Por Marcelo Aguaysol
10 Septiembre 2014
El humor social marca la gestión. No es lo mismo estar en la cúspide de la montaña que comenzar con el descenso. El llano está allí abajo, a un año vista del recambio institucional. La preocupación se nota en la Casa de Gobierno. La “década ganada” es parte de la historia. Y lo que no se aprovechó hasta ahora, ya fue. A José Alperovich le desvela saber qué dirá de él esa historia cuando abandone la conducción de la provincia. Le tiene miedo a irse por la puerta de atrás del Palacio. Pese al transcurrir de los años, los anteriores gobernadores abandonaron el poder más con pena que con gloria. Las crisis (económica, financiera, social y política) se los llevaron puestos.
Más temprano que siempre, el gobernador tendrá que cambiar su discurso matinal. Sabe que el “estamos trabajando fuerte” ya será una muletilla del pasado. Más bien deberá adecuarse a otra: “dejamos una provincia ordenada”. El mismo tiempo materializará esta aspiración oficial en el mensaje gubernamental.
Aquel humor social de los tucumanos dice, por caso, que Alperovich sigue siendo el político de la provincia con mejor imagen (51% de las adhesiones) y que el radical José Cano trepa al 38%. Más atrás, con menos del 20% se ubican la senadora oficialista Beatriz Rojkés y hasta el intendente Domingo Amaya. La cuestión en esta medición es que no la ordenó el alperovichismo, sino el Gobierno nacional, que hace un testeo periódico acerca de cómo están sus referentes y sus aliados en cada distrito. Por eso, tal vez, tardan en hacer bendiciones y porque en Buenos Aires ya son varios los que salieron a competir por la Presidencia, pero pocos han logrado federalizar sus propuestas. Y, en ese aspecto, Alperovich es tiempista. No le ha dado aún el apoyo explícito a ninguno de los “presidenciables”. Mientras tanto, el mandatario espera su propia encuesta, la que incluirá la intención de votos por binomios. En el entorno del gobernador aguardan que el consultor Hugo Haime acerque los primeros resultados a partir de la próxima semana.
Alperovich, mientras tanto, está convencido de que seguirá siendo el eje del poder en Tucumán. Diciembre es el mes de definiciones electorales. Entonces ya tendrá un panorama más claro para armar los acoples, porque él no será de la partida en los comicios provinciales, porque no puede ser reelecto y porque aún no ha señalado a su postulante a la sucesión. Seis de cada 10 dirigentes que hoy ocupan cargos electivos volverán al llano o, en algunos casos, intentarán darle la posta a algún pariente para conservar un espacio de poder político. El recambio en el oficialismo sigue siendo una materia pendiente. Alperovich, en sus 11 años de gestión, siempre apostó a los mismos nombres. Claro, hubo algunas excepciones, pero fueron muy pocas.
La gestión alperovichista está pidiéndole por estos días a la Legislatura autorización para ampliar el presupuesto. De los $ 2.000 millones que solicitará, al menos $ 1.200 millones corresponderán a los aumentos salariales. Ese gasto puede ser absorbido por la renta tributaria, pero la gestión tendrá que apelar al uso del crédito para cerrar el ejercicio, al menos, con equilibrio presupuestario.
Los $ 24.000 millones que significarán las erogaciones de este año (ampliación incluida) pueden llegar a convertirse en $ 28.000 millones para 2015, el año en el que Alperovich se despedirá de la conducción del Poder Ejecutivo. Es un presupuesto multimillonario que representa, por caso, más de la mitad del endeudamiento acumulado por la provincia. El gobernador que venga, sin embargo, tendrá que lidiar con una deuda pública al 6% anual, es decir, manejable. No obstante, nunca se sabe qué habrá debajo de la alfombra. Ahí está la inquietud de los potenciales sucesores al cargo. Alperovich quiere cerrar su ciclo en la ejecución del poder institucional sin grandes contratiempos. Pero le asusta el devenir político. Su interrogante sigue siendo cómo sostener la estructura que armó más allá del tiempo. Esa será la clave en el armado de los acoples del oficialismo.
Más temprano que siempre, el gobernador tendrá que cambiar su discurso matinal. Sabe que el “estamos trabajando fuerte” ya será una muletilla del pasado. Más bien deberá adecuarse a otra: “dejamos una provincia ordenada”. El mismo tiempo materializará esta aspiración oficial en el mensaje gubernamental.
Aquel humor social de los tucumanos dice, por caso, que Alperovich sigue siendo el político de la provincia con mejor imagen (51% de las adhesiones) y que el radical José Cano trepa al 38%. Más atrás, con menos del 20% se ubican la senadora oficialista Beatriz Rojkés y hasta el intendente Domingo Amaya. La cuestión en esta medición es que no la ordenó el alperovichismo, sino el Gobierno nacional, que hace un testeo periódico acerca de cómo están sus referentes y sus aliados en cada distrito. Por eso, tal vez, tardan en hacer bendiciones y porque en Buenos Aires ya son varios los que salieron a competir por la Presidencia, pero pocos han logrado federalizar sus propuestas. Y, en ese aspecto, Alperovich es tiempista. No le ha dado aún el apoyo explícito a ninguno de los “presidenciables”. Mientras tanto, el mandatario espera su propia encuesta, la que incluirá la intención de votos por binomios. En el entorno del gobernador aguardan que el consultor Hugo Haime acerque los primeros resultados a partir de la próxima semana.
Alperovich, mientras tanto, está convencido de que seguirá siendo el eje del poder en Tucumán. Diciembre es el mes de definiciones electorales. Entonces ya tendrá un panorama más claro para armar los acoples, porque él no será de la partida en los comicios provinciales, porque no puede ser reelecto y porque aún no ha señalado a su postulante a la sucesión. Seis de cada 10 dirigentes que hoy ocupan cargos electivos volverán al llano o, en algunos casos, intentarán darle la posta a algún pariente para conservar un espacio de poder político. El recambio en el oficialismo sigue siendo una materia pendiente. Alperovich, en sus 11 años de gestión, siempre apostó a los mismos nombres. Claro, hubo algunas excepciones, pero fueron muy pocas.
La gestión alperovichista está pidiéndole por estos días a la Legislatura autorización para ampliar el presupuesto. De los $ 2.000 millones que solicitará, al menos $ 1.200 millones corresponderán a los aumentos salariales. Ese gasto puede ser absorbido por la renta tributaria, pero la gestión tendrá que apelar al uso del crédito para cerrar el ejercicio, al menos, con equilibrio presupuestario.
Los $ 24.000 millones que significarán las erogaciones de este año (ampliación incluida) pueden llegar a convertirse en $ 28.000 millones para 2015, el año en el que Alperovich se despedirá de la conducción del Poder Ejecutivo. Es un presupuesto multimillonario que representa, por caso, más de la mitad del endeudamiento acumulado por la provincia. El gobernador que venga, sin embargo, tendrá que lidiar con una deuda pública al 6% anual, es decir, manejable. No obstante, nunca se sabe qué habrá debajo de la alfombra. Ahí está la inquietud de los potenciales sucesores al cargo. Alperovich quiere cerrar su ciclo en la ejecución del poder institucional sin grandes contratiempos. Pero le asusta el devenir político. Su interrogante sigue siendo cómo sostener la estructura que armó más allá del tiempo. Esa será la clave en el armado de los acoples del oficialismo.