitamiento del pobre peso, lo que genera más pobreza y marginalidad. Está cayendo la demanda de dinero. Se están acentuando las condiciones para una corrección desordenada, volcánica, de una economía sin anclas ni conducción.
Este corrimiento hacia posiciones extremas se expresa en un notable costo reputacional: la Argentina es vista en el exterior como un país a la deriva, con pésimos estándares institucionales, caracterizada en este contexto por picos de desidia y corrupción. Curiosamente, no mereció respuesta alguna del gobierno la publicación del ranking elaborado por el Foro Económico Mundial, que muestra el deterioro institucional del país y los impresionantes déficits en términos de competitividad. Pero la Presidenta reaccionó con notable indignación ante la publicación de registros fotográficos de una manifestación de militantes palestinos integrantes del grupo terrorista Hamas donde aparecía una cuidada imagen suya junto a la de Hugo Chávez y otros líderes reivindicados por el fundamentalismo islámico. Cristina denunció, cuando no, una operación de los medios, fruto de la conspiración de buitres de afuera y de adentro. Las imágenes eran verídicas y de hecho fueron luego diseminadas y alabadas por dirigentes oficialistas en las redes sociales.
Sería interesante saber si, en efecto, Cristina se siente incómoda con esa caracterización, pues las acciones de su gobierno, sobre todo desde comienzos de junio, justifican una identificación con lo peor del chavismo en cuanto al intervencionismo estatal extremo y la potencial persecución a líderes del sector privado gracias a la nueva Ley de Abastecimiento, que permitiría la expropiación de amplios segmentos del mercado.
Es probable, y deseable, que la Corte Suprema de Justicia le ponga otra vez límite a tantos desatinos, con el obvio argumento de su inconstitucionalidad. Por el contrario, los desvaríos de la política exterior son, sin duda, de muy larga data, incluyendo el memorándum de entendimiento con Irán por el ataque terrorista a la AMIA. En este caso, no hay por ahora forma alguna de acotar el daño.
Mucho peor aún que la de nuestra moneda, Argentina deberá trabajar mucho y muy bien a lo largo del próximo lustro para revertir la devaluada imagen que tiene en el mundo.
La clave del problema son los resultados: no había incentivos para poner límites cuando todo parecía ir relativamente bien, al menos en el corto plazo. En ese entonces, sobre todo hacia el 2011, la casi absoluta delegación de facultades y atributos al Poder Ejecutivo, ahora percibida como exagerada, permitía la reproducción de los propios liderazgos, sobre todo gracias a que el boom del consumo y la generación de empleo facilitaban los triunfos electorales. De repente queda claro que se trató de un enorme error: el modelo inflacionario apalancado en el gasto público y financiado con emisión monetaria resultó un boomerang que está socavando la estabilidad política y social por la caída del ingreso de toda la sociedad, sobre todo de los sectores históricamente más afines al peronismo.
Parecía que la Argentina había finalmente comprendido, luego de las hiperinflaciones de 1989 y 1990, que no conviene juguetear con la emisión monetaria, sobre todo para financiar un incremento permanente y pernicioso del gasto público. Pero como consecuencia de la gran crisis del 2001 y de las peculiares formas en las que se implementaron las reformas pro mercado durante la etapa menemista, perdió legitimidad hasta quedar totalmente despedazado ese débil consenso anti inflacionario que se ató al frágil mástil del régimen de convertibilidad. La breve etapa post crisis de los “superávits gemelos” resultaron una suerte de oasis de racionalidad y sentido común en el desierto de torpezas y mala praxis que resultó la política económica K, fundamentalmente a partir de 2007, con la llegada de Cristina a la presidencia.
Para ser justos, conviene reconocer que la vocación historiográfica de estos turbados dirigentes peronistas no es demasiado profunda: si lo fuera, deberían conceder que las causas originales de los actuales problemas datan de hace mucho tiempo, antes incluso que Kicillof iniciara su meteórica carrera política como gerente financiero de Aerolíneas Argentinas, en agosto del 2009. A propósito, fue una lástima que en el desempeño de ese cargo sólo se dedicara a pedirle dinero al Tesoro nacional. Si hubiese aprovechado esa experiencia para comprender la lógica de los mercados, tal vez ahora cometería menos errores en la negociación con los holdouts y en el manejo de las expectativas económicas.
Sin duda, la creciente bronca contra Axel Kicillof sintetiza la impotencia de quienes aún se sienten responsables de garantizar la conservación del peronismo. Irrita por un lado su ambición personal: aspira a desplazar a un ultimus inter pares, el devaluado Jorge Capitanich, que a pesar de su escasa influencia y de los serios desafíos que enfrenta en el Chaco es sin duda considerado como tropa propia. Y como tal, si llegara a renunciar o ser renunciado, el objetivo consiste en que se designe a otro gobernador o representante de esa logia, que trate aunque sea de defender los intereses corporativos.
A la vez, se observa con peculiar frustración el constante avance dentro de la estructura de la administración pública nacional de los amigos y entenados de Kicillof y de los ignotos cuadros de la Cámpora (que no son exactamente lo mismo, pero como diría ese cantautor tan venerado por el progresismo argentino, Silvio Rodríguez, “es igual”). Se trata de un juego de suma cero en el que ganan sistemáticamente quienes son considerados, aunque no lo sean, descendientes de aquellos “estúpidos imberbes”, inolvidable patronímico con el que el mismísimo General Perón había invitado poco gentilmente a retirarse de la Plaza de Mayo y de su gobierno a los integrantes de la otrora “juventud maravillosa” en el famoso discurso del 1 de mayo de 1974.
También, a quienes aún se consideran a sí mismos los principales accionistas del PJ los alarma en particular la casi exclusiva influencia que ejerce Kicillof sobre las decisiones presidenciales. Esto explica el inesperado giro hacia la radicalización extrema, entendido como la principal causa del presente descalabro de la situación económica y el preludio de situaciones mucho más graves. Resulta impensable sobrevivir así los quince meses que quedan de gestión. Menos aún llegar a las elecciones con alguna chance de retener los respectivos territorios. Ni modificando las fechas para alejarse de la derrota segura del 9 de agosto y del 25 de octubre del 2015, ese viejo truco ya aplicado en 1999, constituye ahora una táctica que ayude a resistir. Las dificultades son más inmediatas e involucran en muchas provincias el pago de sueldos, los gastos elementales y el servicio de la deuda.
Pero sin lugar a dudas, las alarmas se disparan cuando se refuerza la evidencia de que Cristina y sus acólitos buscan perder las elecciones y entregarle la gestión a un conglomerado no peronista (idealmente una “alianza” entre Mauricio Macri y un sector de UNEN), que esté obligado a cargar con el enorme peso de sincerar las variables económicas e implementar el inevitable ajuste. “El negocio de perder es malo para todos, incluso para ellos”, expresó reflexivo uno de los principales cuadros del sciolismo. “Pero si eso es lo que buscan, sin duda van por el camino correcto”, agregó.
Queda transitar poco menos de un tercio del año 2014, caracterizado por el colapso en el valor de nuestra moneda: comenzó con una devaluación y un inesperado giro pragmático del gobierno, y termina con una bastante sorpresiva también radicalización que, más temprano que tarde, profundizará el debilitamiento del pobre peso, lo que genera más pobreza y marginalidad. Está cayendo la demanda de dinero. Se están acentuando las condiciones para una corrección desordenada, volcánica, de una economía sin anclas ni conducción.
Este corrimiento hacia posiciones extremas se expresa en un notable costo reputacional: la Argentina es vista en el exterior como un país a la deriva, con pésimos estándares institucionales, caracterizada en este contexto por picos de desidia y corrupción. Curiosamente, no mereció respuesta alguna del gobierno la publicación del ranking elaborado por el Foro Económico Mundial, que muestra el deterioro institucional del país y los impresionantes déficits en términos de competitividad. Pero la Presidenta reaccionó con notable indignación ante la publicación de registros fotográficos de una manifestación de militantes palestinos integrantes del grupo terrorista Hamas donde aparecía una cuidada imagen suya junto a la de Hugo Chávez y otros líderes reivindicados por el fundamentalismo islámico. Cristina denunció, cuando no, una operación de los medios, fruto de la conspiración de buitres de afuera y de adentro. Las imágenes eran verídicas y de hecho fueron luego diseminadas y alabadas por dirigentes oficialistas en las redes sociales.
Sería interesante saber si, en efecto, Cristina se siente incómoda con esa caracterización, pues las acciones de su gobierno, sobre todo desde comienzos de junio, justifican una identificación con lo peor del chavismo en cuanto al intervencionismo estatal extremo y la potencial persecución a líderes del sector privado gracias a la nueva Ley de Abastecimiento, que permitiría la expropiación de amplios segmentos del mercado.
Es probable, y deseable, que la Corte Suprema de Justicia le ponga otra vez límite a tantos desatinos, con el obvio argumento de su inconstitucionalidad. Por el contrario, los desvaríos de la política exterior son, sin duda, de muy larga data, incluyendo el memorándum de entendimiento con Irán por el ataque terrorista a la AMIA. En este caso, no hay por ahora forma alguna de acotar el daño.
Mucho peor aún que la de nuestra moneda, Argentina deberá trabajar mucho y muy bien a lo largo del próximo lustro para revertir la devaluada imagen que tiene en el mundo.